Libro 2: Croquetas y wasaps

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  • Dedicado a Begoña Oro
                                    

Tres días más tarde volví de nuevo a mi apartamento de Edimburgo, había enseñado a la pequeña Alisse a hablar escocés; no es una lengua muy hablada en el planeta, pero es algo que me entusiasma.  Entré dentro, y seguía haciendo tanto frío, como el día cuando lo alquilé; encendí una vela y me preparé un caldo muy líquido para comer algo, pero entonces, vinieron los libros a mi cabeza. Me terminé el caldo rápidamente y corrí debajo de mi cama, allí estaban aquellos libros mirándome con su ojo interior. Cogí uno de ellos, al azar. He de decir también que la cubierta era muy rara, jamás había visto algo parecido, aparecía un oreja, un gran círculo verde, y también un bote con bolas amarillas. Lo más curioso, fue su título: “Croquetas y wasapsno sabía pronunciarlo, cocretás o wasaparás ni idea, era de una tal Begoña Oro, por el nombre pude deducir que era una mujer española, afortunadamente mi tía también lo era, (mi tía Dolores) y me enseñó español; y por lo de Oro… debía de ser una mujer muy rica.

Empecé a leerlo, la verdad es que aquellos capítulos eran muy cortos, y las poesías del principio me encantaron; todo trataba de una chica, llamada Clara, y por lo que pude deducir al primer momento, ella estaba enamorada de un chico. También conseguí leer que su abuela había muerto, sus padres separados y que tenía un amigo raro, raro que vestía siempre de negro. Dejé de leer un momento, aparecía la palabra “Gloss”, ¿qué era un gloss? Ni siquiera pensé que vendría en el diccionario. Me quedé dormida de tanto pensar y creo que pasaron un par de horas; cuando abrí los ojos me encontraba en un parque, de nuevo pensé… ¿Cómo narices he llegado yo aquí? Y de nuevo algo me golpeó la cabeza, era una especie de bola blanca y negra que me dejó caer al suelo. ¡Au! –exclamé con dolor. Una chica de pelo alborotado se acercó a mí  y me preguntó rápidamente:

-¿Se ha hecho daño señora? –dijo la muchacha con precisión.

-Tranquila señorita, creo que estoy bien, pero me he golpeado al cabeza. –comenté rascándome el pelo.

-Han sido esos niños traviesos, siempre jugando al fútbol sin mirar.

-¿Al fútbol? –dije muy extrañada, ¿Qué sería eso?

-Sí estaban jugando al fútbol, soy Clara, un placer.

La muchacha me ayudó a levantarme y pude incorporarme para hablar con ella.

-Oh, el placer es mío, soy Anne Gallagher.

-Ah, así que ¿es usted inglesa?

-Sí bueno… más bien escocesa, aunque mi apellido diga lo contrario.

-Verá si necesita algo… llamar a algún familiar o pedir un taxi avíseme –dijo Clara marchándose hacia un banco donde antes había estado acompañada, pero al llegar no había nadie.

-Clara… ¿te llamas así no? Ese chico con el que hablabas…

-¡No es nadie! Tranquila, es solo… un amigo.

-No hace falta que se ofusque señorita, se nota que vos lo ama.

-¿Cómo lo sabes?

-Por la forma en que lo miras, porque te ofusca no poder tenerlo a tu lado y porque no sabes cómo hacer para contentarle.

-Tengo que irme a casa ya… será mejor que tú te vayas también.

-Te contaré un secreto Clara, yo no pertenezco a este lugar, yo estaba en mi apartamento de Edimburgo leyendo un libro y de repente he aparecido aquí.

-Anda, vente, que hace frío ya me contarás otra historia en casa –dijo riéndose y pidiéndome que la acompañase.

Caminamos un rato en el cuál yo le expliqué que venía de tiempo diferente y también que no pertenecía a ese lugar; ella yo creo que me tomó por una chalada pues se reía, pero cuando llegamos a su casa me pidió que no hiciese ruido. Pasamos dentro y era una casa modesta, tenía un montón de utensilios que en la vida había visto antes.

-¡Moñaca, ven a ver esto! –sonó una voz desde el fondo.

