La Cena

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Alec no estaba seguro de cuando había sucedido, y tampoco del cómo. Pero Lucifer marco un antes y un después en sus días en el Cielo. Había tantas cosas asombrosas en el ángel, y era precisamente eso lo que hacía que el azabache se sintiese más atraído por él. Como si hubiese algo oculto detrás de sus ojos violetas; algo que, si lograba descubrir, lo haría pedazos pero al mismo tiempo llenaría ese vacío que había empezado a formarse en su pecho. 

Nunca se había cuestionado demasiado sobre ese sentir; había estado demasiado ocupado entrenando y adaptándose a su rango como ángel mayor. Tan distraído como para notar que, a pesar de ser inmensamente feliz con sus hermanos y hermanas; siempre había algo que faltaba. De alguna forma ya no bastaba el ir a entrenar con su arco todas las mañanas, practicar con su guarnición, platicar con Magnus y volar por los aires para ver el ocaso y maravillarse con el trabajo de su padre. 

Durante los meses que transcurrieron desde que Lucifer lo tomo bajo su cuidado, empezó a preguntarse más sobre aquel vacío en su pecho. La duda empezó a asediarlo en sus momentos de ocio, aun sin estar seguro de que era lo que le aquejaba. Lo que le dejaba una irremediable sensación de pérdida. El amor incondicional por su padre y sus hermanos no parecía suficiente para aliviarlo. Y eso le asustaba. 

Tras aceptar la guía de Lucifer en las clases de arquería, las cosas entre ellos fluyeron con una naturalidad que alarmo a Alec. Era como si fuera mandato directo de su padre o el destino mismo. Se volvieron grandes amigos, y no paso mucho tiempo para que Lucifer invitase a Alec a entrenar con él en otras áreas. 

A sus entrenamientos de las mañanas, se sumaron unas cuantas horas durante las tardes, donde Lucifer lo incitaba a practicar con sus espadas gemelas. Pronto Alec iba a ver a Lucifer a la torre de cristal donde vivía para invitarle a sus vuelos nocturnos bajo el firmamento estrellado. Y, de alguna forma, terminaron viéndose todas las tardes para almorzar juntos, y de un momento a otro Alec pasaba prácticamente todo su tiempo en la torre de Lucifer. 

Aun veía a Magnus, en lapsos cortos y de manera esporádica, el moreno no le recriminaba nada al respecto, de cierta forma entendía la gran oportunidad que tenía Alec al ser entrenado en persona por uno de los mejores ángeles en el Cielo, pero no por ello dejaba de resentir la ausencia de su hermano. Asmodeo por su parte le tomo más saña al azabache. No le hacía gracia haber dejado de ser el predilecto de la guarnición y por ende la mano derecha de Lucifer; título del cual Alec se enteró que poseía hasta ese día.

-¿Es enserio?- cuestiono Alec con los ojos como platos.

-Por supuesto. No soy, Gabriel, yo no suelo bromear con este tipo de cosas.

-Lo sé- se apresuró a responder- Es solo... que no me lo esperaba. Creí que Asmodeo o Semyazza serian...-Lucifer lo observo con los brazos cruzados- Ellos llevan más tiempo en la guarnición. No parece justo.

-Es lo que yo decido, Alexander. Así de desde hoy eres mi mano derecha simplemente porque se me antoja que así sea. ¿Entendido? -Alec asintió.- Muy bien, en ese caso arregla tus mejores ropas. Serás mi acompañante en la cena del Trono. 

Alec se quedó estático, su capacidad de hablar había quedado muy lejos en el olvidó.

-¿Estas de broma?- soltó finalmente tras exprimir su cerebro al máximo. Al instante se dio cuenta que debió esforzarse más y encontrar alguna otra frase, pues la mirada que le dijo Lucifer lo dejó helado. Sus ojos parecían arden en una aterradora ira violeta.- Quiero decir...- rectifico mortificado- Nunca había ido otro ángel a la cena del Trono. Siempre ha sido exclusivamente para los arcángeles y...

Lucifer suspiro, y coloco su mano en el hombro de su hermano menor en gesto conciliador.

-Lo sé. Pero nuestro Padre nos ha permitido llevar a un ángel de nuestra entera confianza. Y yo deseo llevarte a ti, Alexander. Así que fin de la discusión. 

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora