3, 2, 1... A K T I O N

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¿Lo pasaste bien? Tienes una cara de que te han puesto tremenda cogida, zorra bastarda.

¿Alguna vez han sentido tanto miedo como el que yo estoy teniendo  en estos instantes? Como cuando temías mostrarle la boleta de calificaciones a tus padres porque sabías que te darían una tunda o te castigarían. O como ese miedo que te daba de pequeño al imaginar que el monstruo debajo de tu cama saldría a devorarte en vida. Multiplíquenlo por un millón y quizá seguía sin compararse al miedo que tenía yo, aquí, de pie con un asesino, golpeador, mi ex-novio. Till Lindemann. 

Inhalé y exhalé cuantas veces fueron posibles pero no lograba tranquilizarme en lo absoluto; entre más lo hacía, más incrementaba mi ansiedad, mis ganas de llorar, mis ganas de que me tragara la tierra y me escupiera donde mi amado. Pero ya no tenía escapatoria. Después de todo supongo que a cada quien le llega su tiempo y el mío desafortunadamente había llegado ya. 

Me oponía a voltearme, no quería hacerlo, pero él golpeaba la mesa con el puño cerrado, haciéndose ley en mi presencia. Me escamaba cada vez que tocaba la superficie de madera pero no le era suficiente, no; me gritaba como antes, como solía hacerlo cuando casi termina con mi vida y la de mi pobre gato. Mis manos temblorosas se fueron hacia mis orejas que cubrí para no escucharlo más pero en vano fueron mis acciones. Su gruesa voz y la fuerza con la que golpeaba atravesaron mis oídos, como si los taladrasen

—¡Basta! ¡Ya basta por favor! ¡¿Qué quieres de mi?! ¡Lárgate de aquí y déjame en paz de una vez por todas! — le grité con los ojos bien cerrados, achinados de tanto hacerlo.

El más grande parecía haberse ofendido con mis palabras. No dudó en ponerse de pie y caminar hacia donde yo estaba. En su mano, un cuchillo afilado de tamaño mediano.

—Parece que no has comprendido bien a quién te estás dirigiendo, ¡Pequeña puta! —  me agarró por la muñeca con demasiada fuerza que me hizo gritar del dolor. Su masa corporal contra la mía era demasiada, no podía con Lindemann yo sola. 

—¡Suéltame o juro por Dios que llamaré a la policía! —

Debía ser bastante estúpida para creer que Lindemann se detendría con esa amenaza simplona, pero todo lo contrario, se reía como si le hubiese contado un buen chiste. Su tono de voz lo hacía todo más sádico. 

—Te olvidas de quién soy yo — negó con una sonrisa ladina. Me pescó por la mandíbula, apretándola y repasó el cuchillo por mi piel; el metal frío de éste tan frío como su corazón. No tenía piedad de nadie desde que le conozco. Desde mi mejilla delineaba parte de mis abultados labios debido a lo apretado que estaba mi rostro y bajó por mi cuello con el lomo del mismo, dejando una sutil línea roja por rastro. No me cortaba... Aún. —¿Qué crees que diría tu novio si te viese con la cara totalmente desfigurada? ¿Crees que te seguiría amando igual o te dejaría por esa preciosidad de Yvanka? — asomó su lengua y la paseó por mis labios como para meter miedo, aunque realmente se tornó perturbador. Aquello me dio una repugnancia y también me armó de valor para tirarle un esputo justo a la cara donde aterrizó cerca de su ojo.

 —Vete al carajo, hijo de puta —  le dije seriamente, tratando de mantenerme en mi postura.

Éste se limpió como acto reflejo pero yo... Yo desaté al demonio mismo. Me levantó por el cuello con todas sus fuerzas; sentí mis pies flotando en el aire sin poder tocar el suelo, el aire se me estaba acabando, los latidos de mi corazón los escuchaba en mis oídos. Joder. Lo último que recuerdo fue ver su rostro enrojecido de coraje y acto seguido lanzó mi cuerpo por los aires, haciéndome chocar contra un mueble grande donde el azotón me noqueó, pues me había golpeado la cabeza. Había caído desmayada ahí en la cocina sin esperanza alguna. Nadie me salvaría de sus garras, nadie vendría a ayudarme. 

̶T̶h̶e̶ ̶N̶e̶i̶g̶h̶b̶o̶r̶Where stories live. Discover now