Parte 5

622 11 1
                                    

Habían pasado varias horas. Yo debiera haberme bañado y vestido para irme al colegio, pero me
quedé al borde de la ventana y pensé: «Ilse y Amrei ya deben estar llegando a Londres. Mamá puede
ir tranquila a la policía».
También pensé que los conocimientos de inglés de Ilse no bastarían para llevársela bien con los
niños pequeños que iba a cuidar y que también serviría de empleada de servicio. Amrei tampoco.
Kurt quería desayunar. Mama dijo que no tenía tiempo para hacer desayuno y que fuera de eso
estaba tan mal del estómago que no podría ni siquiera hacer huevos revueltos.

Pensé que yo no me enfermaría por pensar en huevos revueltos, todo lo contrario, y que podía
hacerle unos a Kurt con mucho gusto, sólo que llegaría tarde al colegio.
-¿Tienes algo importante hoy? -pregunto mamá.
Mentí diciendo que tenía dos horas de dibujo y dos horas de deporte.
-Si es así, entonces quédate en casa cuidando a los niños hasta que yo regrese. Muy pronto
despertarán.
Fui a la cocina. Kurt fue al cuarto de baño y mamá a la policía.
Mamá tardó bastante tiempo. Cuando regresó estaba llorando. Tenía la nariz roja y los ojos
hinchados. Se dejó caer en un asiento de la cocina, puso el brazo sobre la mesa de la cocina y empezó a
llorar.
Kurt se puso pálido y subió la ceja derecha. Siempre que está nervioso levanta la ceja derecha.
-¿Qué ocurrió? -gritó.
Mamá siguió llorando. Kurt la zarandeó por los hombros.
Oliver miraba horrorizado desde la esquina de la cocina y Tatiana, que jalaba de la falda de
mamá, comenzó a llorar más fuerte que ella.
-¡Di de una vez por todas qué ocurre! -gritó Kurt y mamá dejó de sollozar. Levantó la cabeza,
metió la nariz en el pañuelo y se sonó-. ¡Fue tan terrible!
A Kurt le volvieron lentamente los colores a la cara. Su ceja derecha dejó de levantarse.
-Pensé que había ocurrido algo.
-No tienes ni la menor idea de cómo es la policía -dijo mamá, que ya casi tenía una voz normal-.
¡Lo que me preguntaron! ¡Que si salía de noche a menudo, que si tenía novio, que si estaba
embarazada!
-Tienen que preguntarlo, ¿no? -respondió Kurt.
-¡Y que si consumía drogas!
-¡Ya debe de andar en ésas! -dijo Kurt.
-¡Y la gente que había allí! ¡Qué gente! ¡Olía terrible! ¡Hombres viejos, un muchacho descarriado,
dos mujeres ordinarias con el pelo pintado!
-¡Tal vez eran madres que buscaban a sus hijas! -dijo Kurt muy sarcástico.
Mamá dijo:
-Ahórrate tus comentarios sociales para el periódico. Allá nadie huele como la gente de la calle.
-¿Y qué más? -preguntó Kurt-. Fuera de que las circunstancias fueran horribles, las preguntas
terribles y la gente apestosa, ¿qué pasó?

-Nada más -mamá sollozó de nuevo-. Firmé la denuncia de desaparición. Dijeron que la
encontrarían, pero que si estaba en el extranjero sería más difícil.
Durante todo el tiempo que Kurt y mamá hablaron, Tatiana jaló la falda de mamá y lloró, y Oliver
estuvo parado mirando asombrado.
-Érika, ocúpate de los niños, por favor, dales leche achocolatada -dijo mamá.
Yo le dije que ya les había dado leche y pan con mantequilla e intenté arrancar a Tatiana de las
faldas de mamá, pero Tatiana no quiso.
-Me quedo con mamá -chilló.
Mamá la alzó y la puso sobre sus piernas.
-¡Cuéntame un cuento! -pidió Tatiana.
-¡Cariño! ¿Yo? -balbuceó mamá, pero luego empezó a contarle una historia. Tatiana siempre
consigue lo que quiere.
Mamá estaba confundida. Empezó con Caperucita Roja y acabó con los Siete manitas, pero Tatiana
no se fijó en eso. Se calló, se recostó en el pecho de mamá y se chupó el pulgar.
Kurt tomó su café rápidamente y se despidió. Tenía prisa. Debía ir al periódico.
Fui con Oliver a su cuarto y jugué con él.
Desde entonces ha pasado una semana y un día, y cada día que pasa mamá se pone más
apesadumbrad y triste.
Kurt va a la policía todos los días, pero aún no saben nada de Ilse.
Papá también estuvo con nosotros. Era la primera vez que estaba en casa. Armó una gran
discusión, afirmó que mamá no le había puesto suficiente cuidado y atención a Ilse. A mí me preguntó
qué había hecho Ilse recientemente y con quién salía, o qué amigas tenía. Preguntó como un mal
detective.
La Trabajadora Social de la policía también vino a casa y me indagó. Pero fue menos amistosa y
no se esforzó tanto como papá.
Le dije a mamá que no quería ver más a papá. Mamá me dijo que, a pesar de eso, debía visitarlo
cada dos sábados porque así lo había determinado el juez, y si no lo hacía entonces papá se quejaría.
-¿De qué se quejará? ¿De quién se quejará? -pregunté.
-Se quejará de las visitas -me explicó Kurt. Y luego me consoló. Dijo que en dos años podría ir a
donde el juez de menores y decir que no le encontraba valor a las visitas con papá.
En el colegio hay todavía gran revuelo por la desaparición de Ilse. Todos los maestros y los
alumnos de su clase y los de mi clase preguntan si ya la hemos encontrado. Heidi fue la única que no preguntó. Eso me asombró, pues era la amiga de Ilse. Siempre estaban juntas en el recreo y paseaban
por el corredor. También eran compañeras de pupitre.
Todo esto fue incómodo para mí y sólo tuvo una cosa buena: Stiskal se olvidó de que yo había
dicho que Ilse estaba enferma. Por lo menos no comentó nada sobre el asunto.
Todos los días después de clases voy al correo y pregunto si hay carta para Érika Janda. Ilse me
prometió que me escribiría una tarjeta postal apenas estuviera en Londres con la familia y los dos
niños. Pero hasta ahora no ha habido carta para mí, y la que atiende allí me mira siempre muy
extrañada cuando vaya preguntar.
La casa está muy triste sin Ilse. Sobre todo desde cuando la Trabajadora Social se mudó a nuestra
casa. La Trabajadora Social es la abuela, la madre de Kurt. Es Trabajadora Social pensionada. Vino con
una maleta enorme. Se obstinó en dormir en la habitación, en el sofá, para «apoyar a mamá en los
tiempos difíciles».
No le preguntó a mamá si estaba de acuerdo, pero yo no creo que le guste que ella esté en casa.
Hasta Kurt se desespera con ella. Se ve como vieja yegua gris que cabalga por la casa controlando
todo a su alrededor. Todas las tardes me manda por lo menos cuatro veces a comprar algo. Primero
debo comprar leche, luego pan, luego sal, luego carne.
-¿No podría decírmelo todo de una vez para que no tenga que andar siempre corriendo? -le dije
ayer amablemente.
Pero la Trabajadora Social le pareció una frescura de mi parte.
-¡La niña tiene unos modales! -se indignó.
Fuera de eso debo lavar los platos y secarlos y ahora hay mucha más loza que antes.
La Trabajadora Social necesita el doble de loza que una persona normal.
Sobre todo necesita platos para las tazas y siete cuchillos y tenedores diferentes.
Ayer tuve que comprar una jarra para el agua, y ahora siempre la tenemos en la mitad de la mesa
cuando comemos.
-En la mesa debe haber una jarra para el agua -le explicó a mamá.
Hoy está ofendida porque nadie toma agua durante las comidas, y todo el día ha renegado de las
bebidas gaseosas. Ella dice, por ejemplo: un científico hizo un experimento. Puso una aguja de acero
en Coca Cola y, una semana después, la aguja se deshizo totalmente.
«¡Qué tonterías!». pensé yo.
Desgraciadamente pensé en voz alta y se ofendió de nuevo.
Ahora acabo de discutir con ella.

-Érika: en la puerta de la casa, junto al timbre, hay huellas dactilares negras -me dijo.
Yo asentí: «En la puerta de la casa, junto al timbre, hay huellas dactilares negras».
-Bueno, pues ve ya -gritó.
-¿A dónde? -pregunté. Realmente no sabía a qué se refería.
-¡Inaudito! ¡Inaudito! -se refregó la nariz, como si tuviera un fuerte resfriado.
-¿Qué es inaudito? -pregunté.
Entonces me puso un trapo en una mano y en otra una botella de amoníaco y me dijo:
-Ve a limpiar la puerta, ¡rápido!
Yo no quería, y mamá me miró amenazante, pero no fui.
-Yo lo hago -dijo mamá y me quitó el trapo y la botella.
-¡Lotte, yo se lo pedí a tu hija, no a ti! -gritó y entonces mamá me entregó de nuevo el trapo y la
botella. Yo apreté los dientes y me dirigí hacia la puerta. No es que sea perezosa, pero mamá siempre
ha dicho que no tiene sentido limpiar la puerta, porque una hora después vuelve a estar sucia. Yo no
entendía por qué mamá no se atrevía a decírselo a la Trabajadora Social.
Oí su voz desde la cocina.
-Lo que pasó con Ilse debe ser una enseñanza para ti; mira hasta dónde se puede llegar por no
enseñar a los niños a obedecer.
Apenas acababa de limpiar la puerta, llegó Tatiana.
Estaba comiendo un pan con mantequilla y mermelada de fresa y tenía los dedos llenos de
mermelada. Me miró y se limpió una mano en la puerta. Yo le dije que dejara de hacer eso pero no lo
hizo.
-¡Desaparece bestia! -le dije y la quité de la puerta.
Empezó a gritar y me mordió en la mano. Yo le di una bofetada muy suavecita. Gritó fuertemente.
La Trabajadora Social llegó galopando y gimió:
-Tatiana, cariño, ¿qué pasa? -la alzó, la abrazó suavemente y murmuró:
-Tesorito, ya pasó, ya estás bien.
Me miró por encima de la cara de Tatiana.
Me miraba como si fuera la criatura más despreciable del mundo.
Mi único consuelo fue que Tatiana untó un rizo de la Trabajadora Social con los dedos llenos de
mermelada, y cuando ésta se dio cuenta, la dejó en el piso. Tatiana empezó a llorar.
En ese mismo momento Oliver empezó a gritar con desespero. Se había cortado el dedo meñique
con unas tijeras.

-¿A quién se le ocurre darle a un niño tan pequeño unas tijeras? -dijo la Trabajadora Social, sin
saber si consolar a Oliver o lavarse el cabello.
No sé por qué, pero de pronto mamá comenzó a llorar. Sollozaba y decía que no quería vivir más,
que no resistía los gritos y que sus nervios estaban totalmente destrozados.
No estaba claro si mamá no resistía los gritos de la Trabajadora Social o los gritos de Oliver, o si se
refería a Tatiana.
Tal vez se refería a los gritos de los tres, pero la Trabajadora Social se sintió aludida y dijo que
todos éramos unos desagradecidos y que no apreciábamos que ella hubiera dejado a su pobre marido
solo en casa, para venir a limpiar mugre y a cuidar niños. Añadió que se iría inmediatamente.
Yo esperé toda la tarde a que la Trabajadora Social se fuera, pero se quedó en su habitación. Su
maleta de viaje estaba sobre la mesa, como signo de que estaba lista para irse.
Esperó en la habitación hasta que Kurt llegó del trabajo. Entonces comenzó a quejarse. Empacó su
reloj despertador, los enormes interiores y el pijama rosado, murmurando:
-Aquí ni me quieren, ni me necesitan. ¡Me voy!
-Lotte no tiene nada en tu contra. Eso te lo inventaste tú -aunque sonó poco convincente, fue
suficiente para hacerla cambiar de idea.
Desempacó el despertador, los interiores y el pijama; luego perdonó a mamá. A Kurt le dijo que
sólo estaba interesada en permanecer en casa para que sus nietos llegaran a ser alguien. Con
seguridad no se refería a mí.
Si la Trabajadora Social se queda más tiempo en casa, yo también me iré. Desgraciadamente no sé
a dónde.
¡Si por lo menos hubiera en el correo una carta para mí!
Ilse tiene que saber que espero una carta suya.
La señorita de los correos dijo que una carta de Londres tarda por lo menos dos días, máximo tres,
y que las cartas casi nunca se pierden. Si tan sólo supiera la dirección de la anciana tía de Amrei por
medio de quien Ilse consiguió el trabajo de niñera... Entonces podría escribirle y ella podría enviarle la
carta a Ilse.
Ojalá que mañana haya una carta para mí en el correo.

Por favor, vuelve a casaWhere stories live. Discover now