La pesadilla

247 29 2
                                    

Era el fin.

Las verdes praderas y bosques habían desaparecido, en su lugar altas torres de cemento y metal se alzaban hacia el cielo, como si estuvieran deseosos de alcanzarlos. Dispuestos a ensartar en sus puntas a los ángeles caídos.

Las calles de la cuidad estaban desiertas y los callejones de aquellas extrañas metrópolis se veían mas peligrosos que nunca, a sabiendas peligro que acechaba desde las oscuridad. Una luz rojiza ilumino el cielo. Las siete trompetas del Cielo sonaron anunciando el final.

Era el final de todo.

La muerte aguardaba bajo las sombras del Hades, observando paciente. La enfermedad y el caos colmaron el cielo con pútridas nubes. Junto con la sangrienta señal, varios gritos abrumadores inundan la oscuridad. El aire se ennegreció por el azufre y la sangre. Sus ojos apenas pudieron procesar el horripilante paisaje que se encontraba a sus pies.

Las almas impuras y las bestias surgían del averno, arrasando la tierra, cubriéndola de sangre, dolor y destrucción, dejando tan solo a su paso desesperanza y los restos de civilizaciones ya extintas. Se escucha el llanto de la tierra yerma y el crujir de los vacuos estragos de las ruinas que le daban eco a los lamentos de los mutilados. Los ángeles caían del cielo como estrellas fugases, incapaces de contrarrestar las tinieblas que lo devoraban todo.

La muerte caminaba ahora sobre los campos desolados. Las ciudades se hallaban en ruinas. Un infernal fuego se movía a través de ellas, agitando sus flamas, destruyendo todo lo que pudo haber tenido vida. Los cielos, una vez azules, ahora eran negros y los volcanes, una vez dormidos, partían con brutalidad la tierra. Angeles volvían a chocar contra demonios, quebrando la tierra desde fuera hasta las entrañas. El planeta no continuaría más con vida. Los árboles no existían más. Nada volvería a crecer allí. Cadáveres se movían siendo devorados por alimañas que se arrastraban sobre sus vientres.

Miles de demonios volaban en círculos sobre los escombros de lo una vez el mundo de los humanos, igual que aves de rapiña. Otros miles mas de ellos se devoraban entre ellos. Porque ya no había humano o ángel en ese lugar a quien matar y comer.

Y sobre toda la destrucción, un trono de huesos y cenizas se alzo. No era un ángel ni un demonio el que estaba sentado en el.

En el trono se irguió un ser oscuro, perverso, cuyos ojos violetas miraban fijamente al ángel de ojos azules.

***

Abrió los ojos con un sonido de sobresalto manando de sus labios. Por un momento no supo ubicarse ni espacial ni temporalmente, a medio camino entre la realidad y el sueño. Respiro profundo, llevándose una mano a la cara para tratar de tranquilizarse y descubrir donde demonios estaba. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y le facilitaron la visión del cuarto, las paredes de cristal y mármol eran una visión de la cual ya se había acostumbrado en los últimos mil años.

Se incorporó rápidamente; el aire que se colaba por la ventana entreabierta indico sobre su piel desnuda perlada por el sudor helado. Un escalofrío lo recorrió al evocar las imágenes de su sueño. O al menos se repetía a si mismo que solo había sido eso. Un sueño, o mas bien una pesadilla. La primera en siglos que le resultaba escalofriante.

Apoyo ambos pies en el suelo, sintiendo el frío de la piedra antigua, e intentó despejar su cabeza. Era la primera vez que soñaba con una guerra distinta a la que libraban ya en la tierra con las creaciones del infierno. Por lo general solo sus hermanos o su padre quedaban en su memoria tras despertar... y sin embargo la mirada de aquel ser era clara y vibrante en su mente, como si hubiera estado ahí realmente. Tenía los ojos del caído, pero Alec sabia que no se trataba de Lucifer.

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now