Una manta, por favor.

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Nicolas:

Estaba recostado sobre el sillón de la sala. Era incómodo, pero me daba igual.

Estaba tan aburrido que no podía elegir una posición estable. Movía mis piernas de un lado a otro para lograr que estas sintieran el cuero frío desde todos los ángulos, y volteaba la almohada, para sentir lo mismo pero en mi rostro.

Hasta que el frío se apoderó completamente de mi cuerpo.

El ambiente se había vuelto casi tan tétrico como el corazón de Troye.

Y por cierto, hablando de Troye... Ya no iba a seguir insistiendo.

Si Troye quería envejecer siento un monstruo renegón come fresas alto, de aire siniestro y con complejo de dueño... Pues... ¡Pues que lo hiciera!

Yo estaba feliz.
Tenía mis pulseras de bolitas para jugar... tenía el televisor antiguo en la sala... tenía muchas fresas con chocolate en el refrigerador... tenía además...

Eh...

Tenía además...

Tenía mi conformismo y mi alegría interminable.

¡Ah si! Y no hay que olvidar mi carismática y atractiva personalidad generosa.

Ah, no, esperen.
Me siento solo.

Oh vamos, jaja, eso es muy lógico. No me sentaría en un sillón con el capó de otro, ¿verdad? Si me siento es con mi propia retaguardia, yo solo, en dónde yo quiera, sin ayuda de otro.

En fin.

Y bueno, pues, el tiempo pasaba y Troye no llegaba a casa. Tampoco servía de mucho que estuviese aquí, ya que ni siquiera me hablaba.
De hecho ya no me hablaba desde la mordida.

Ah, no puedo más. Hace mucho frío y el abrigo no me ayuda para nada.

Mecesito algunas mantas. Pero... ¿Dónde rayos están?

Busqué en algunos estantes y en mi habitación, pero no recordaba que había mandado a lavarlas todas el día anterior.

Necesitaba encontrar algo abrigador, y como la habitación de Troye estaba sin seguro decidí pedir presatadas algunas de sus mantas. Desafortunadamente el viejo Will tenía complejo de señora, por lo que guardaba todo en lugares imposibles de encontrar.

Rebusqué en el armario e incluso en algunos cajones, sin embargo no hallaba nada que sirviera.

Lo admito. Estuve a punto de rendirme, hasta que mis brillantes ojos captaron una manta de apariencia conveniente escondida bajo sus sábanas.

Las sábanas de su cama.

Me acerqué rápidamente mientras temblaba de frío y desordené la cama para intentar sacar la manta de Troye.

Pero sentir la textura de la manta era muy tentador... Tan tentador que no pude evitar caer sobre la cama para luego taparme con cada una de las suaves capas de la tela polar.

Oh rayos... Será mejor que empiecen a envidiarme, porque, en realidad, era una sensación muy placentera.

Solté un largo suspiro mientras me acurrucaba entre las mantas. Y enterraba mi rostro en la almohada de Troye.

Olía muy bien. Demasiado, diría yo. Olía cómo... Cómo al aroma de T...
Ah, espera... Es lógico... Ya que, pues, pues... es la cama de Troye. No es algo raro que sepa como huele él. Es decir, hemos estado muy cerca luego de que... Aah espera. Yo no pensé eso, es decir, en ningún momento yo... Pues... Eh...

Moví mi cabeza bruscamente para despejar las ideas tontas, mientras me acurrucaba más netre el polar. Cerré mis ojos lentamente y respiré hondo.

—Troye...

Muy bien, lo admito. El aroma de Troye era muy agradable. ¿Pero saben qué? Daba igual. Yo solo quería abrigarme un poco, no lo hacía con malas intenciones.

Me encogí, haciendo mi cuerpo una bolita, y manteniendo mis ojos cerrados.

De un momento al otro, sin previo aviso, tres estornudos consecutivos atacaron sorpresivamente mi aparato respiratorio.

—Salud —la voz de Troye provocó que abriera los ojos de sorpresa.

Will estaba sobre mí, en cuatro, y con el rostro muy cerca al mío.

—¿Tanto me extrañabas? —preguntó acercando su rostro hacia mi cara sorprendida.

—Ah, no... ¡No es lo que parece! —me defendí levantándome hasta quedar sentado frente a él.

—¿Lo que parece? ¿Qué es lo que parece, Nico? —mostró una sonrisa de lado.

—¡No es nada! Es que tenía mucho frío y tu cama se veía calientita...

—¿Frío? —resaltó sin borrar su sonrisa. Al parecer, estaba disfrutando de la situación—. Tus orejas están muy rojas.

Intenté ignorar lo dicho, y repiré hondo para mantener la calma.

—Es que ya se me pasó —respondí con una enorme sonrisa, tratando de deslizarme hacia el borde de la cama.

—Nicolas... ¿Puedo besarte?

Oh.

Ah rayos.

Ahora, que se supone que deba hacer...

¿Qué me dices si hablamos?  Where stories live. Discover now