-Es mi abuelo, no te preocupes, oye, ¿no vas un poco… anticuada? Perdona si te ofendo pero creo que esos vestidos ya no suelen llevarse…

-No tranquila, donde yo vengo si los compra la gente… es lo más nuevo que tengo.

Recorrimos un largo pasillo, y por fin llegamos al salón donde su abuelo, un hombre bastante mayor llevaba una especie de óleo debajo del brazo y también portaba un instrumento irreconocible a mi vista (un mando de televisión). Me quedé embobada mirando aquella caja negra en la que había personas hablando.

-¿Moñaca, quién esta chica tan guapa? –dijo el abuelo señalándome.

-Nadie abuelo, se llama Anne y se ha perdido, la he dicho que podía venir a casa.

-¿Tú sabes lo que pasará si se entera tu madre no?

-Pues mejor que no se entere, o tendré que contarle… ya sabes que…

-Anda, te he dejado unas galletas y un zumo en la cocina, sabría que vendrías a merendar.

-Anne, ¿te apetece merendar?

Mientras yo seguía embobada por la caja negra en la que las personas hablaban y se movían dije un “sí” algo cortado. Miré a Clara y la seguía hasta la cocina; allí también había otra caja negra, pero aquella tenía en interior negro, no como la otra.

-¿Qué es eso, Clara? –dije señalándole a la caja negra.

-Es una televisión, ¿tú no tienes?

-No, lamentándolo en mi época no tenemos de eso, pero bueno ya que estamos entre mujeres, cuéntame, ¿Quién es ese chico con el que hablabas?

-Un imbécil  guapo, un horrible guapo con sonrisa desarmante.

Sonó un pitido y ella sacó de su bolsillo una especie de aparato como la televisión solo que de un tamaño reducido.

-¿Y eso que es?

-Es un teléfono móvil, me han mandado un “wasap”

¡Ahora lo recuerdo! Se decía “wasap” eso era lo que ponía en la cubierta del libro.

-Era Unai, últimamente está de lo más pesado.

-Bueno, cuéntame ahora sí, ¿quién es ese guapo?

-Ese guapo se llama Lucas, y llevo colada por él… ni se sabe el tiempo, en fin, que  habíamos quedado para hablarlo, ya me entiendes, pero nada ha salido a pedid de boca…

-Y ese Lucas… ¿Te quiere?

-No lo sé, hablamos por teléfono y a veces en el colegio pero ahora lleva mucho tiempo que está distante y frío conmigo.

-Bueno, eso es normal, si habéis tenido un contratiempo, pero todas las heridas se curan, y la vuestra sanará, ya lo verás, yo misma hace… no sé cuantos años… allá por 1870 tuve una relación con un chico, se llamaba Charles Mooreside, era el aprendiz de la imprenta de Londres y comenzamos como tu dirías… a salir; pero la cosa salió mal porque él amaba en realidad a la hija del conde Rosvelt, en fin que yo me quedé sola y me volqué de lleno en mi trabajo que por entonces consistía en atender la oficina de telegramas y después medio criar a mademoiselle Alisse.

-Es maravilloso como lo cuentas… pero ¿cómo puedo volver a impresionarle?

-¿Porqué no pruebas a sonreír tu también? Una sonrisa desarmante como tú la llamas es lo máximo que Lucas espera de ti, busca cualquier cosa o detalle para impresionarle, o incluso haz cualquier locura que vea que te merece y tú a él. Te garantizo que funcionará, ya lo creo que funcionará.

La imagen de Clara fue haciendo borrosa, como me ocurrió hace días y yo sabía que tenía que volver al mundo real. De nuevo llamaban a mi puerta, me levanté y abrí despacio, allí había una niña pequeña que tenía un extraño parecido a Clara, y había venido a traerme una carta.

-¿Estás segura de que no nos hemos visto antes, pequeña?

-No lo creo señora, es la primera vez que vengo por aquí, me voy que hace mucho frió y se me van a congelar los huesos. –dijo sin más marchándose.

Aquella carta era de mi casero, especificándome que debía de abonar ya el resto del pago que me faltaba, con lo cual, no iba a perder el tiempo en reunir el dinero. Me marché hacia el banco para poder sacarlo.

Anne Gallagher

Aquella tarde de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora