Libro 4: 101 Pájaros Volando

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Ya pienso que es imposible. ¿Cómo una persona puede quedarse durmiendo mientras lee un libro? No creo que sea magia, aunque, quién sabe. A lo mejor este mundo está regido por la magia del destino y no por un Dios que es “misericordioso”. Si tan misericordioso fuese como el párroco dice en esa iglesia, mi madre no hubiese muerto hace apenas dos años. Era una mujer trabajadora, buena, joven, y sana. Mi padre falleció cuando yo tenía catorce años y mi madre… digamos que se volvió poco cuerda. Mientras la trataban en una especie de hospital donde permaneció hasta que falleció, mi hermana Elizabeth (que por entonces tenía sólo dos años) y yo fuimos trasladadas al St. Robert College, un colegio distinguido para señoritas. Mi situación a parte de estudiar me obligaba trabajar como “bibliotecaria” para costearle a mi hermana la estancia allí. Mi adolescencia no fue muy fácil, ya que tenía que estudiar para convertirme en institutriz para ganar más dinero para mi hermana, además de ir a visitar a mi madre y también costearle la estancia en aquel “hospital”. Cuando cumplí veinte años, me contrataron en un palacete, dónde ejercí como tutora de la hija de los condes de Ashbury, y actualmente sigo trabajando en la casa de los Olneix. Mi hermana actualmente trabaja como costurera en París y solo se la permite salir los fines de semana, por eso la veo una vez al mes.

Definitivamente he decidido que voy a ir a comprar café, necesito mantenerme despierta para continuar leyendo el próximo libro que me tiene intrigadísima. Se llama “101 Pájaros Volando”, el título como suena parece una enciclopedia de aves, pero nada de eso. En la cubierta aparece la imagen de perfil de una mujer, muy guapa por cierto. El libro lo escribe una chica (supongo) llamada “Alba Nieto”, seráun seudónimo, jamás había oído que alguien se llamase como el amanecer, aún así, me encanta. Después de ir a un colmado cercano y comprar mi adorado café, lo he puesto a calentar mientras leía de nuevo una página, en la que explica la fatídica vida de una chica llamada Leire. Tomo una taza y me siento en la cama dispuesta a continuar. ¡Vaya por Dios, otro diario! ¡A cotillear!

Leire es una chica de Madrid, ahí lo comprendo todo, ambientado en España, espero no trasportarme mentalmente allí de nuevo (como con Clara). Pobre niña, dice que es el día de su cumpleaños y que llega enfadada a su casa. También dice que su madre no se ocupa nada de ella, y que apenas la conoce, al igual que a su padre. En pleno sentido, me siento como ella, aunque mi madre me enseñó a leer y a escribir, no comprendo porque no teníamos a penas relación. Pese a terminarme la taza de café, de nuevo, aquella “sensación” pudo conmigo. Me dormí.

Aparecí en un parque, tenía inmensos jardines y además un estanque enorme. Encima de una alta y gran roca, una niña estaba tumbada mirando las nubes pasar. Me acerqué cuidadosamente, puesto que no quería asustarla y que se cayese.

-¡Oye, baja de ahí o te vas a caer! –dije alzando un poco la voz.

Tras este hecho la muchacha giró la cabeza y me miró lentamente. Sentí un pequeño cosquilleo, era un perrito mordisqueando el bajo de mi vestido.

-¡Aparta de ahí animalito, esto no se come!

La chica vino hacia mí y tomó al perro en brazos. El animal al sentirse seguro lanzó un ladrido corto contra mí y ella le regañó.

-Cuánto lo siento señora, sólo lo dejo suelto para que disfrute un poco de libertad. Lo lamento si le ha causado molesta o algún daño –dijo la muchacha agachando la cabeza.

-No te preocupes cariño, ha sido entretenido. ¿Tú eres Leire verdad? –comenté intentando calmar la tristeza de la muchacha.

-¿Cómo lo sabes? ¿A caso eres de los servicios sociales? –preguntó la muchacha a la defensiva.

-¿Servicios sociales? –pregunté extrañada. ¿Qué es eso Leire?

La muchacha me miró a arriba abajo como si hubiese visto una loca, pero sin embargo no salió corriendo y quiso preguntarme más cosas sobre mí. Empezamos a hablar de nuestros gustos y aficiones, y al final acabamos contándonos nuestras penas. Quedé impresionada por lo que esa chica había pasado a lo largo de su vida. También quedó sorprendida cuando le comenté que yo vivía en Edimburgo, aunque lo que no dije fue que vivía dos siglos antes que ella, pues entonces sí que me hubiese tomado por una loca.

-Ciertamente Leire, yo también se cómo te sientes, pues perdí a mi madre hace dos años, y nunca tuvimos una relación muy buena.

-Es algo muy triste… ¿quieres venir a casa a almorzar algo?

-Me sentiría muy afortunada.

Y así fue, con algunas de las libras que tenía en mi bolsillo pudimos ir a cambiarlas al banco por euros y tomar el metro para ir a casa de Leire. No era una casa muy… grande, pero era muchísimo mejor que mi apestoso apartamento. Simplemente volvimos a la conversación y almorzamos pan con chocolate, un manjar delicioso. Mientras miraba a aquella muchacha relatarme su desdichada vida, podría ver en sus pupilas un fuego que pronto estallaría y se convertiría en una explosión. Y así fue, derramó una lágrima. La abracé contra mi pecho, la conocía desde hacía solo unas horas, pero la quería francamente como a una hija. ¿Y si el destino me permitía quedarme allí con ella? ¿Y si nunca volvería a despertar de aquel maravilloso sueño? Era lo que más deseaba en ese momento. Podríamos decir, y no me equivocaría que aquella niña despertó mi deseo de ser madre y poder cuidar de un ser querido, de abrazarla en los malos momentos, aconsejarla bien o mal, arroparla por las noches, de quererla.

Oí como unas llaves se hincaban en la cerradura de la puerta, afortunadamente Leire dejó puestas las suyas y el susodicho/a no podría entrar a no ser que nosotras abriésemos.  

-¡Maldita sea esta llave, me cago en la p…!

-¡Rápido Anne, es mi madre!… ¡escóndete! –dijo Leire con desesperación.

Corrí hasta su habitación mientras ella cogía las llaves y me seguía para esconderse conmigo. Permanecimos allí un buen rato hasta que los ruidos cesaron y se escuchó de nuevo un portazo. Menudo susto, casi se me escapa el corazón por el pecho. Cuando su madre se fue de aquella casa salimos sigilosamente del armario y Leire rió.

-Esto sí que ha sido emocionante, me ha gustado pasar este rato a tu lado Anne –dijo con una sonrisa en los labios. Espero que nunca te marches de mi lado dijo abrazándome.

-¿Recuerdas a los pájaros del parque Leire?

-Sí, ¿por qué?

-¿Y si pudiésemos salir volando como ellos y ser libres? ¿Vendrías conmigo?

-Claro jajaja, pero eso es imposible. –dijo mirándome con esa blanca y perfecta sonrisa.

Nuevamente la imagen de Leire comenzó a hacerse borrosa y en unos instantes, volví a mi apartamento de Edimburgo. Solté una lágrima que recorrió mi mejilla. ¿Qué sería de Leire después de mi llegada? No podía saberlo, puesto que el libro había desaparecido. En su memoria prometí que si alguna vez tenía una hija la llamaría Leire para recordar aquella niña, sus pájaros, su sonrisa.

Anne Gallagher

Aquella tarde de inviernoWhere stories live. Discover now