Capítulo Ocho

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Me encontraba sentado a pocos metros de la escalera. Este nivel del edificio parecía ser una réplica exacta del primer piso. Tres de las seis puertas del pasillo se encontraban abiertas y desde mi ángulo de visión, podía notar el mismo vacío que en las habitaciones de abajo. Aunque todavía tenía muchas preguntas, decidí que mi etapa de investigador ya había concluido. Lo único que quería era buscar la llave en la habitación catorce y correr de ahí cuanto antes.

Lentamente comencé a mover mis brazos buscando la forma de apaciguar el dolor que irradiaban mis heridas. Me sorprendió la capacidad anestésica que posee el cuerpo humano en situaciones límite. Pues, en otro momento no hubiese podido parar de insultar como un desquiciado. Ahora era distinto, al cabo de unos minutos el dolor ya casi había desaparecido y por primera vez en tantas horas me sentía cómodo.

En ese momento sentí una vibración en mi teléfono. Siete llamadas perdidas titilaban en la pantalla. No me había percatado de esto. Sin darme cuenta había despertado la preocupación de mi novia en aquel fallido pedido de ayuda y seguramente estaba buscándome desesperada.

Tuve el impulso de presionar el botón y devolver la llamada. Pero pensé que en vez de tranquilizarla hubiese logrado perturbarla aún más. ¡Tal vez la llamada sería interrumpida nuevamente por esas voces! Y después de todo, era imposible explicar mi situación por teléfono, ella pensaría que estaba loco.

Ya tenía la salida marcada y no debía perder más tiempo. Así que tomé impulso con mis brazos y mientras masticaba el dolor provocado por mis extremidades, me puse de pié inmediatamente. Celular en mano, alumbré mis pasos por el pasillo y caminé en plena oscuridad ignorando la mirada punzante de las puertas abiertas. Me desplacé silencioso con la vista clavada en la puerta catorce. Ese era mi destino, la última habitación de la derecha. A pocos metros de ahí y sobre el final del pasillo, la puerta de la terraza me esperaba impaciente por darme la libertad.

Giré el picaporte y empujé la puerta. El ruido de las bisagras sonó brevemente hasta que la puerta se frenó de un golpe. Algo estaba bloqueando el paso desde el otro lado. Enfoqué la luz hacia adentro y por la hendija de la puerta asomé la cabeza para intentar ver qué había en el interior de la habitación. Rápidamente pude ver un gran desorden, como si alguien guiado por una ira absoluta, hubiese arrojado muebles y sillas sin ningún cuidado.

Me alejé un par de metros para tomar carrera y le di una patada a la puerta. Lo que antes bloqueaba la entrada, ahora se había desintegrado en mil astillas. Era un cajón reseco y deteriorado, como todos los muebles que estaban en la habitación: Roperos, mesas de luz, cajoneras, camas, percheros, sillas... Todos desparramados y apilados caóticamente entre sí.

Me tomé un par de segundos para observar mi entorno y decidir por donde debía empezar a buscar. Por lógica, imaginé que la llave de la terraza debía estar dentro de algún cajón en medio de todo ese desorden. Así que comencé a apartar los muebles pequeños que dificultaban mi objetivo. No había quitado la primera silla cuando algo llamó mi atención: Mis pies sentían algo pegajoso debajo de las suelas, el piso en donde estaba parado contenía una sustancia gelatinosa muy extraña. Al acercarme más, pude notar que también olía muy mal. Sea lo que sea esa cosa, no quise tocarla. Así que me aparté un par de metros y retomé mi búsqueda.

La mayoría de los muebles estaban completamente vacíos, solo una cajonera de pequeña estatura tenía algunas pertenencias de la señora Velásquez. Entre sus cosas pude ver ropa, carteras y algunas alhajas. No sé porqué, pero tuve la impresión de que la billetera que había encontrado en la planta baja había salido de alguno de estos cajones.

