Sept

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Debería intentar tocar a alguien.

Pero...

¿Y si sólo puedo tocar a Romeo?

¿Y si toco a alguien más y muero?

El sonido de alguien intentando abrir la puerta de mi habitación interrumpió mis pensamientos.

—Hijo, soy yo, abre la puerta —dijo mi madre del otro lado.

Me levanté sin ganas de hablar con ella, le abrí la puerta y me alejé de inmediato.

—¿Qué necesitas? —pregunté.

Me miró con tristeza.

—Llegaste a la casa con una mirada extraña en tu rostro.

Sus palabras me hicieron recordar a Romeo. Mis mejillas se encendieron y mi corazón comenzó a latir muy fuerte.

—Tu vida no ha sido fácil, cariño —dijo y suspiró—. Has pasado por muchas cosas, cosas que te han alejado de las personas y de una vida normal.

—Madre, no necesito esto en este momento.

—No quiero darte la plática de siempre.

—Entonces, ¿qué quieres?

—Quiero saber qué es lo que le sucede a mi hijo.

Bufé.

—Creo que ya no soy alérgico a la piel.

—¿Qué dices?

—Yo... Bueno, alguien me tocó y no me dio una reacción alérgica —dije—, tal vez mi cuerpo se hizo más resistente y ya no soy alérgico.

—¿Estás seguro que te tocó? ¿No fue sobre la ropa o algo parecido?

—Me besó, madre.

Mi madre se tapó la boca expresando sorpresa.

—¡Hijo, diste tu primer beso! —dijo sorprendida—. ¿Cómo es ella? ¿Es linda?

—Madre, te estás desviando del tema...

—Oh, sí, lo siento —dijo arreglándose el vestido—. ¿Quieres intentar tocar a alguien más?

Asentí.

—Bien... Tengo que traer el botiquín de primeros auxilios, por si algo sale mal —dijo eso y salió de la habitación, unos segundos después volvió a entrar. Puso la gran caja sobre mi cama, sacó la inyección que me ayudaría si tengo una reacción alérgica y me la tendió.

Negué con la cabeza.

—Creo que deberías de ponérmela tú —dije.

Ella asintió.

—Bien, hijo, dame la mano.

Con muchos nervios acerqué mi mano a la suya. Yo estaba temblando, y ella también.

Ninguna madre quiere hacerle daño a su hijo.

La toqué. Llevaba años sin tocarla.

Al principio solos sentí el fuerte calor que sus manos emanaban, pero, poco a poco comencé a sentir un fuerte ardor.

Me separé de ella y miré mi mano.

Estaba roja, parecía como si un mosquito gigante me había picado.

Se comenzó a hinchar, y el ardor comenzó a recorrer mi brazo.

Sentí un gran alivio cuando la aguja se clavó en mi piel soltando la medicina para contrarrestar el dolor.

—Lo siento, al parecer me equivoqué —dije.

Ella suspiró, tomó todas las cosas, y con cuidado de no tocarme dejó dos pastillas en mi mano.

—Tómalas, son por si acaso —dijo—. Te quiero, hijo.

—Y yo a ti, madre.

—Espero que te vaya bien con esa chica.

Salió de la habitación y cerró a puerta.

Creo que olvidé el pequeño detalle de que la persona que me dio mi primer beso era un chico.

Romeo.

Excepto túWhere stories live. Discover now