Love hurts.

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::::::: Till Lindemann :::::::


Aquél día estaba dispuesto a acabar con todo de una vez por todas. 

Estaba harto de todo, de la vida, de todo lo que había hecho, de todas las tragedias que me habían pasado y las que había causado, ya nada tenía sentido para mi, un sentimiento de muerte dominaba mi ser, pero esta vez estaba dirigido hacia a mi...

Decidí ir a dar un paseo a la playa para dar un último vistazo al hermoso atardecer que se podía contemplar ahí, quería encontrarle una última cosa bella a la vida que tanto me había despreciado y que yo tanto había desperdiciado en vicios y crímenes. 

Entonces la encontré. 

El día que la vi por primera vez, en aquella playa, con ese lindo vestido, debo admitir que me enamoré... Me enamoré después de mucho tiempo y, quizá, por primera vez lo que sentía era amor verdadero. 

Nunca he sido un hombre de relaciones serias. Por lo general sólo me gustan las mujeres para un rato, un par de copas, revolcarnos y adiós; soy una especie de cazador, entre más tenga, mejor. Me gusta tenerlas como trofeos, ya saben, después de una adolescencia dura, de sufrir porque ninguna mujer me hacía caso por culpa del maldito acné y la corta estatura, y sumándole perder mi título de nadador, de atleta, y todas esas humillaciones, decidí que, algún día, cuando las tuviera a mis pies, me desquitaría con todas y cada una de ellas. Pero en cuanto me encontré con esos rizados cabellos rojizos, esa piel que se perdía con el color blanco de su vestido, sus ojos verdes... Todo cambió. Algo en mi me dijo que, por fin, había encontrado al amor de mi vida que vendría a salvarme, con el que soñé por tanto tiempo. 

"Ve a por ella". Pensé. 

No pude evitarlo, me acerqué a ella con sutileza y la miré embelesado con su belleza. El reflejo del sol en el mar iluminaba su hermoso rostro que se escondía detrás de esos rulos que se mecían con la brisa. Ella me miró, ambos lo hicimos a decir verdad, y ahí supe que no quería pertenecerle a nadie más que no fuese ella. Aquél pensamiento de querer morir se borró por completo de mi mente, me sentí tan extraño, tan enamorado, tan feliz...

—¿Soy o me parezco? — fue lo primero que me dijo. Al escuchar su voz fue como si estuviera escuchando hablar a un ángel, me derretí por dentro.

—No, nada de eso, es sólo que admiro la belleza de una joven que está justo frente a mis ojos — le dije con una sonrisa que no podía evitar.

—Ah... Vaya, gracias... — me respondió con una sonrisa nerviosa, parecía una niña pequeña que se sonroja cuando su padre le dice por primera vez lo linda que es, y al notar esta reacción, le quise hacer una pequeña broma

—Hablaba de ella —y señalé a otra chica que se encontraba en detrás de ella. No se ofendió, al contrario, un color carmesí adornó sus mejillas, esas que pedían a gritos que las besara.

—Por supuesto que me refería a ti, la otra chica no es ni la mitad de hermosa que tú —le dije para compensar mi pequeña broma y la ayudé a levantarse.

Mi propósito era invitarle algo de beber, recorrer la playa a su lado, olvidarme de todo, comenzar una nueva vida, tratar de cambiar.

— Till... Till Lindemann

—Aleksandra... Aleksandra Schultz. 

—Un nombre hermoso para una chica hermosa —y tras pronunciar eso y contestar algunas preguntas que hubiera preferido no hacer, la aventura comenzó.

A partir de entonces nos empezamos a frecuentar, yo la invitaba a salir, le escribía canciones, poemas, le regalaba rosas rojas, todo era tan lindo, lejos de sentirme en la miseria, había dejado de lado mi profesión, me dedicaba a otra cosa, cada día a su lado era una dicha para mi, yo era un ser humano despreciable con un trabajo triste, pero bastante bien pagado. Aunque a pesar de eso...  Me sentía el más afortunado de todos.

̶T̶h̶e̶ ̶N̶e̶i̶g̶h̶b̶o̶r̶Where stories live. Discover now