VEINTISEIS

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Yo tenía un mejor amigo, a quien ya no he visto desde que me mudé hace años. Teníamos algo en común, un fin común: olvidar nuestro alrededor.

Nos gustaba hacer mapas improvisados e imaginar que nos embarcabamos a una aventura cada día, una de las ventajas de ser vecinos, es que él podía quedarse más tiempo conmigo, y eso me encantaba.

Pero, hubo un día en el que él no hiso acto de presencia, lo cual me sorprendió. Como su casa estaba a mi lado, me subí en una escalera para ver del otro lado de la pared que nos dividía.

—¡Rodrigo! —susurré apoyando mis codos en lo más alto del muro de ladrillo.

No me pareció una buena idea gritarle, porque si me pillaban en la punta de la escalera, me metería en problemas.

Nadie me contestó, parecía que no estuvieran en casa.

Él siempre me avisaba cuando no podía llegar a mi casa a jugar, no entendía porqué esa vez no lo hizo. Le conté a mis padres, y ellos me prometieron que averiguarían si estaban bien. Y si lo estaban, y en casa.

Al día siguiente, fui yo la que le lanzó pequeñas piedras a su ventana para que despertara. Su mano blanquecina se asomó para quitar el seguro de la ventana, y al abrir... pude percatarme de que no estaba en las mejores condiciones. La expresión alegre de su rostro estaba... diferente.

Lo invité a desayunar a mi casa (con autorización de mis padres), y cuando nos dejaron solos, me contó lo que le había pasado. No fue fácil sacárselo, se sentía avergonzado; un «cobarde» como lo había llamado su hermano mayor.

Rodrigo se levantó de madrugada a recolectar piedras (avidinad para qué). Se dirigía a mi ventana, pero escuchó algo detrás suyo; en un espacio estrecho entre el otro muro y su casa, donde su abuelo acumulaba algunas reglas de madera, neumáticos viejos, piezas de metal oxidadas... Basura.

Dijo que vio a una niña de cabello oscuro y largo, y pensó que era yo, lo que le pareció curioso, ya que a mi no me dejaban ir a casas de niños, y era imposible que yo me animara a escaparme de casa a esas horas para jugarle una broma (lo que me caracterizaba).

"Yo" me introduje en ese lugar fugazmente. Él me siguió por detrás, golpeándose los tobillos en el proceso con tantas cosas tiradas en el suelo. Se paró en seco cuando no me encontró. Sintió un escalofrío en su espalda, se apoyó en la pared y comenzó a sofocarse en ese estrecho lugar.

—Carla, ya no quiero jugar a esto.

"Yo" no le contesté, y sintió mi presencia detrás suyo. No quiso volverse a verme. Escuchó una risa, y entonces se dio cuenta de que esa niña no era yo. Porque la risilla era más aguda, y tenebrosa.

Se obligó a respirar y se armó de valor para salir pitando de ahí, tropezando con todo. La siguió escuchando hasta que se refugió en su casa.

No quiso salir para nada y se quedó en el sofá viendo televisión con su hermana y hermano mayor. También durmió en la cama de su mamá, porque escuchó que esa niña le había llamado.

—¡No, esa fui yo! —le expliqué apunto de sonreír.

—¿De verdad? —dijo confundido— ¿Me susurraste a media noche por la ventana que está en lo más alto?

Fruncí el ceño.

Yo no subí hasta tu ventana... —quise decirle.

—¿Te asusté? —sonreí. Primero se sorprendió, luego me vio mal—. Dejaré de hacerte bromas desde ahora en adelante, lo prometo.

Me costó convencerlo, y que me perdonara. Pero siendo solo unos niños, se solucionó.

Cuando mis papás se acercaron a la mesa comenzamos a hablar de otra cosa. Ahora que él me había contado eso, yo me animé a contarle lo mío. Desde entonces nos dedicábamos a charlar sobre nuestras tenebrosas experiencias algunas veces. Nos apoyábamos mutuamente, y terminábamos sacándole burla al asunto.

¿Por qué preferí mentirle a mi mejor amigo? Lo aprendí de mis padres, sabía que me mentían respecto a algunos sucesos extraños en esa casa para que pudiera dormir tranquila.

Agradecí esas mentiras porque, me era mejor ignorar la verdad a cerca de esos misterios.

O al menos, eso fue por un tiempo.

O al menos, eso fue por un tiempo

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Cripta | Colección de historias paranormalesWhere stories live. Discover now