Piano man

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  It's a pretty good crowd for a Saturday
And the manager gives me a smile
'Cause he knows that it's me they've been comin' to see
To forget about life for a while
And the piano, it sounds like a carnival
And the microphone smells like a beer
And they sit at the bar and put bread in my jar
And say, "Man, what are you doin' here?" 

Solo es una taberna de mala muerte en medio de ninguna parte, un bar pobre y cutre sin nada especial. Apenas tiene iluminación, está lejos de todo y tanto las mesas como el camarero cojean. Aun así, la pequeña habitación está abarrotada. Después de todo, es noche de sábado, y todo el mundo sabe lo que pasa cada sábado. Él ya está acodado en la barra, charlando animadamente con el camarero. Le pide una cerveza, sonríe con amabilidad, da un pequeño sorbo y deja el vaso sobre el piano. Se sienta frente a él y, por un instante, el mundo se detiene. Las conversaciones callan, todos los ojos se vuelven hacia el piano y aparecen las primeras sonrisas.

El hombre flexiona y estira los dedos. Coloca las manos sobre las teclas y la sala entera parece contener la respiración. Un segundo, dos... La primera nota, el silencio huye despavorido. El joven acaricia con suavidad las teclas del piano, dejando que la música fluya entre estas y sus dedos. Por un instante la melodía lo es todo, llenando el local sin dejar espacio para nada más, transportando a cada persona a lugares que creían olvidados, despertando sensaciones lejanas. Parece como si pudieran cerrar los ojos y abrirlos en algún recuerdo de años atrás.

La primera canción concluye y el reducido público se agita como si saliera de un sueño. El aplauso rompe el silencio. El pianista lo agradece con una leve inclinación de cabeza y un amago de sonrisa. Da un trago, suspira. El bote que reposa sobre el piano comienza a llenarse con sorprendente rapidez, le va bien. Y la noche solo acaba de comenzar.

Toca durante un par horas, mientras las risas, las conversaciones y el tintineo de las copas flotan a su alrededor. Conforme pasa el tiempo, el pequeño local se va vaciando. La mayoría de la gente no quiere marcharse, pero el deber (familia, amigos...) les llama. Se van poco a poco, intentando molestar lo menos posible. Dejan algo de dinero en el bote del pianista, le sonríen y se despiden del camarero con un gesto amigable. Cuando el joven por fin se levanta para marcharse apenas quedan cinco clientes acodados en la barra.

—¡Hey! ¿Ya te vas, chico? ¡Ni siquiera es la hora de cerrar!— le detiene uno de ellos.

Tiene la mirada algo perdida y un evidente olor a alcohol, pero se mantiene medianamente entero. Sonríe al pianista con complicidad, realmente parece querer que se quede.

—Lo siento amigo —se disculpa el joven con torpeza—, pero mañana me toca madrugar.

—¿Mañana? —ríe el hombre— ¿Sabes los que te digo sobre el mañana, chico? ¡A la mierda el mañana! ¡Esta noche vamos a lo grande! ¿Qué me dices?

El pianista sonríe, esta vez de verdad, no por cortesía. Probablemente es la primera sonrisa sincera de la noche. Tiene un deje algo triste y cansado, pero la sonrisa hace que parezca lo que realmente es, un hombre joven y agradable, tal vez un poco roto. Tal vez un joven que ha vivido demasiado.

—Bueno... —titubea—. Supongo que no pasará nada por una copa, ¿no?

Los pocos que se quedaron aquella noche jamás olvidarían su expresión de ebria y despreocupada felicidad al final de aquella noche. Todas y cada una de sus canciones, el sonido de su voz llenando la soledad de la noche, sus dedos acariciando el piano... Nunca pudieron olvidar el dolor que se agazapaba en en fondo de sus ojos y cuyo motivo jamás llegaron a conocer. A día de hoy, sin ser capaces de explicar el por qué, siguen recordando aquella como una de las mejores noches de su vida.

Sobre todo, nunca olvidarán aquella sonrisa, aún indescifrable.

La sonrisa del pianista.




Palabras ignoradasWhere stories live. Discover now