Armándome de paciencia revolví cada recoveco de ese mueble, revisando prenda por prenda y bolsillo por bolsillo. Para mi suerte encontré la codiciada llave en una pequeña caja de metal debajo de un abrigo. Mi alegría en ese momento fue inmensa ¡Era como haberse sacado la lotería!

Salí de la habitación rápidamente y me dirigí a la puerta que conducía a la terraza. Con la oxidada llave en una de mis manos y con el celular en la otra, corrí bajo una motivada sensación de libertad.

Casi como si algo estuviese persiguiéndome, Introduje la llave de forma totalmente errática y apresurada en la cerradura. No había alcanzado a darle una vuelta, cuando un grito estremecedor me paralizó.

-¡Ayuda! ¡Por favor! !Ayuda!-

Era una voz joven y femenina que provenía de la habitación trece, justo en frente de donde había encontrado los muebles amontonados. No era un sonido espectral como los murmullos que ya había escuchado, esta vez sonaba como una persona real. Eran gritos de alguien que peleaba por su vida.

En ese momento pensé en darle otra vuelta a la llave y salir corriendo del hotel de una vez por todas. ¡Pero no lo hice!

Nervioso, guardé la llave en mi bolsillo y corrí hasta la puerta. Otro grito desesperado me heló la sangre.

-¡Ayuda! ¡Sáquenme de acá por favor!-

Giré el picaporte y de un salto me arrojé hacia adentro. Me sentí defraudado al ver que no había nadie allí, pero la habitación no se encontraba del todo vacía. Las paredes y el techo estaban cubiertos con aislantes de sonido. Tal como lo había visto en la aterradora habitación cinco del primer piso. Frente a mí, pude ver una terrorífica silla metálica con sujetadores rodeada por una enorme mancha oscura y pegajosa. Era exactamente igual a la mancha que había pisado en la habitación catorce.

Aprovechando la lucidez que me había proporcionado la adrenalina del momento y alumbrando con mi celular, recorrí todo el recinto con la vista. Mi corazón se aceleró estrepitosamente al darme cuenta de que esa asquerosa sustancia era ni mas ni menos que vieja sangre coagulada. Y que se agrupaba en esa parte de la habitación porque desde ahí era drenada por una pequeña rejilla ubicada exactamente debajo de la silla.

No podía soportar el horror que me causaba observar este tétrico paisaje, ¡Estaba impactado!

De pronto, un pequeño reflejo plateado captó mi atención. Provenía de la nauseabunda y oxidada rejilla. Sucede que Los rayos de luz proyectados por la linterna de mi celular habían refractado en la superficie de un pequeño objeto metálico causando este fenómeno. Reitero que debí haber salido corriendo en ese instante, abandonando el edificio para siempre, pero por razones que todavía no entiendo no lo hice.
Me acerqué al centro de la habitación, flexioné mis rodillas y extraje con absoluta repulsión el objeto de la rejilla. Era una pequeña medalla en forma de cruz cristiana que se sostenía por una delicada cadena de plata cubierta de porquería.

Cuando me puse de pie con la idea de irme de una vez por todas ya era demasiado tarde, sentí una fuerte presencia obstruyendo la salida a mis espaldas. Giré la cabeza rápidamente, pero no vi a nadie. Otra vez tenía esa horrible sensación de que no estaba solo, sentía el peligro en mi interior.

Como ya había pasado antes la luz de mi celular comenzó a parpadear frenéticamente. Sabia que lo que vendría no seria nada bueno.
El terror se apoderó de mis sentidos cuando decenas de espectros se materializaron ante mis ojos. El pánico y la impotencia se adueñaron de mi mente y mi cuerpo se paralizó. El grupo de seres oscuros avanzó hacia mí a un paso frenético y acelerado. Grité con todas mis fuerzas, pero el sonido fue opacado por cientos de murmullos.

-¡Es culpable!, ¡No la ayudes! ¡Asesina! ¡No la ayudes! ¡Tiene que sufrir!-

El secreto del Hotel MarsansWhere stories live. Discover now