El Poeta Enamorado y El Espíritu Intransigente

260 19 11
                                    



Oneshot - Yamaguchi x Tsukishima


Fue una tarde de primavera cuando Tsukishima encontró una carta entre las páginas de su cuadernillo. El primer y último símbolo de amor que recibiría durante el resto de su vida estudiantil. Después de todo, no creía que pudiera aceptar otro después de lo que hizo. El perfume de las flores acariciaba su rostro junto a la ventisca que en ese momento entraba por la ventana y deslizó ese sobre perlado sobre su regazo. Un sobre que resaltó su pasión por el origami, ciertamente un placer visual para él, en todos sus dobladillos.

– Perfecto... – sonrió Tsukishima. Pese a ser un muchacho fríamente calculador y de ego pronunciado, alguien que empuña una fiel bandera que deletrea la palabra "decepción" en aquellos que buscaron impresionarlo, tuvo una muy buena primera impresión – Sí...

La superficialidad de la carta se encontraba a un soplo de ser una porno para cualquier partidario del orden o de la pulcritud. Era simétrica y destellante sin ser excesiva; porque eso hubiese sido un error. Aquello hubiese expresado la vanidad del hombre, y no estaba dispuesto a recibir ofrenda que no fuera humilde y bello; como el del individuo que forjó ésta perfecta espada reluciente para él. Abstraído en el equilibrio del dobladillo, la giró en búsqueda de alguna firma o atisbo que evidenciara al mensajero; sin poder encontrar una sola mancha de tinta que deshonrara la virginidad de la misiva. Tsukishima la aceptó.

Juzgando por el cuidado y el manejo de cada detalle, definitivamente debía tratarse de alguien que lo conocía como la palma de su mano. O, mejor dicho, creía conocerlo como la palma de su mano. Porque a pesar de que la carta era un guante hecho a su medida, él no aceptaría que complacía todas sus expectativas; no importaba cuanto la amara o estuviera mentalmente preparado para admitirlo. Sin embargo, éste era especial... y un escalofrío recorrió la extensión de su espalda en lo que vio a Yamaguchi, su mejor amigo de la infancia, atravesar el umbral de la puerta, sin esperarle para ir juntos al gimnasio.

– Yamaguchi – suspiró él con incredulidad, persiguiéndolo con la mirada hasta el instante en que su sombra desapareció por completo del suelo – ¿Qué tienes que decirme?

Tsukishima abrió la carta sin ninguna prisa. Sí, también era partidario de la puntualidad; pero tras comprobar en su reloj de muñeca que Yamaguchi no sólo había anticipado los detalles que lo cautivarían, sino también en el tiempo que emplearía para leerla, sumado a su habilidad para leer extraordinariamente rápido, aventuró a leerla en la comodidad de su escritorio personal... pues tenía todo el tiempo del mundo; el mundo que su mejor amigo le facilitó para leer la carta con la mejor compañía: la soledad. Mientras abría el sobre perlado, pese a que no tenía una firma, tuvo la certeza de que era de Yamaguchi.

Y, en efecto, ahí estaba. La conocía desde su infancia y le había acompañado en la salud y la enfermedad, cuando debía ausentarse o trascribir las asignaturas impartidas por los maestros: la caligrafía de Yamaguchi. Conceptuando el orden de las palabras, la perfecta alineación entre oraciones y la simetría del texto sobre el papel, Tsukishima sintió estar en la gloria al recorrer la mirada en el maravilloso cuadro que sostenía entre sus manos. Sin embargo, bajo su exigente percepción, se avistaron ciertas anomalías en el contorno de algunas palabras; y bajo su humilde opinión grafológica, la psicología de las personas expuestas en el diseño de su escritura, éstas alegaban haber sido empuñadas en el papel bajo un predominante sentimiento. Sin lugar a dudas, Yamaguchi había sucumbido al...

– Miedo – susurró, y las oraciones parecieron temblar en su presencia. Sí... era miedo.

Pero... ¿miedo a qué? La cuestión excitó su curiosidad y Tsukishima abandonó su singular superficialidad. Después de todo, ya estaba convencido de ella; al menos dentro de una escala del ocho al diez. Tal vez un nueve, considerando que Yamaguchi había logrado lo que, era obvio, nadie podría en siglos: sorprenderlo. Yamaguchi no había atentado en la pureza de su presencia y le había concebido lo que ningún millonario podría comprar ni con todo el dinero del mundo, tiempo. Ciertamente una inusual y extravagante firma de alguien que carecía de encanto, para cualquier severo que poseía sensibilidad artística. Y ni hablar de la proporción texto-papel, que lo tenía sin aliento. En fin, comenzó a leer.

Dos de Corazones (Oneshot & Headcanon - Haikyuu!!)Where stories live. Discover now