SIETE

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Maratón guapo, 1/3.

El calor le estaba matando.

No sabía qué hora marcaba el reloj. Suponía que a aquellas horas, el insomnio ya había ganado la batalla y su aspecto debía ser más que bigardo. La única luz que alumbraba su habitación era la de la ventana, la cual siempre dejaba destapada para poder tener la luz de la noche. Las farolas se habían apagado en las calles y el frío de afuera congelaba.

Sin embargo, la casa en la que Yuri Plisetsky vivía, tenía calefacción central. Se había encerrado con pestillo por culpa de sus vergonzosos sentimientos hacia el DJ importando del extranjero quedándose en la habitación contigua por culpa de Victor, quién le había obligado a hospedar a Otabek en su casa por culpa de su calentura.

Tampoco es como si le desagradara.

Había marcado el lugar en donde Otabek le dio su audífono para que pudiera escuchar la canción que había estado manteniendo en secreto como un lugar enclave en su mente. Sin embargo, la música se le hacía distante y la letra aún más. Lo único que pudo recordar del momento fueron los ojos de Otabek, tan perdidos mientras él solo escuchaba lo que el mayor le estaba enseñando.

Su pijama de algodón le tapaba todo el cuerpo y las mantas eran tan gruesas que a veces sentía que debía sentirse poco orgulloso de aquello, si consideramos que él era alguien con una reputación intachable de punk rebelde. Claro, para el exterior. Ya había terminado de aceptar que para Victor y el resto, él no era más que un crío.

El calor le daba en la cara, y lo único que se le ocurrió fue mirar al techo y pedirle al universo que le dejara dormir. Su tan ansiado letargo no parecía querer llegar nunca, y se dio vueltas sobre el colchón tantas veces que no pudo llevar la cuenta.

Finalmente optó por levantarse de su cama. Una manta cayó al suelo junto con sus pies, que aterrizaron sobre la alfombra, que le alivió el calor de su cama. Se quitó sus calcetines y los lanzó a la suerte de donde cayeran, escuchando solamente el sonido de la lana impactar contra la alfombra. Caminó sobre la alfombra con los pies descalzos, intentando ver por donde pisaba, dando con la puerta. Se sabía aquel recorrido con tanta precisión que jamás fallaba, pero el hecho de que sus sentimientos hubieran estado jugando al waterpolo en su interior no ayudaba en nada a coordinarse.

Abrió la puerta de su habitación con lentitud, esperando escuchar el chirrido que siempre hacía. Pero no llegó, aliviando a Yuri, que dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo en su interior. Pasó por enfrente del arrimo que su abuelo tenía en el pasillo, en donde descansaba un marco de foto con Yuri mirando a la cámara con hostilidad y aburrimiento. Bufó al pasar por su lado, pensando en su versión pequeña. Él ya no era un niño.

Yuri había comenzado a desarrollar su carácter rebelde cuando tenía diez años. Había decidido que su abuelo era la única persona en la cual siempre podría confiar, aislándose del resto. Solamente le importaba ser el mejor en lo que hacía, el resto no importaba. Se exigía cada vez más, moviéndose cada día con más gracilidad y delicadeza; estirándose cada vez con más amplitud e ignorando las burlas del resto tan olímpicamente que jamás las recordaba. Yuri estaba hecho de piedra, pero como su maestra Lilia había dicho una vez, él era la piedra más preciosa de la pista. Tan agraciado, tan talentoso, y por sobretodo, tan dedicado.

Pero a la vez, tan subversivo.

Mientras movía sus pies, que inconscientemente le llevaban a la cocina por un vaso de agua, su adormilado oído captó un murmullo viniendo desde cera. Sus sentidos despertaron como luces encendiéndose, y su oído automáticamente renació de su corto trance.

Era la canción que Otabek le había enseñado en la costanera. Sonando, a las tres y media de la mañana. Yuri debía admitir que no era para nada mala, pero tampoco era como si le hubiera encantado. Sin embargo ahora no debía concentrarse en eso, debía encontrar una razón para que Otabek no durmiera y escuchara su propia canción psicodélica...

El único fundamento a estas situaciones que cada uno vive en su propio universo alterno, pero Yuri quería argumentos más coherentes.

Así que se confió de su propia manera de ser —tan directa y tan tímida al mismo tiempo— y abrió la puerta de una patada, sin importarle lo que el pelinergro podría haber estado haciendo a esas horas.

Lo que se encontró fue mucho peor de lo que se esperaba.

Una araña pasó por el lado de su pie, dando largas zancadas sobre sus horripilantes y peludas patas.


DJ OTABEK ¡! (OtaYuri)Where stories live. Discover now