Trois

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No lo pensé bien. Ahora estaba junto a él, caminando al estacionamiento. Sin saber que rayos sucedía dentro de su extraña mente.

—¿Por qué no sabe conducir? —me preguntó.

—No lo creo necesario. Si necesito ir a algún lugar alejado o no se puede ir a pie, uno de mis trabajadores puede llevarme.

Rodó los ojos.

—Debería aprender a valerse por si mismo.

Esta vez yo rodé los ojos.

Llegamos a su automóvil. Un deportivo rojo, justo como lo pensaba. Me paré a un lado de la puerta de copiloto, esperando a que él abriera la puerta por mi.

—Oh, no. Este no es —dijo, y señaló algo atrás— Es éste.

Un clásico. Un maldito auto clásico. Eso sí no me lo esperaba de él.

—Es una belleza, ¿no es así?

Asentí, no podía negarlo. Ése era el automóvil de mis sueños.

Abrió la puerta de copiloto, entré y musité un "gracias". Entró al auto del lado contrario y me miró.

—¿A dónde lo llevo, su majestad?

Lo miré mal. Saqué un papel de mi bolsillo y una pluma del otro. Escribí mi dirección en él y se la di.

—Como no lo había imaginado, la mansión de los Sullivan.

Rodé los ojos.

Encendió el motor y salimos del estacionamiento. Mi casa realmente no estaba tan lejos del teatro, pero, la lluvia parecía no ceder ni un poco de tranquilidad a la ciudad.

Miraba por la ventana, muy pocas veces tengo la oportunidad de ver la lluvia tan cerca. Vi como nos desviábamos del camino a casa.

—¿A dónde vamos? —por fin dije.

—Vamos a hacer una pequeña parada antes de llevarte a casa.

—¿Me estás secuestrando?

—Si tu le llamas a esto así, supongo que sí.

—No vas a ganar nada de dinero, si eso es lo que quieres —dije—. Mis padres no darían nada por mi.

—No quiero dinero —dijo mirando al camino—. Quiero mostrarte algo.

Bufé.

El recorrido fue silencioso. Yo sólo miraba por la ventana, y él miraba el camino y una que otra vez sentía su mirada en mi.

El automóvil aparcó. Salió por la puerta, rodeó el auto y abrió la puerta de copiloto, me tendió la mano para ayudarme a salir, y salí sin su ayuda. Me secuestró y ahora quiere matarme.

Al parecer la lluvia no había llegado a este punto. La tierra estaba seca, y sólo se sentía en el aire la humedad que la lluvia generaba en la ciudad.

—Mira allá —apuntó.

Le hice caso.

Una manta de oscuridad ya cubría la mitad del cielo, trayendo consigo una capa de estrellas. La ciudad estaba iluminada, luces coloreaban la oscuridad de las calles y una enorme nube gris cubría como un caparazón la zona.

Mi corazón palpitó con fuerza. Esa fuerza que siempre hace falta.

Mis mejillas se colorearon con un leve color carmesí.

Esto era hermoso.

—Esto es hermoso.

Sentí su mirada en mi.

—Lo sé —dijo—. Suelo venir cuando llueve.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—Iba a venir de todos modos, no hacía mal un poco de compañía.

—Gracias —dije.

—No fue nada, su majestad —dijo y suspiró—. Vamos, te llevaré a casa.

Asentí.

Me volví a subir al auto, él hizo lo mismo y esta vez sí me llevó a casa.

Para cuando llegamos la lluvia ya había acabado. Salí, musité un "gracias" y entré a casa.

Tal vez Romeo no es una tan mala decisión.

Excepto túHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin