Capítulo 18

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Hoy por fin era viernes, el día que tanto había esperado durante toda la semana.

Cada vez que hacía mención de lo emocionada que estaba porque llegara la noche del día de hoy, James me miraba de forma extraña y se mostraba un tanto divertido por mi actitud.

Por supuesto que cuando le pregunté la razón de su actitud dijo que no era nada. Pero era evidente que había una razón, y muy probablemente no me lo decía porque esa razón me pondría de mal humor.

Y la única cosa que me ponía de peor humor que el que hirieran a mis seres queridos, era Alex.

Esa mañana tuve un incómodo y extraño episodio con ese hombre, el trajeado y misterioso, que me puso los pelos de punta.

Cuando le llevé su orden, la misma de siempre, y me giré con intenciones de volver a mi lugar, su mano se cerró entorno a mi muñeca.

Su toque fue suave, contrario a su severa expresión. Pero ni aunque se hubiera sentido como el aterciopelado rose contra una flor no habría actuado de otra manera. Él no podía ni debía tocarme.

Cuando me giré para enfrentarlo, su rostro lucía una expresión arrepentida.

Dirigí una fugaz mirada a su mano en torno de mi muñeca, para luego volverla a sus ojos grises, los cuales me miraban con algo parecido al nerviosismo.

―Lo siento, yo... ―balbuceó, tropezando con sus palabras y golpeteando con su mano libre en la mesa, en un claro gesto de nerviosismo.

―¿Podría soltarme? ―dije, sonando más dura de lo que pretendía, pero sin arrepentirme de mi tono. Ese hombre me estaba tocando, un desconocido que se comportaba de forma extraña a mi alrededor. Desde luego no iba a frotarme contra su pierna.

Él pareció no darse cuenta de que aún seguía tocándome, porque me soltó como si mi piel quemara.

Luego aclaró su garganta y borró cualquier rastro de expresión de su rostro, tan rápido que me pregunte si siquiera alguna vez había habido algo ahí.

―De nuevo, siento ese impulso. Solo quería saber si podías traerme algo de leche ―murmuró, rehuyendo mi mirada y posándola sobre la mesa. Esa fue la mayor señal de que mentía, él siempre me miraba a los ojos, fijamente, tanto que a momentos se tornaba incómodo, porque él realmente tenía una mirada intensa. Creo que para él, el no mirar a una persona era signo de inferioridad, una palabra que desde luego no entraba en su diccionario.

Tomé una bocanada, obligándome a serenarme y actuar de forma profesional.

―Por supuesto, solo procure no volver a tocarme, señor...

―Gerald ―me interrumpió, levantando la mirada de la mesa por fin―. Mi nombre es Gerald Gardner.

―Muy bien, Gerald Gardner, en un segundo le traigo su leche ―informé, con el ceño aun fruncido―. Pero, por su bien, recuerde lo que le dije. Porque si alguna vez usted vuelve a tocarme, voy a romper su mano en tantas partes, que ni el mismo Dios va a poder repararla.

Y sin esperar a ver su reacción, di media vuelta con la cabeza en alto para traerle su maldita leche.

Cuando James me preguntó que me ocurría, le mentí, diciendo que solo tenía un dolor de cabeza.

Aunque la verdad es que en todo el día no dejé de pensar en ello. Como tampoco dejé de pensar en que acababa de amenazar a un cliente, y aunque no me arrepentía de ello, podía traerme graves consecuencias si él se quejaba con Jeremy.

Pero no estaba mintiendo. Si él alguna vez volvía a cometer el error de tocarme sin mi consentimiento, iba a romper su mano y cualquier parte de su cuerpo que tuviera a la vista.

Equal Halves. MADLY IN LOVE #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora