EPÍLOGO

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Suspirando una última vez, Ji Yong despidió con la mano al último de sus pequeños estudiantes. Había sido un muy largo mes desde que repentinamente, todos se habían enterado de su huida a Washington para casarse. Al principio había tenido que enfrentar a los padres de familia que desaprobaban que sus hijos estuviesen tan cerca de un hombre homosexual casado, sin embargo, se había sentido muy agradecido con su mejor amiga, quien con toda la diplomacia posible, les había planteado a los padres que era decisión suya si querían retirar a los pequeños de la academia, y aunque sí hubo un par de padres que lo hicieron sin dudar, al final la mayoría optó porque no les importase. Había sido una verdadera dicha el saber que contaba con el apoyo de más personas de las que había podido imaginar.

Exhausto y sudoroso, alcanzó una de las pequeñas toallas colocadas minuciosamente en la estantería del rincón mientras encendía de nueva cuenta la música y comenzaba a moverse al ritmo de ésta. Cerró los ojos, y mientras sus manos se alzaban por encima de su cabeza y al mismo tiempo balanceaba sus caderas conforme la melodía, sintió el tierno toque de unos dedos fríos sobre la piel desnuda del hueso de su cadera. Gimiendo, se derritió contra una dura pared de músculos apenas sus sentidos reconocieron la especial colonia de su pareja.

Sonriendo, ahogó un gemido al sentir los sedosos labios del mayor acariciando tiernamente su nuca. Ladeando el rostro, encontró aquellos deliciosos torturadores de algodón, mismos que se curvearon en una ligera sonrisa mientras que el dueño de éstos se encargaba de girar el cuerpo más pequeño que descansaba contra sí. En el instante en que sus miradas se encontraron, el aleteo de felicidad torturó sus inexpertos corazones, haciéndolos retumbar con potencia y rapidez.

—Hola extraño...— murmuró el bailarín mientras se encargaba de apagar la música.

—¿Ahora soy un extraño? — el otro asintió— ¿Puedo saber por qué?

—No te he visto lo suficiente esta semana. — se cruzó de brazos mientras sus labios se fruncían— ¿Dónde quedó eso de que mi esposo estaría siempre a mi lado por la mañana e iría a la cama conmigo todas las noches?

—Lo siento...— se disculpó el pelinegro mientras se inclinaba y le robaba un dulce beso a aquellos labios fruncidos— Tuve una semana difícil. Bastante ocupada y estresante. Justo ahora estoy muerto...

—¿Hay algo que yo pueda hacer?

—Tan solo sonreír para mí...— murmuró, ocasionando que un notorio sonrojo se extendiera en las mejillas del bailarín mientras una tímida sonrisa se apoderaba de sus labios— ¿Y hay algo que deba hacer para que perdones a éste descuidado hombre?

—Llévame contigo. No me importa a dónde, tan solo hazlo.

No fue necesario que ninguno dijera nada más. Acercándose lo suficiente como para que no quedase ni el más pequeño espacio entre los dos, fue el más alto quien acunó en su palma la suave mejilla del bailarín para después degustar sus labios con ansia, delineando con su lengua cada tierno pliegue y memorizando cada exquisito rincón de la boca ajena.

Gimiendo, Ji Yong se abandonó en los brazos de su amante, quien lo sostuvo firmemente mientras devoraba con avaricia sus labios. Alzando los brazos, fue el más joven quien rodeó el cuello del otro, al mismo tiempo en que hundía sus dedos entre los suaves mechones de cabello negro, disfrutando de la pasión y el desespero con el que lo tomaba. Cuanto le había extrañado.

De pronto, un exagerado carraspeo los hizo separarse, mirándose apenados al verse descubiertos. En el marco de la puerta, una alta y despampanante mujer de cabellos cobrizos les miraba con una ceja arqueada y una sonrisa perversa enmarcando sus labios.

ATYPICAL PRINCESSWhere stories live. Discover now