CAPÍTULO 20

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—¿Llego a tiempo?

Oír la voz de Bruno me sobresalta y hace que me gire para verlo entrar en el pequeño vestuario.

—Sí —digo colocándome la cofia mientras me encamino hacia la puerta. Necesito tomar distancia—. Pero no se demore cambiándose. Lo espero en la sala —agrego saliendo de la pequeña habitación.

Me lavo las manos con jabón antiséptico y me cepillo las uñas a consciencia, antes de colocarme los guantes de látex.
Cuando salgo de la sala de aseo me topo con Bruno que pasa a mi lado, rozándo mi cuerpo a propósito.

—¡Imbécil! —mascullo siguiendo mi camino.

Le oigo reír y eso me molesta más.

Cinco minutos después se reúne conmigo en la sala de autopsias.

—¿Qué dice el informe policial?

Que venga en plan profesional me alegra.
No podría soportar tener que estar lidiando con sus jueguitos mientras intento hacer mi trabajo lo mejor posible.

—Cuerpo femenino, identidad desconocida, edad: entre veinte y veinticinco años. Fue encontrada junto al río Santa Lucía. Creen que puede tratarse de una chica denunciada como desaparecida hace unos días—relato de memoria lo que leí minutos antes de que él llegase.

Bruno suspira y mueve la cabeza de un lado a otro en un intento de relajar los músculos del cuello.

Me quedo viéndolo. De pronto se me antoja que sean mis manos quienes masajeen ese fuerte cuello y por qué no, también su espalda...

—¿Dulce?

Veo la mano de Bruno pasearse frente a mi cara y parpadeo un par de veces.

—Lo lo siento. Me dis distraje—balbuceo.

Bruno aprieta los labios para  contener una sonrisa, pero sus ojos brillan juguetones.

—Concéntrese, doctora Martínez —me dice y se acerca a la fría mesa de acero inoxidable.

Lo sigo en silencio.
¿Qué puedo decir, cuando me ha pescado viéndolo embobada?

Tomo mi lugar del lado derecho de la mesa.

—¿Lista? —pregunta Bruno mirándome a los ojos mientras toma con sus manos el extremo superior de la blanca tela que cubre el cuerpo.

Asiento sin perder el contacto con sus profundos ojos azules que me miran curiosos.

Cuando lentamente sus manos destapan el rostro de la mujer, ahogo un grito de horror.

—¿Estás bien? —se preocupa Bruno volviendo a cubrir el cuerpo.

—Sí —replico segura —. Lo siento... es que no esperaba encontrarme semejante atrocidad.

El rostro se encuentra irreconocible. Ha sido brutalmente golpeado y está repleto de magullones, y ciertas partes están en carne viva.

—¿Quieres tomar un poco de aire?

¿Y darle motivos para que diga que soy una blanda y no aguanto nada?

¡Ni loca!

—No, estoy bien —vuelvo a asegurar—.Me he sorprendido,  nada más.

—Bueno continuemos entonces, doctora.

—Sí continuenos...

Hago un primer examen superficial al cuerpo.
No sólo su rostro ha sufrido graves lesiones, sus muñecas muestran signos de haber sido amarradas con una gruesa soga. Sus brazos tienen magullones y los dedos del agresor marcados en su piel.

Dulce LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora