Capítulo 17.

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Capítulo 17.

"Esta noche, cuando las niñas se duerman, después del concierto, te espero en el vestíbulo del hotel. Ven abrigada, que el verano casi acaba y las noches han comenzado a refrescar.

Johann".

Renée sonrió al leer la nota que tenía entre sus manos; Johann no dejaba pasar ni una oportunidad para estar con ella a solas y pasar tiempo de calidad como novios, algo que era una proeza considerando que ambos siempre estaban rodeados de gente, ya fuesen los hermanos de él o los amigos de ella.

Hacía apenas unos cuantos años hubiera sido imposible siquiera pensar que Johann podría ver a Renée con otros ojos que no fueran los de un hombre que mira a una persona que le es útil (ya ni digamos verla como mujer), pero de alguna manera Renée había logrado colarse al corazón del joven pianista, tan maltratado por la vida, y lo había ayudado a curarse. Con cierto dolor, la chica recordó esas épocas en las que Charlotte Weiss había hecho acto de presencia para tratar de conquistar a Johann y (según había averiguado después), robarse la fortuna de los Lorenz de una forma en la que nunca podría hacerlo su padre, Konrad. Sin embargo, cuando Renée conoció a Charlotte, la primera estaba convencida de que la segunda se había ganado el amor de Johann, por lo que Renée se había marchado de la vida del pianista sin despedirse, un error que por fortuna pudo corregirse años después, irónicamente gracias a Jan, quien nunca se imaginó que por voluntad propia iba a dejar a su entonces novia en brazos de su rival.

Pero no era momento de recordar el pasado. Sea como fuere, a Renée le gustaba que Johann tuviese sus detalles románticos con ella para hacerle ver cuánto la amaba; conociendo su carácter, seguramente el joven aún se sentía avergonzado por el comportamiento desenfrenado que tuvo en Alguer, de manera que quizás por eso le estaba reservando a Renée una noche especial en Venecia. ¡Sería algo único, sin duda! Venecia es una de las ciudades en donde mejor se puede ser romántico, todos los que la habían visitado alguna vez lo sabían. ¿Qué sorpresa habría preparado él para ella?

Ese día prometía ser maravilloso: mientras Alexander y Johann se alistaban para el concierto de esa noche, Renée dibujaría en la plaza de San Marcos y terminaría los bocetos que inició el día previo, después ella comería con su prima y amigos, sometería a Patrick al tormento de una nueva visita a las tiendas de ropa y zapatos, y por último pasearía hasta que llegase la hora de prepararse para el concierto, tras el cual Johann la llevaría a un lugar desconocido para compartir un momento íntimo. ¡La simple idea le emocionaba! Y no era porque esperara tener sexo con Johann, sino porque de verdad ansiaba pasar un rato a solas con él, algo que podía considerarse un lujo con Alexander, Nadja, Patrick y Antje pululando a su alrededor (Adrianne nunca había sido un problema, ella era la única que parecía entender que Johann y Renée necesitaban su intimidad y se alejaba cuando los otros dos querían pasar un tiempo a solas; por supuesto, había que admitir que Antje era más comprensiva y receptiva que sus hermanos, y también se marchaba si sentía que estaba sobrando).

Sin embargo, a pesar de la felicidad que la notita le producía, Renée sintió cierta desazón gracias al par de idiotas que tenía como prima y mejor amigo, es decir, Adrianne y Alexander. Si bien el día anterior era Adrianne la esquiva y Alexander el arrepentido, ese día era ella quien se veía avergonzada mientras que él lucía incómodo. ¿Qué rayos había pasado entre esos dos? Pareciera como si la noche les hubiese invertido los papeles, o quizás era que algo había pasado entre ellos, algo de lo que Renée no estaba enterada pero, ¿qué podría ser? Cuando Renée despertó, a mitad de la noche, Adrianne ya estaba recostada y dormía profundamente, o al menos eso parecía. Por la mañana, si bien la reportera actuaba de manera extraña, Renée no sospechó nada hasta que vio a Alexander en el restaurante y notó la forma tan evidente en la que él las evitó a ambas. Durante un momento, Renée estuvo tentada a ir tras él y pedirle explicaciones, pero se dio cuenta de que, cualquier problema que tuviesen Alexander y Adrianne, ellos debían resolverlos como el par de adultos que se suponían que eran. Así pues, en vez de eso, Renée se dirigió directamente a Johann y, en uno de sus clásicos impulsos, lo abrazó con fuerza, besándolo repetidamente en ambas mejillas y en la nariz.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora