2. ¿Quieres vivir?

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El sudor corría por la frente del hombre que la tenía apresada con el peso de su cuerpo. Ella sentía sus pulmones estrujados; su garganta bajo su mano, hacía que solo deseara seguir respirando.

—Melissa, mi preciosa Melissa. ¿Quieres vivir?


Abrió sus ojos de golpe como si hubiera escuchado un ruido fuerte en la habitación, su piel tenía sudor seco y estaba helada. Rodó en busca de su teléfono para ver la hora. Tenía el rostro cargado de lágrimas, y ella se limitó a soltar un sollozo al aclarar la vista.

Aún eran las cinco de la madrugada.

—Otro día en el paraíso —murmuró dejando su teléfono.

Se bajó descalza y caminó por la madera del piso de su cuarto. Sólo ahí podía sentirse libre de mostrar sus piernas sin que nadie juzgue sus marcas.

Las cicatrices recorrían su cuerpo como hilos rosas maltratados; desde sus pies hasta sus muslos, brazos y cuello.

Era un milagro que esté viva.

Para el día eligió una camisa que se había comprado a precios bajos y estaba en la pirámide de ropa limpia de su silla. Cuando la estaba abotonando escuchó risas en algún lugar de la casa. De seguro era su primo de nuevo.

Abrió la ventana de su cuarto para ver las plantas de los departamentos de enfrente. Siempre había mariposas a esa hora, anticipaban la lluvia de estrellas. Y ella las amaba.

Esta vez la vecina de enfrente también abrió la ventana, Melissa cerró rápido las cortinas con un poco de vergüenza esperando que no la haya notado. Madrugar en vacaciones era típico en Farasha.

Decidió alejarse de ahí y buscar algo de desayuno antes de que su panza empiece a hacer ruido.

Vio que el televisor emitía una luz que llegaba hasta la heladera, y otra vez oyó un par de risas ahogadas desde el final del pasillo.

Sus medias no dejaban que sus pasos suenen. De esa manera logró llegar a la sala sin hacer el menor ruido. Allí encontró la silueta de Omar besando a una chica con senos esféricos, quien estaba a punto de quedarse sin sostén. En el aire se podía percibir el aroma de lo que estaban haciendo.

Giró la mirada tratando de contener las náuseas y corrió a la cocina. Sin querer tropezó con una silla y terminó arrastrándola, haciendo que un golpe fuerte suene en la casa. Esto obligó a los amantes a detenerse y, a ella, a quedarse quieta.

El sexo le daba asco y mucho miedo. No entendía como alguien podía disfrutar con esa cosa tan horrible adentro de su cuerpo, siendo que había sido tan doloroso para ella.

Le daba arcadas pensar en ello. El recuerdo de su piel quemando la atormentaba. Aún podía sentir como la sangre salía de sus cortes.

Después de unos minutos recuperó su respiración. Abrió la heladera como si no hubiera pasado nada, pero al sacar una manzana las manos comenzaron a temblarle y a sudar.

El silencio de las Mariposas | GL | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora