CAPÍTULO 32

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Mi corazón todavía late acelerado por las palabras de Bruno cuando éste aparca el coche frente a un bonito chalet ubicado en una exclusiva zona de la ciudad.

—¿Aquí vives? — pregunto mirando hacia la casa. Es enorme y aún en la oscura madrugada se distingue lo hermosa que es.

—Aquí vive mi hermana con Claire. Es la casa de mis padres, ellos se la dejaron cuando se fueron del País —me cuenta mientras se deshace del cinturón de seguridad. Luego se gira hacia el asiento trasero —. ¿Puedes ayudarme con ella?

Observo a la pequeña, que duerme plácidamente ajena a todo lo que hemos estado hablando.
Siento una opresión en el pecho al pensar que estuvo tan cerca de perder a su madre. Me pregunto si por la cabeza de Marlene pasó en algún momento su hija antes de ingerir toda esa cantidad de pastillas. ¿Tan desesperada y perdida se sentía como para querer terminar con su vida sin importarle dejar solita a su pequeña?
Nunca terminaré de entender la psiquis humana y sus debilidades... ¿Qué nos lleva a tomar ciertas decisiones sin calibrar la magnitud de las consecuencias?
¡Tantas personas que deseosas de vivir, por alguna jugarreta del destino terminan en una fría mesa de autopsias y otras que teniendo miles de razones por las que seguir adelante toman la decisión de acabar con su vida!
Sé que muchos dirán que el suicidio es de cobardes, sin embargo yo creo que se tiene que ser muy valiente para llevarlo a cabo. No creo que cualquiera tenga las agallas necesarias para hacer algo así.

—¿Dulce? —Bruno me saca de la burbuja en la que estoy envuelta —. ¿Me ayudas?

—¡Oh, claro! Sí, llevémosla adentro.

Una vez que carga en brazos a la niña caminamos unos pocos metros hasta la entrada.

— Sweety... ¿Si te pido que metas tu mano en el bolsillo del jean para quitar las llaves de la casa, prometes no tentarte y tocar más de lo debido?

—¡Tranquilo, señor irresistible, Dios de la seducción, intentaré contenerme! —Mi tono sarcástico lo hace sonreír —. Además su trasero tampoco me vuelve tan loca —miento para bajar su ego.

—No están en el bolsillo trasero, Sweety. Están en este de aquí.—Me indica el bolsillo delantero izquierdo de su pantalón —. Intenta no tentarte demasiado—agrega con un guiño y una sonrisa maliciosa que lo hace lucir adorable, totalmente comestible.

Resoplo fingiendo que sus palabras me ofenden, porque la verdad es que la idea de hurgar en esa zona me resulta bastante atractiva, y con decisión meto mi mano donde me indicó que tenía las llaves.
Siento su cuerpo tensarse y entonces ahora soy yo la que sonríe burlona.

—¿Seguro que no quiere que toque más de la cuenta, doctor Bernech? —digo en el momento que obtengo las llaves y retiro la mano.

—Doctora Martínez, le juro que si fuera otra la situación ya nos habríamos tocado y besado hasta la sombra. Pero tenemos compañía y... —suspira con resignación —. ¿Puedes abrir?

Se muestra apenado. ¿Por qué?
¿Creyó que hablaba en serio y se siente mal por rechazarme?

Me dispongo a hacer lo que me ha pedido, pero siento la necesidad de tranquilizarlo. De hacerlo saber que no tomé sus palabras como un rechazo.

Apoyo mi mano en su brazo.

—Tranquilo, sólo estaba jugando. Al igual que tú. Ahora lo que importa es ocuparnos de Claire.

Abro la puerta y dejo espacio para que primero ingrese él con la niña.
¡Es increíble que no se haya despertado con todo el movimiento! Pero es mejor así.

Entro tras ellos, Bruno ha ido encendiendo algunas luces. La de la sala y las que están dispuestas para iluminar la escalera que con seguridad conduce a los dormitorios.

Dulce LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora