Libro 5: Una Plegaria para el Sol

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Me  quedé mirando al suelo un rato. Era por la noche y supuse que mis vecinos los… uhm, no recuerdo el apellido ¿McCropt? Sí, supongamos que eran esos los que estarían de borrachera. Ambos hermanos (solterones de oro y ricos hasta las trancas) hacían unos eventos magníficos. Y pensar que cuando cumpliese los cuarenta yo sería como ellos… claro, que sin dinero. Sin irme por las ramas uno de ellos era bastante apuesto, y cuando me salía a comprar no dejaba de mirarme. Me sentía acosada, nerviosa, hasta que aquel día se dirigió a mí. Me decía que estaba invitada a las fiestas que organizaban casi todos los domingos. ¿Qué pintaba yo allí? Aunque bueno, no pasaba nada si solo iba… como su vecina. Me vestí apresuradamente y cogí un pequeño sombrero que denotaba algo de “elegancia”. Salí hacia aquella casa iluminada, en la puerta delantera una especie de portero me impidió el paso revisando una larga lista, pero al encontrar mi nombre me dejó pasar. Aquella casa se parecía mucho al Gran Hotel París de Madrid. Solo había estado una vez en mi vida en Madrid, en el año 1875, y fue para acompañar a la familia Olneix a que Alisse diera un concierto de piano. (Cabe destacar también que allí trabajaba mi tía Lolita o Dolores, de la que ya os hablé antes). El pequeño de los hermanos se acercó a mí nada más entrar, me tomó de la mano y me presentó entre sus amistades. Se llamaba Phileas, Phileas McGham. Alto, rubio, delgado pero fuerte, y lo que más me extrañó fue que tuviese solo veinticuatro años. ¿Un hombre guapo soltero? ¿Dónde se había visto semejante tontería? Charlamos a solas durante un buen rato y cuando acabó la fiesta me acompañó hasta casa. Sorprendentemente me dejó clara una cosa, no quería que nos enamorásemos todavía. Me pidió discreción, y yo se la concedí. Pasé dentro y me puse a recoger como una loca, el señor Rothermary vendría por la mañana a comprobar el estado del apartamento. Tenía sueño, y decidí leer el penúltimo libro. Total, me iba a dormir igualmente por aquella magia extraña.

No tenía encuadernación, más bien parecía un guión de un teatro. En efecto, al ver los diálogos lo comprendí. Se trataba de una obra de teatro llamada “Una plegaria para el sol”, extraño título francamente… ni que los personajes adorasen a Ra (el Dios egipcio). Un chico llamado Miguel Ángel Montes lo relataba. Un nombre muy largo para un autor, deberían de ser dos…, quizás gemelos, uno Miguel y el otro Ángel. Sí, sería eso.

Nada más leer la primera página me entraron ganas de saltar, una chica llamada Carmen luchaba por los derechos de las mujeres. Esa es la actitud, pensé.  Los diálogos eran muy continuados, sin faltas de ortografía,  y muy oportuno, apareció por fin el amor. Me encantaría leer algo que fuese como Romeo y Julieta. Allí iba Carmen y su amado Fernando, ah no, me cachis. Sólo eran amigos. Concilié el sueño con la rapidez que tarda en incendiarse uno de los troncos de la estufa.

Me desperté en una sociedad muy igual a la mía, y no por la vestimenta de la gente. Simplemente por los muebles que había, estaban muy bien cuidados y parecía que fuese una casa de ricos. Una joven entró en la habitación inesperadamente portando en su mano unas partituras y me miró fijamente.

-Discúlpeme, joven ¿puede indicarme donde me encuentro? –dije con elocuencia en inglés.

-Se encuentra en casa de los condes de Villanueva –respondió en mi idioma la muchacha con una pronunciación muy aceptable.

Al reconocer aquel título español le hablé en su idioma para entendernos mejor.

-Mi nombre es Anne Gallagher, soy la institutriz de Mademoiselle Alisse d’ Olneix.

-¿Madame Olneix? Creía que había fallecido hace tiempo…

-¿Cómo decís? Alisse tiene sólo doce años.

-Disculpad querida, yo soy Carmen la profesora de Claudia, la hija de los condes. ¿Me explica si me he equivocado de habitación? Me dijeron arriba a la izquierda…

-No verá es que…

Empezamos a hablar y le expliqué que había empezado a leer un libro que iba sobre ella, francamente sorprendida al explicarle que era de Edimburgo y que vivía en 1879 pareció importarle demasiado y me pidió que se lo relatase todo con franqueza. Después de media hora charlando salieron a la luz nuestra pasión por la enseñanza y confidencias.

-¿Así que tu amigo Fernando se ha mudado contigo a Madrid por eso? –mostré con un tono de comprensión.

-Sí, exactamente, sus padres son demasiado tradicionales y querían casarle con una mujer que no le corresponde, es increíble con los tiempos que corren…

-Pero, ¿no será en realidad que tú lo trajiste contigo porque en realidad tú lo amas?

Me desperté sobresaltada, volví al apartamento, pero no había sido como otras veces, y lo más importante, el libro seguía allí. Toqué una de las páginas y estas avanzaron por sí mismas hasta un determinado punto. Volví a caer rendida.

Ahora estaba en otra habitación, una muy parecida a la que vi antes allí en la otra historia, suponía que sería el segundo acto y que la trama habría avanzado. Abrí la puerta y me deslicé por los amplios pasillos esquivando las miradas de los astutos criados y de la ama de llaves. Llegué hasta una puerta donde se oían voces muy fuertes, y me asomé por la rendija de abajo, era un chico muy joven y apuesto, tal y como Carmen lo había descrito, suponía que sería Fernando, pero ¿cómo les habían separado en  medio de la obra? Yo no entendía nada. Oí unas pisadas, el joven se dirigía a la puerta, me levanté corriendo y me escondí tras una columna. Salió y dio un fuerte portazo.

-¡Esta cría no sabe de lo que yo soy capaz por proteger a mis allegados, se va a enterar! –dijo Fernando con un enfado que hizo que sus mejillas se sonrojasen y se pusieran como dos tomates. – ¡Ahora mismo me marcho de esta casa, avisaré al marqués!

Esperé tras aquella columna y vi como uno de los criados lo acompañaba con su equipaje fuera de la casa. Los seguí y a los pocos segundos salí yo también. Le seguí disimuladamente mientras caminaba y este se paró en seco. Divisó un banco y soltando la maleta contra el suelo se sentó.

-Tendré que decirle a Carmen que no puedo quedarme en Madrid, ya no tengo trabajo… -musitó y suspiró con resignación.

-Disculpa muchacho –dije carraspeando mi garganta.

-¿Es a mí? –expresó con total indiferencia.

-Así es, soy Anne Gallagher, la institutriz de Alisse d’ Olneix, hace un rato he estado con Carmen y me preguntaba sí…

-¿A Carmen? ¿Qué tal está ella? –me preguntó cortándome mientras hablaba.

-Sí, está bien, pero el caso es que…

-Necesito verla inmediatamente –se levantó veloz como un relámpago.

-Tranquilo Fernando, no me preguntes que porqué sé tu nombre, ya te lo explicaré todo con tranquilidad. ¿Qué es lo que ha pasado con esa niña? ¿Por qué has de proteger a los tuyos?

-Esa niña es una malcriada, y va a intentar que a Carmen…

La figura de aquel muchacho se volvió borrosa mientras yo misma me preguntaba ¿A qué? ¿Qué a Carmen qué? Pero nadie respondió a mi pregunta. Era por la mañana. Una figura me zarandeaba cuando desperté. Me preguntaba si estaba bien, y yo le confirmé que sí, que era lo que había pasado. Las cortinas de mi apartamento se incendiaron, y afortunadamente ningún mueble se había quemado. Aquella mujer venía de paseo y al ver el humo se percató de que algo iba mal. Gracias a ella estoy bien y mi apartamento también, en recompensación la invité a tomar un café conmigo. Nunca supe  que era lo que iba a intentar hace contra Carmen, pero como siempre el libro había desaparecido.

Finalmente, nos hicimos bastante amigas, su historia… uhm, la explicaré más tarde…

Anne Gallagher

Aquella tarde de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora