CAPÍTULO 22

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Un par de horas más tarde dejamos el hospital.
Bruno permaneció a mi lado en todo momento. Atento a lo que pudieramos necesitar mis padres y yo.
Le dije más de una vez que no era necesario que se quedara pero él ha insistido en acompañarme.

Camino a paso lento hacia su auto, con su brazo alrededor de mis hombros y mi cabeza descansando sobre su pecho, sintiéndome contenida como nunca en mi vida.

El aroma de su colonia inunda mis fosas nasales, tomo un  respiro profundo y cierro los ojos por un segundo dejando que la sensual fragancia invada mis sentidos.

—Gracias — murmuro una vez que llegamos al auto.

No dice nada, me abre la puerta y me ayuda a subir y recién cuando se acomoda a mi lado habla.

—No fue nada, Dulce.

—¿Cómo que no fue nada? Has pasado horas aquí conmigo sin tener ninguna obligación de hacerlo...

Bruno sólo se encoge de hombros.

—Quise hacerlo, Dulce. No te sientas mal por mí —habla con firmeza y su mano vuelve a posarse en mi rodilla.

Ignoro el efecto que surte su mano en mi pierna y le sonrío agradecida.

—Lamento que tus planes se hayan arruinado por culpa del inmaduro de mi hermano...

Había entrado a verlo cuando lo devolvieron a su habitación. Tenía una pierna enyesada y un vendaje en su cabeza pero lo único que verdaderamente le importaba era su bendita guitarra la cual se había roto en el accidente.
Me dieron ganas de matarlo, pero fue tanto el alivio por verlo a salvo que lo único que hice fue abrazarlo con ganas, como cuando éramos pequeños y yo me colgaba de su cuello cuando llegaba del colegio. Solamente cuando le oí quejarse de dolor le solté.
Cuando supo que Bruno estaba allí quiso verlo, creo que fue más bien para serciorarse de que era verdad, y tanto insistió para que lo llamara que al final terminé accediendo.
Por supuesto que le dije a Bruno que no era necesario que lo hiciera si no quería. No pretendía seguir exponiéndolo a situaciones engorrosas. Sin embargo una vez más estuvo dispuesto a colaborar, y entró conmigo a ver a mi hermano.

Fue extraño verlos. Prácticamente desconocidos pero parecían congeniar muy bien.
Sentí una opresión en el pecho al recordar que todo era una farsa.

—¿Inmaduro? No exageres, Sweety. Fue un accidente.

—Sí, Bruno. In-ma-du-ro ¿O cómo explicas que se preocupe únicamente por su bendita guitarra, cuando el accidente pudo costarle la vida? —replico molesta.

Bruno me mira divertido. Quita su mano de mi rodilla y la lleva a mi cabeza.
—Está bien, tranquila —se mofa revolviéndome el cabello.

—¡Quieto! Esa mano se sentía mejor sobre mi pierna—bromeo y enseguida me doy cuenta que debería haberme quedado callada.

Dicen que toda broma en el fondo tiene escondido algo de verdad.

Avergonzada por lo que acabo de confesar, en broma o no, esquivo su mirada inquisitoria y me concentro en mirar por la ventana.

Bruno no dice nada, pero su mano tampoco vuelve a mi rodilla; sino que la lleva al volante.

En el ambiente se genera una energía extraña.
Durante los minutos siguientes en el interior del vehículo sólo hay silencio; hasta que la voz ronca de Bruno lo rompe.

—Tienes razón... mi mano se sentía bien allí —Me vuelvo a mirarlo, entonces me regala un guiño, pero enseguida cambia de tema —. ¿Tienes hambre?

La verdad es que hasta ese momento no me había dado cuenta del apetito que tenía.

—Muero de hambre.

—¿Cenamos juntos?

—Mejor en otra ocasión. Estoy muy cansada y todavía debo ir por mi auto... ¿Podrías llevarme hasta el laboratorio?

—Tengo una idea mejor, te llevo a tu casa y luego me encargo de recoger tu auto.

Lo miro confundida.

—Si confías en mí como para que lo conduzca, claro está.

—Sí confío pero, yo necesito mi auto para llegar mañana al trabajo.

—No lo necesitarás, Sweety. Quédate con el mío. Yo me tomó un taxi hasta el laboratorio y me quedo con el tuyo. Mañana hacemos el cambio.

—¿Seguro?

—¿De querer dejarte mi auto? La verdad, no. Pero tampoco es buena idea que conduzcas sola, cansada y de noche.

—Vaya... ¡Que considerado, doctor Bernech! — exclamo haciéndolo reír.

Cuando llegamos a mi casa me acompaña hasta la puerta.

—¿Quieres pasar? —pregunto no sé muy bien por qué, si ya había rechazado su propuesta de cenar juntos.

Bruno seguramente se ha percatado de mi incomodidad porque niega con la cabeza lentamente. Toma entre sus dedos un rebelde mechón de mi cabello y lo coloca detrás de mí oreja.

—Mejor descansa —Su voz es como una caricia —. Ha sido un día muy largo.

—Y de muchas sorpresas —digo al recordar el momento en que lo vi aparecerse en la sala de autopsias haciéndose pasar por un estudiante; recuerdo que ahora me parece muy lejano.

—De gratas sorpresas —Me regala esa sonrisa capaz de hechizarme y debo reconocer que después de todo no ha sido tan malo volver a verlo.

Finjo pensar un momento.

—No, la verdad que no han sido tan malas después de todo, doctor Bernech.

Bruno se ríe, juega con las llaves del auto haciéndolas girar en su dedo y luego da un paso al frente acortando la distancia entre los dos.

Estira su brazo y tomando mi mano derecha aprovecha para dar un nuevo paso hacia mí.

Ahora tengo su cuerpo pegado al mío, y puedo sentir un centenar de mariposas despertar en mi estómago.
El corazón me bombea fuertemente como si fuese a salírseme del pecho.

Cuando se inclina suavemente sobre mí, humedezco mis labios en un movimiento innato.

Su boca se acerca peligrosa a la mía, cierro mis ojos anticipando el momento del beso.
Siento su cálido aliento bañar mi piel cuando sus labios recorren la línea de mi mandíbula.

—Ten cuidado con mi auto, Sweety —susurra entonces sobre mi oído dejando en mi mano la llave de su auto.

Abro los ojos lentamente, mi respiración es agitada y lo miro confundida mientras él parece acariciarme con la mirada.
Acaricia mis labios con suavidad usando la yema de sus dedos.
Yo permanezco inmóvil, creo que estoy comenzando a derretirme mientras me ahogo en esos pozos azules que me miran con intensidad.

—Descansa, Dulce —vuelve a susurrar en mi oído—. Te veo mañana—Da media vuelta y detiene un taxi que atina a pasar por allí.

Me quedo observando su partida, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada.
Tardo un momento en moverme, todavía temo que mis piernas no sean capaces de sostenerme.

¿Y mi beso?

¿Qué ha sido todo esto?

¿A qué está jugando?















Dulce LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora