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Desperté, como cualquier otra mañana. Sólo que aún con más ganas de morir que ayer, aunque a veces creo que es imposible tener más ganas de morir. Me di una ducha rápida, me vestí y bajé para tomar mi desayuno.

Mi nombre es Leonardo, pero la gente me suele llamar Leo. Tengo 23 años, y, como todos, vivo una vida miserable.

—Buenos días, hijo —saludó mi madre.

—¿Qué tienen de buenos? —le respondí, ganándome una mala mirada de parte de ella.

Vivo con mis padres, en contra de mi voluntad.

Con mucho cuidado de no tocar ni a mi madre, ni a la mucama, tomé un tazón, cereal y leche, para desayunar, desayuné. Después de eso tomé mis guantes y cubre-boca para salir a la calle.

Tengo una condición un tanto peculiar. Soy alérgico a la piel humana. Todos tienen en la piel una toxina a la cual soy terriblemente alérgico, y la cual no tengo, que me hace ser muchísimo más vulnerable a las enfermedades.

Cuando nací, el primer contacto que tuve con la piel humana no fue ni con el doctor ni las enfermeras. Fue con mi madre. Después de que me bañaran y pusieran ropa para cubrirme, me llevaron con ella y me dejaron en sus brazos. Segundos después de que ella me tocara comencé a llorar. Manchas rojas habían salido en todo mi cuerpo, y mi rostro era completamente morado.

Por eso mismo no tengo muchos amigos. Ni mis parientes me hablan. Y mi padre me ignora.

Caminé al trabajo. Soy el que maneja el teatro de mi padre, el más prestigioso de todo Broadway.

Soy hijo de una ex-cantante de ópera, y del dueño del más prestigioso teatro de Broadway.

Llego, todos me saludan, llego a mi oficina después y me pongo a hacer papeleo. Ésa es mi vida.

Termino con el trabajo, y regreso a casa. Ceno con mis padres y me escondo en mi habitación hasta el día siguiente. Para repetir lo mismo, una vez más.

No es una vida de la cual debería quejarme. Pero tampoco deseo que la rutina siga por siempre. Quiero algo que, por lo menos unos minutos, me hagan tener ganas de respirar. Que triste que eso sea imposible.

Al día siguiente sucede exactamente lo mismo. Exceptuando el hecho de que ahora soy juez para un casting para una obra nueva.

Todos actúan muy bien, pero todos son unos mentirosos. Para decidir quién se quedaba con el papel principal masculino de la obra decidí hacerle la misma pregunta a todos los concursantes. "¿Por qué actúas?"

Todos respondieron con un: "Porque es mi sueño desde que tengo memoria.", "Porque es algo que amo.", etc. Todo eso son mentiras. Sólo quieren fama y dinero, eso se les puede ver en el rostro.

—¿Por qué actúas? —pregunté por milésima vez, ya cansado de escuchar la misma respuesta.

—Porque no puedo sentir nada. Y al actuar, puedo fingir que lo hago —respondió el chico de cálidos ojos, y cabello de fuego—. Mi nombre es Romeo, y le puedo prometer que soy el adecuado para el papel. Tal vez no pueda sentir algo verdadero, pero soy genial fingiendo.

Excepto túWhere stories live. Discover now