Capítulo VII

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Tocó su puerta despacio. Nada. Volvió a hacerlo pegando ahora el oído para intentar escuchar en el interior de la habitación. No se escuchaba ni un solo ruido. Abrió lentamente asomándose un tanto curioso. Seguramente estaba rendida bajo las cobijas.

El lugar estaba en penumbras, solo entraba el reflejo de las luces del jardín a través de las ventanas, notó que estaban abiertas. La vio recostada sobre la cama hecha ovillo completamente vestida. No supo hacer, debía estar demasiado exhausta como para quedarse así. Torció la boca profundamente arrepentido.

Ya iba a cerrar cuando escuchó un pequeño gemido. Se detuvo poniendo mayor atención, era como una queja apenas audible. Abrió de par en par la puerta y entró con sigilo. Se acercó despacio hasta donde estaba. Volvió a escucharlo, era ella. Frunció el ceño. La observó de cerca intrigado, ella temblaba como una hoja. Prendió la luz de la mesilla de noche ya seguro que algo no andaba bien. En cuanto la miró se quedó petrificado. Andrea estaba temblando, sus labios estaban transparentes y su cara completamente pálida, unas pequeñas ojeras enmarcaban sus ojos y gemía quejándose. Tocó su frente, ardía. Sin pensarlo la hizo girar.

—¿Andrea? —La llamó ansioso. Le daba pequeñas palmadas en las ardientes mejillas—. ¿Andrea? —Se hallaba completamente inconsciente. Respiraba con dificultad, de hecho parecía que no lo lograba del todo y no parecía pretender volver en sí—. ¡María! —gritó ya impaciente—. ¡María! —Continuó moviéndola con desespero—. Andrea... por favor reacciona, Andrea, veme, maldición —pero ella ni siquiera parecía escucharlo, su cuerpo colgaba inerte entre sus brazos, parecía una muñeca de trapo laxa, sin vida.

—Hijo, ¿qué pa... —no terminó de decir la frase cuando los vio. Se acercó de inmediato—. ¿Qué tiene?, ¡¿qué pasó?!

—No lo sé, llegué hace un momento y así la encontré. Ayúdame a desvestirla, está ardiendo en fiebre —la mujer se acercó, comenzó a quitarle la polera mientras él la detenía, para después despojarla de su calzado y poco a poco de los jeans. Algo llamó su atención inmediatamente aun con la poca luz en la habitación.

—Hijo, llama al doctor —Matías sacó su móvil y marcó, tembloroso. No soportaba verla así, sentirse tan basura.

—Lorenzo, perdón por la hora, es urgente que traigas a Ramiro ahora mismo, Andrea está muy mal —y de verdad parecía medio muerta, no podía dejar de observarla, ahí, inerte, ajena a todo.

—Matías, prende la luz, mira —él hizo lo que le pidió y volvió a acercarse sintiendo más angustia que en toda su vida. Una de sus torneadas pantorrillas estaba hinchada y tenía las huellas de un... piquete. Ambos se miraron por un segundo sin saber qué decir.

—María, trae de inmediato el botiquín, corre, no sabemos hace cuánto tiempo le pico... Dios —la mujer salió rápidamente mientras él mantenía a Andrea con el dorso en alto, debía de mantenerla así para que el veneno no llegara al corazón, si seguía con vida. Rogó sudoroso para que no fuera demasiado tarde. Podía jurar que esa era una picadura de alacrán y si ya habían pasado varias horas, Andrea no sobreviviría, no si fue uno de los que por ahí aniquilaban. La acercó a él sintiendo cómo la culpa, la angustia y el dolor atenazaban su pecho. No la dejaría morir, a ella no. Besó su cabeza sudorosa una y otra vez meciéndola levemente.

—Pasará, Belleza, pasará lo prometo —pero ella respiraba ya muy lentamente, además hervía. Tomó su rostro, desesperado. La observó negando, con el pulso desbocado.

—Vivirás, lo juro —y pegó sus labios lentamente a aquello blanquecinos, secos. No permitiría que le ocurriera nada, no a ella. Su frente perlada de sudor le hizo recordar que debía bajar esa fiebre lo antes posible.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora