│Razón trece│

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En los siguientes días ocupé mi tiempo conociendo la universidad y adaptándome a la nueva modalidad

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En los siguientes días ocupé mi tiempo conociendo la universidad y adaptándome a la nueva modalidad. Traté de descifrar a los profesores y me concentré en hacer nuevas amistades. Como fui asignada a la universidad más grande del país, llamada Ciudad Universitaria, no me preocupé por encontrarme a KJ; como la universidad es inmensa —¡prácticamente es una ciudad!—, las posibilidades de toparnos eran casi nulas. Sobre todo, porque estábamos en facultades diferentes.

     Las cosas continuaban de la forma más normal posible. Había intentado fijarme en otros chicos de mi clase, aunque en el fondo seguía haciendo comparaciones con KJ, como si él estuviese en un pedestal siendo mi estándar de oro. KJ tenía todo lo que amaba y lo que detestaba también; probablemente porque era lo único que conocía. Ver a un chico con rizos, uno solitario o uno con sonrisa tímida, de manera inevitable me llevaba a él.

     De vez en cuando me preguntaba si al final me equivoqué con mis decisiones, reflexionaba si había hecho algo mal o si en realidad las cosas pudieron resultar de otra manera. Luego movía la cabeza como si quisiera disipar una nube de pensamientos sobre mí y volvía a la realidad.

     Otras ocasiones lidiaba con la tentación de escribirles a mis viejos amigos de la preparatoria, esos que seguían hablando con él. También tenía la posibilidad de hablar con su hermana; ella era como una de mis mejores amigas aun después de haber terminado la relación con su hermano. No sabía si mis intenciones se dirigían románticamente hacia él, aunque creo que no. A estas alturas solo quería saber cómo estaba.

     Un día como cualquier otro, ni siquiera estaba intentando pensar en él, cuando lo vi.

     Estaba sentado en una banca al aire libre, comía papas fritas y se reía junto con sus amigos. Lo miré, él reía. Lo observé un segundo y volví la mirada al frente recuperando mi cordura. ¿Habrá notado que lo observé? Regresé la vista a su lugar y justo en ese instante él volteó y me vio. Nuestras miradas se cruzaron un breve instante.

     Su expresión era la de una sorpresa poco grata, como si hubiese visto a su peor enemigo. Segundos después giró su cabeza mirando sus papas fritas y continuó su conversación como si nada.

     No sé por qué esa mirada instantánea causó que mi corazón se detuviera. Se sintió como si el mundo hubiera dejado de girar, pero en un mal sentido. Luego, cuando regresó a su plática como si nada, sentí como si arrojara mi corazón al suelo.

     Un pequeño charco de lágrimas se formó en mis ojos al instante, no lo estaba intentando, no me di cuenta cuando una de esas lágrimas brotó sin pedir permiso. Solo podía retirarme antes de que me viera haciendo el ridículo: de nuevo llorando por él. Como si cada encuentro con él, por más insignificante que pareciera, solo pudiera causarme sufrimiento.

     Examinando la situación, creo que fue una reacción por instinto: no había ningún pensamiento en mi cabeza que me hiciera llorar. No entendía la razón, pero seguramente, el hecho de verlo ignorarme de nuevo, abrió una herida que creía haber sanado.

15 razones para no volver con él ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora