Cumpleaños

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Decir que se encontraba molesto era poco, estaba furioso, y con unas enormes ganas de golpear a cierto doncel esquivo. Durante días había intentado contactar con ese serio y obstinado de Gaara, sin embargo, siempre le negaban su derecho de hablar con él. Alegaban que no estaba en ese momento, que había salido a comer, o que se encontraba en una junta muy importante y no podían interrumpido, ¡Juraría que era más fácil solicitar una cita con el presidente! Incluso llegó a pensar que le tenía miedo, es decir, su presencia era una amenaza constante a sus planes.

Pero no le iba a servir de nada seguirse escondiendo tras su secretaria, Deidara estaba decidido a descubrir el enorme fraude que se montaron tras la muerte de Naruto, claro que solo había que ser un poco observador, para darse cuenta que todo lo que querían era hacerse con el mando de la empresa, la cual estaba valorada en miles de millones. ¡Naruto les dio su confianza y ellos le traicionan de una manera ruin, y luego dicen que es él el interesado!

Sacudió la cabeza y tranquilamente se adentro en un enorme edificio con una placa en la parte superior, que ponía en letras doradas: Rasengan. Desde un principio, sopeso la idea de que le negaran el paso —incluso estaba preparado para que le botaran como si fuera un vulgar ladrón—, aunque para su sorpresa, tras quince minutos de un tranquilo recorrido por las instalaciones, había llegado al piso catorce sin ningún contratiempo, notando que la torpe y fea secretaria no estaba. ¡Qué chica tan incompetente! Claro que no se iba a quejar por eso, ya que al parecer la suerte estaba de su lado.

Simplemente esbozó una amplia sonrisa, abriendo la puerta de la oficina que perteneció a Naruto: amplia, cálida y extrañamente muy ordenada, observando ceñudo a Gaara, que se mantenía concentrado firmando diversos papeles y checando otros. Ni siquiera se tomó la molestia de levantar la vista para verlo, ya que probablemente pensó que era esa inútil chica, ¡Todo un insulto confundirlo con alguien tan sosa!

—Matsuri, espero que ya me tengas listo el informe de este… mes  —afiló la mirada al divisar a un tranquilo Deidara, que cerraba la puerta, comenzando a caminar hacia él—. ¿Qué rayos haces aquí?

—Hm, visitándote, ¿acaso no es obvio?

—No me jodas.

—Ni tú a mí, porque si el tonto de Naruto estuviera con vida y viera la clase de pirañas que son, no habría duda que se volvería a morir —siseó con odio—. ¿Así que dime dónde escondieron a su supuesto hijo?

Se cruzó de brazos, clavando su mirada en la de Gaara, quien sin cambiar su expresión se recargó en el respaldo de la silla. Siempre lo había odiado por ser tan prepotente, y mirarle como si no valiera nada, minimizándolo cada que podía; presumiendo de su vasto conocimiento. Claro que el sentimiento era mutuo, no se soportaban ya que ambos llegaron a creer que solo estaban al lado de Naruto por su dinero.

—No es algo que te importe, Deidara. Y frente a mí, respetas a Namikaze Naruto si no quieres que me levante y sea yo quien te desfigure tu linda cara —tajó—. Es más, Naruto te dejo más de un millón de dólares, dinero que se depositó en tu cuenta, y es todo lo que recibirás, así que lárgate antes de que llame a seguridad para que te saque.

Apretó los puños con fuerza, comenzando a caminar a grandes zancadas, sintiendo como a cada segundo una ira visceral se apoderaba de él, haciéndole rechinar los dientes en un intento por no soltar los cientos de improperios que pensaba. ¡Maldito pelirrojo y maldita ambición! Si tanto les importaba el jodido dinero, se podían quedar con ese dinero… por lo que con toda su furia, golpeó con las palmas el escritorio, recargándose lo suficiente para tomar a Gaara del saco y acercarlo a su rostro.

—Escúchame bien, Gaara, porque no lo volveré a repetir. Conviví más de diez años con Naruto, y te puedo asegurar que se más de él, de lo que te puedas imaginar; cosas, situaciones o anécdotas que ni te imaginas, ¡y él no tuvo hijos! —Sentenció, reforzando su agarre—. ¿Sabes por qué? Porque desde que apareció una aprovechada, fingiendo llevar un descendiente suyo, él se opero, así que no me creas tan idiota como para tragarme ese cuento del heredero perdido, ¿crees que no sé que solo esperaban a que se muriera para quedarse con su fortuna? Trió de pirañas.

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