│Razón doce│

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Para el viernes, esa idea de hablar con él había ido más lejos que una simple posibilidad y de verdad se estaba aferrando a mi cabeza

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Para el viernes, esa idea de hablar con él había ido más lejos que una simple posibilidad y de verdad se estaba aferrando a mi cabeza. Creía que el destino me estaba llevando a eso, que sus señales me indicaban que dejarlo ir una segunda vez sería un terrible error.

     Quizá, todo lo que pasó entre nosotros era una serie de malentendidos, momentos y lugares inadecuados que nos fracturaron. Desquitarse con alguien que no tiene nada que ver con tu problema quizá no es lo mejor, pero no sé si es algo que yo haría en un muy mal momento. No era lo peor del mundo después de todo.

     No soy una gran creyente del destino, me parece extraño pensar que tenemos un solo camino que seguir, que no hay forma de cambiar a menos que alguien más —aquel o aquello que forja tu destino— lo haya decidido por ti. Sin embargo, era fanática de las películas de Destino final y había aprendido que ignorar señales, nunca conducía a buenos lugares.

     No creía en el destino, pero ahora de repente estaba dispuesta a seguir sus señales con los ojos cerrados: es curioso cómo solo vemos las señales que queremos ver.

     Soy de esas personas que cambian de opinión con relativa facilidad, sobre todo cuando se trata del amor. Es como si obligara a la balanza a inclinarse hacia un lado amarrándola con cuerdas y solo es hasta que las cuerdas se revientan, que me doy cuenta del desastre que estoy provocando.

     Por ello, previniendo cambiar de opinión, tenía que hacer algo que me asegurara que no iba a arrepentirme en el último minuto. Debía hacer el compromiso con KJ y que ese compromiso implicara vernos muy pronto, de lo contrario me iba a acobardar antes de que ese día llegara.

     En un arranque, marqué las teclas de ese número que ya me sabía de memoria y esperé pacientemente los tonos hasta que escuché su voz.

     —¿Hola?, ¿Ana? — escuché su grave y exquisita voz del otro lado del teléfono. Me estaba muriendo de nervios, así que respiré profundo y contesté con toda la seriedad posible.

     —Quiero hablar contigo —le dije—. Nos vemos mañana a las dos de la tarde frente a la escuela. Te estaré esperando.

     No lo dejé hablar y colgué.

     No lo pensé demasiado. El resto del día él no envió ningún mensaje, incluso revisé una última vez antes de irme. Al día siguiente tomé mi teléfono y salí decidida a tiempo para llegar a las dos en punto al lugar acordado.

     Me vestí lo más neutral que pude: mi ropa era una combinación de lo mejor y peor de mi clóset. Creí que debía gustarle de cualquier forma en que me vistiera, aunque pareciera un payaso. Mi iniciativa probablemente fue un poco lejos, porque las prendas que elegí no combinaban entre sí, de ninguna manera.

     Quería hacer esto bien, hacer lo correcto al menos una vez. No quería más rupturas y regresos por mensaje: quería hablar con él, tenerlo de frente para lograr que me dijera lo que de verdad pensaba. No más mentiras.

15 razones para no volver con él ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora