Verano del 2017 o cómo sobrellevar la resaca emocional

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"Summer has come and passed
The innocent can never last"


Y el verano ardió. Estalló en llamas. Ardió como ardía el mundo en las noticias cada mañana de aquel año convulso; como se consumía el maldito cigarrillo, ese que desearía no haber probado jamás; como arden las palabras cuando mueren, cuando dejan de tener un sentido. Aquel verano voló, pasando sobre ella como una exhalación, arrastrándola irremediablemente hacia el futuro inminente que tanto la asustaba. Pasó rompiendo la barrera del sonido, al ritmo de las canciones de aquella madrugada, aquellas que gritaron juntos al cielo, tal vez esperando una respuesta, siempre conteniendo la risa.

Porque las tardes de julio fueron el maldito terremoto que sacudió cada uno de sus cimientos, invitándola a vivir la puta aventura de aprender a vivir, tan solo unos minutos después de haberle presentado a la muerte. Aquellas tardes en que jugaba a inventar millones de normas absurdas solo por el placer de destrozarlas después, con una sonrisa cínica y la sensación de no pertenecer del todo a aquella hermosa ciudad dorada, fueron el detonante de cientos de historias.

Pero si julio fue el seísmo, agosto fue el jodido huracán. Agosto no fue el momento ni el lugar, pero sí todas y cada una de las personas correctas. Agosto fueron quince días, dos noches y diez tardes; resumidas en un cuaderno de tapas gastadas, un pañuelo rojo con olor a él y una chaqueta gris dos tallas más grande que ella. Agosto voló raudo, efímero. Fue un mes realmente extraño; intenso, incluso. La primera mitad se deshizo en el viento, entre piquetas y abrazos, bajo las estrellas y al cobijo de su pequeña fortaleza de lona. La segunda desapareció a la velocidad de aquel viejo tren y de ella solo quedó medio café con chocolate y un puñado de canciones en italiano.

Y todo pasó, fugaz, inevitable, como los torpes amores de aquel verano, como el puto rock'n'roll que corría por sus venas y quemaba su garganta; como las luces de septiembre, cada vez más cercanas, cada vez más irreales.

Y ella se limitó a acurrucarse en su cama vacía, con la ventana cerrada, tratando de mantener las primeras lluvias de septiembre lejos de su frágil paraíso particular. Aquel en el que el mundo había dejado de girar una fría noche de agosto, en el que el reloj carecía de sentido, en el que podía permanecer por siempre refugiada en los sueños de aquel verano, su verano.



Palabras ignoradasWhere stories live. Discover now