Capítulo 46 ·Final·

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Se supone que las mejores cosas suceden sin que las esperemos. Aquellas que llegan de improvisto y sin previo aviso. Creo que así es como realmente las disfrutas. Pero las cosas malas tampoco es que te llamen tres minutos antes para avisarte de que vienen. Las cosas malas son como esa tía molesta que te visita todos los años sin avisar y viene con sus tres hijos cada cual más molesto y feo que el anterior. Odias que la tía venga, e interiormente deseas que la atropelle un camión o que a uno de sus pequeños monstruos le de la peste, pero de cualquier forma, la maldita tía se presenta en tu casa cada año, con su horrenda sonrisa y su imparable boca.

Por lo general eres lo suficiente capaz como para diferenciar una de otra. Se supone que las cosas buenas lo son porque traen consigo más cosas buenas. Además de una inmensa felicidad. Las cosas malas traen destrucción y sufrimiento consigo, así es como sabes que lo son.

Bien, ¿entonces cómo es que yo no sabía si lo que estaba ocurriendo era bueno o malo? Porque se sentía como si fuera las dos cosas a la vez.

No soy una chica de compromisos ni promesas de un futuro. No me gusta pensar en lo que va a suceder mañana porque no sé si voy a estar aquí para efectuar todos esos planes. Tampoco quiero que me prometan una eternidad ni un para siempre. Eso es demasiado tiempo y los humanos somos demasiado efímeros como para prometernos aquello. Pero de pronto tengo a alguien frente a mi prometiéndome eso; un para siempre y la eternidad a mi lado. Y por alguna razón creo en sus palabras. Creo en que incluso después de la vida puede haber una eternidad junto a tus seres amados. Creo en que hay un futuro para compartir y hacer tantos planes como la vida nos permita efectuar. E incluso más allá.

Estoy tan feliz, y confundida, de que él quiera hacer eso junto a mí, que ni siquiera puedo responderle al instante.

Las situaciones quizá no sean las mejores, ya estoy recostada en una cama de hospital, con la cabeza cocida y vendada y un gran moratón en el pómulo, el cual compite con mis ojeras. Estoy usando nada más que una bata de hospital, la cual deja mi trasero al aire y provoca picazón por toda mi piel, porque al parecer soy un poco alérgica a esa tela. Pero el hombre frente a mi es el mejor y el indicado, es el único al que probablemente en toda mi vida me gustaría prometerle todas esas cosas.

Y, sí, bien, quizá sea algo rápido y precipitado, quizá no sea la mejor ocasión, ni mucho menos la más romántica, pero en realidad eso es lo de menos. Porque hace tres días o en tres años, la repuesta es siempre la misma. No me importa si en un año se sentirá como el mayor error de mi vida, porque, después de todo, nada puede evitar que los cometas. Y si esto es un error entonces es el error más maravilloso que jamás he cometido.

(***)

Se supone que cuando estás a punto de morir, o mueres y vuelves a la vida, te suceden cosas geniales. Ves a tus seres queridos fallecidos, la luz al final del túnel, la muerte con su capucha y su guadaña, la cual era cariñosamente apodada como Juanita, el paraíso, o el infierno si fuiste un niño malo y no lavaste tus dientes tres veces al día. En fin, que al menos si me estaba muriendo quería algo de emoción y explosiones.

Pero nada, no había nada. Todos esos minutos, horas u días (la verdad es que no tenía sentido de tiempo), se sintieron como dormir sin soñar. Fue como un parpadeo, como aquella sensación de haber dormido cinco minutos cuando en realidad fueron diez horas. Aquel punto en que estás a punto de dormirte, pero alguien te sacude y te da un susto de muerte, mientras te secas la baba de la mejilla.

Fue decepcionante, la verdad. Digo, no esperaba que el mismo Dios saliera a recibirme o la virgen montada en el burro. Pero... en fin, morir no estaba tan genial como todos decían.

Equal Halves. MADLY IN LOVE #2Where stories live. Discover now