Capítulo cuatro

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No estoy seguro sobre cuánto tiempo me tomó recuperar el aliento, pero sabía que ya no iba a dar marcha atrás. La idea de que una serie de coincidencias pudiese estar jugando con mi imaginación era inconcebible. Sin perder más tiempo, puse mi mente a trabajar para analizar la situación en la que me encontraba y de esta manera planear mis siguientes pasos.

Tomé el celular de la mochila y escribí el nombre "Ofelia Esther Velásquez" en el buscador. ¡Otra vez confié mi futuro a Google! En la pantalla, una catarata de información apareció ante mis ojos, muchas respuestas se encontraban sumergidas allí y era mi trabajo sacarlas a flote.

Recorrí la habitación en busca de un rincón apartado en donde sentarme a leer. Sabía que alguien podía pasar caminando en cualquier momento y alarmarse con mi sospechosa actitud de "cazafantasmas". Oportunamente encontré una robusta columna que, debido a su ubicación, me ocultaba perfectamente del ángulo de visión de cualquier intruso.

En las siguientes horas me encontré analizando uno por uno los resultados de mi búsqueda en internet. Pero a medida que avanzaba el tiempo, mi expresión de sorpresa fue mutando lentamente en una sombría cara de confusión, llegando a un estado de preocupación y malestar. Lo que sucedió fue que sometí mi investigación a un riguroso seguimiento de rastros. Cada nombre que aparecía en mi pantalla, era un nombre que buscaba nuevamente. De esta manera recorrí desde artículos periodísticos hasta obituarios, desde referencias en comentarios hasta perfiles de redes sociales y así me sumergí en reconstruir pieza a pieza la historia de esta señora.

Reorganizando cada uno de los datos obtenidos y sometiendo todo a mi juicio e intuición, descubrí que la señora Velásquez era dueña de una abultada fortuna proveniente de su difunto marido: Héctor Marsans. Y aunque se desconociese públicamente el origen de dicha fortuna, el señor Marsans estaba metido en todo tipo de negocios, la mayoría de ellos como inversor.

También descubrí que el matrimonio concibió dos hijos varones: Máximo y León. Que según revelaban sus cuentas de facebook, disfrutaban de una vida rodeada de excentricidad y ostentación. Nunca logré comprender a que se dedicaban ya que por las fotos en sus perfiles sus vidas parecían ser un compilado de eternas vacaciones.

Pero no todo era frivolidad y dinero en la vida de los Marsans, he aquí donde mi incomodidad y preocupación se incrementaron considerablemente. La señora Velázquez me sorprendió con una inquietante realidad: ¡Estaba muerta!

No me pareció algo tan increíble luego de recordar que había visto su fantasma merodeando en esa misma habitación. Sin embargo si era curioso que su muerte se diera en un accidente automovilístico en la ruta 226 camino a Mar Del Plata. Entonces ¿Por qué su alma se encontraba en este hotel? y de todos modos ¿Por qué necesitaba mi presencia?

Me encontraba dándole vueltas a estos cuestionamientos, cuando escuché un precipitado ruido sobre mi cabeza. Estaba tan concentrado leyendo y tratando de armar el rompecabezas de esta historia, que me había olvidado completamente del ambiente hostil en donde me encontraba.

El ruido provenía del primer piso y sin dudas era el tipo de sonido que correspondía a una persona corriendo. Aunque no tenía ninguna certeza de que lo había ocasionado.

Observé mi celular y marcaba las cuatro y cuarto de la tarde. Afuera las nubes apenas dejaban pasar la luz solar y la tormenta anunciaba su regreso con relámpagos en el horizonte.

Todavía me quedaban unas cuantas horas de luz natural, así que decidí encarar el pasillo que me llevaría a conocer el resto del edificio. Mi plan era recorrer los lugares más recónditos del hotel en búsqueda de pistas y de esta manera tratar de entender la verdadera razón que reclamaba mi presencia.

Con un nudo en el estomago, accioné el picaporte para tener acceso al pasillo. Al no disponer de ventanas, el lugar estaba sumergido en una intensa oscuridad. A pesar de eso, pude vislumbrar la existencia de dos puertas numeradas que se enfrentaban entre sí. Unos metros hacia el final, se encontraban las escaleras que proporcionaban acceso al primer piso.

Muy cuidadosamente activé la linterna de mi celular y revisé la puerta número uno, posteriormente la número dos. Tal y como lo había imaginado, ambas puertas pertenecían a simples habitaciones de hotel. Esto no suponía nada interesante si dejamos de lado que estaban perfectamente limpias y amuebladas. Aspecto que desencajaba totalmente con la lógica de un hotel abandonado. Ambas habitaciones eran muy amplias y contaban con un baño privado, el ambiente era tan monótono y estático que me recordaba esas escalofriantes casas de muñecas antiguas.

Decidí dejar atrás las habitaciones y me enfoqué en recorrer las escaleras rumbo a la siguiente planta. Mi nerviosismo aumentaba proporcionalmente por cada escalón que me disponía a escalar. El sentimiento de incertidumbre encontró un límite abrumador cuando la linterna de mi celular comenzó a parpadear.

Estaba justo a la mitad de la escalera y el silencio era total. Comencé a sentir un calor insoportable, sentía que el aire se volvía más espeso en cada respiro. Me di cuenta que la temperatura no se había modificado en ningún momento, solo que mi cuerpo estaba sumergido en una profunda sensación de pánico.

Después de unos segundos, la linterna se compuso y seguí avanzando. Hacia el final de la escalera, pude notar como algo metálico me devolvía unos rayos de luz. Sumergido en una profunda concentración, subí el resto de los escalones. Mis ojos casi saltan de sus órbitas al toparme con una robusta puerta de metal escoltada por una puerta de rejas. Dichas puertas no correspondían con la idea de un hotel familiar. Parecían ser parte de una cárcel o de algún pabellón psiquiátrico.

Efectivamente me quedé paralizado, la idea de atravesar esas puertas y descubrir que era lo que debían resguardar me aterrorizó. Muy lentamente y con la luz que proporcionaba mi celular, me acerqué para inspeccionar mejor. Me sorprendió comprobar que las pesadas puertas estaban entreabiertas. Así que con la sutileza de un cirujano, me dispuse a abrirlas tratando de no provocar ningún tipo de sonido.

De todas maneras, un escalofriante chirrido metálico repercutió en todos los rincones oscuros del hotel. Y frente a mí, una espesa capa de oscuridad me daba la bienvenida. Sin detenerme a evaluar el riesgo de mi situación, me arrojé de un salto hacia el otro lado. Comencé a caminar lenta y cuidadosamente en la oscuridad. No había concluido mi quinto paso cuando la linterna de mi celular comenzó a parpadear para finalmente apagarse de una sola vez.

Me paralizó la sensación de ser observado por miles de ojos en la oscuridad. Rápidamente, por medio de torpes y erráticos movimientos intenté abrir mi mochila, pero fue inútil. Quería alcanzar algo con lo que pudiese defenderme, pero sin dudas estaba demasiado nervioso para lograrlo.

Tome coraje y con la vista clavada en dirección a la puerta, corrí en la oscuridad con la intención de escapar del lugar. Entonces, un repentino y estridente ruido aturdió mis sentidos.

-La puerta se había cerrado frente a mí- ¡Ahora estaba encerrado!

El secreto del Hotel MarsansWhere stories live. Discover now