Libro 1: Perdida en el oleaje.

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Comencé a leerlo despacio y tranquilamente, tenía una cubierta robusta de color amarilla y azulada, destacada en ella una silueta de una playa, y tenía también un tacto muy suave y a la vez regio. No sabía ciertamente si era un autor o una autora, se denominaba Kolo, para nada me sonaba de mis clases de literatura. En el primer capítulo que empecé a leer aparecía una mujer, aunque con diecinueve años para mí me parecía más una niña; estaba situado en el año 1607 y aquella muchacha se llamaba Roland Geoffrey, por la descripción de su físico fue imaginarla como una joven muy atractiva, era la dueña del Viento del Mar, un navío muy importante, pensé que era algo extraño para la época, pero ¿por qué una mujer no podía ser capitana? Sería fantástico haber dejado guardado el machismo en el siglo XVII, pero desafortunadamente eso no se había cumplido, ya que en mi época yo seguía siendo el mismo cero a la izquierda. Cerré los ojos un momento para descansar la vista por la escasa luz que me ofrecía la habitación, pero cuando los abrí todo había cambiado, estaba en un barco enorme con muchos hombres trabajando al duro sol, subiendo tablas, recogiendo y extendiendo las velas, etc. Comprendí que mí imaginación era más buena de lo que yo creía, hasta que oí una voz lejana que gritó: "¡Cuidado!", me di la vuelta y observé como una tabla enorme se precipitaba sobre mí y me dio en el abdomen. Caí fuertemente disparada de espaldas golpeándome la cabeza contra el hilo de escaleras que conducían a la parte superior donde está el timón; me desmayé.

Al cabo de más o menos una hora desperté en una cama abriendo los ojos poco a apoco. Era una habitación grande y lujosa para aquellos tiempo, ¿por casualidad había cambiado de sueño? No, no podía ser ya que aquella habitación estaba hecha mayoritariamente de madera, sería una sala del barco. De repente un hombre se despertó y me observó fijamente, se levantó y salió corriendo gritando: "¡Ya despertó, ya despertó, la señorita se ha levantado!"

¿La señorita, despertar? ¡Vaya por Dios! Ya lo recordaba todo, me había golpeado contra aquellas dichosas escaleras, pero ¿qué estaba haciendo yo en un barco? En seguida el hombre de antes entró corriendo de nuevo, seguido por un muchacho joven, alto, moreno de ojos verdes. Se sentó frente a mí y comenzó a hablarme. Su voz, era un poco aguda, pero era dulce, melodiosa, encandiladora.

-Disculpe a este impertinente señorita, mis hombres están desesperados, llevan sin catar a una dama desde hace meses -expresó en joven con arrepentimiento.

-Oh, disculpadme vos señor, no sé qué hago aquí...

-Mi nombre es Roland Geoffrey y soy la capitana de este barco, el Viento del Mar -dijo la chica con tranquilidad.

-Yo soy Anne, Anne Gallagher, y soy la institutriz de Mademoiselle Alisse. Soy de Edimburgo, pero nací en Londres hace ya veintiocho años. Disculpe si la he ofendido en algún momento... llamándola señor...

-¿Con que escocesa eh? Bueno hace años que no visito Escocia, no sois fea ni tenéis los dientes torcidos... Por cierto puede llamarme Roland.

-Está bien señorita, vos a mi puede llamarme Anne.

-Nos dirigimos a Santa Cecilia Anne, pronto atracaremos en el muelle, será mejor que se vista más o menos acorde a la ciudad, no queremos que la atraquen pensando que es vos una princesa. Puede tomar unas ropas mías... le estarán medianamente bien, están en ese pequeño armario de la izquierda.

Aquella pequeña con aire masculino se marchó hacia la cubierta, de un pequeño armario donde me indicó que debería haber unas vestiduras, era un traje de color granate, eso sí, muy bien cuidado, llevaba un corsé ajustado negro y por último la falda del mismo color granate, larga hasta el suelo con un poco de abertura a la altura de la rodilla. Tomé unas tijeras de un pequeño costurero y con cuidado corté la falda a la misma altura de la rodilla. No lo podía creer, se podía enseñar la pierna en aquel sueño. Me quité los zapatos de tacón y me puse unas botas negras que encontré bajo la cama.

Con aquellas pintas que parecía la amante del Calico Jack subí hasta la cubierta, esperaba poder volver a ver a Roland ya que debía explicarle mi situación y si podría volver al siglo XIX. La gente del barco seguía trabajando mientras yo intentaba dar con Roland y a la vez acostumbrarme al movimiento de la marea. Ella estaba en el timón, junto a otro hombre; subí aquellas escaleras que hace menos de una hora casi me quitaban la vida.

-Bienvenida Anne, te presento a mi lugarteniente, la persona más eficaz y segura de estos siete mares -dijo entusiasmada.

-Soy Finch señorita, para servirla. -dijo besándome la mano.

-No es necesario ese tipo de cortesía señor, no soy la reina Victoria. Por cierto Roland que he de pedirte de tu atención un momento. Verás soy...

-¡Rápido! -dijo Roland mientras atracábamos en el puerto. Después me lo explicas querida, ahora debo tratar unos asuntos de "comercio".

Descendimos con ayuda de una tabla y bajamos al puerto; el hedor a pescado de hace tres días, los griteríos de las gentes intentando colocarte cualquier baratija hacían de la isla, un paisaje un poco... molesto. Mientras Roland solucionaba sus asuntos con un hombre con pata de palo, yo caminaba sin rumbo por el mercado. De repente me topé con un puestecillo en el que una mujer ciega me pidió que parase, y me sentase con ella.

-Oh joven de cabellos dorados, venida de otro tiempo, es el destino que os paréis a hablar aquí con esta anciana.

-¿Cómo dice señora? -dije deteniéndome enfrente de ella.

-¿No deseáis saber quién es el amado que os guarda? -expresó con un tono embaucador. Anda, anda, siéntate jovencita.

Permanecí de pie, pero me acerqué a la vieja para escuchar aquellas mentiras jugosas que salían de su boca sin muelas.

-Oh sí, lo veo - dijo tomándome la mano.

"Un joven muchacho de cabello corto, encontrará a una niña de pequeña estatura, escucha lo que te digo no es ninguna tontuna; si joven muchacho por ella lucha, tu no tendrás gloria"

El puestecillo desapareció, y yo continuaba allí con los ojos cerrados. Roland se acercó a mí indicando que ya había terminado sus asuntos y que podíamos marcharnos, pero de pronto una niña pequeña se abalanzó sobre nuestros pies, agotada. Era muy linda y también tenía aspecto de muñeca. La pobre estaba cansada y Roland la ayudó a levantarse mientras la muchacha señalaba a dos hombres que la estaban persiguiendo.

-¡Rápido, llévatela al barco! -chilló Roland con fuerza mientras desenfundaba su espada.

Corrí con ella a cuestas cuanto pude por intentar protegerla y la subí rápidamente al barco, besé su frente y me bajé de nuevo en busca de Roland que peleaba fieramente contra los malhechores. Un hombre se colocó detrás de él y pretendía clavarle un puñal, aunque en un momento de desesperación mi parte salvaje interior emergió y tomó la pistola de un alguacil, apunté y con fuerza apreté el gatillo. Hubo un fuerte silencio en mi cabeza, y aquella bala consiguió acertar en la mano de mi objetivo que lleno de dolor tiró el cuchillo y cayó al suelo sangrando. Roland y Finch corrieron hacia mí y pudimos volver a subir al barco.

-Muchas gracias Anne, no querría saber que podría haber pasado si no hubieses aparecido de repente.

-No tienes por qué darlas Roland, has luchado muy bien.

Un nuevo silencio se formó en mi cabeza y la imagen de Roland comenzó a disiparse. Unos nudillos apretaban fuertemente la puerta de la habitación y consiguió abrirla.

-Señorita, vengo a buscarla de parte de Mademoiselle Alisse -dijo un hombre vestido de negro y blanco como si fuese un chambelán.

-En seguida -dije tocándome la cabeza y mirando a mis manos.

El libro había desaparecido y con él Roland y aquella pequeña niña a la que salvé la vida. Cogí los otros libros y los guardé bajo mi cama. Tomé mi abrigo y fui camino de la calesa que me llevaría a casa de mademoiselle Alisse. En mi vida, una persona, había despertado tanto amor sobre mis sentidos.

Anne Gallagher



Aquella tarde de inviernoWhere stories live. Discover now