17. Egoísmo

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-¡Helen!- grita Esther corriendo hacia mí, abraza mis piernas mojadas y esconde su cabeza en mi vientre. Llora pegada a mí y Mike observa a la abuela con los ojos hinchados del llanto. Siento que mis ojos pican y sin poder aguantarlo más las lágrimas vuelven a salir empapando mis mejillas.

-Ella...estaba viendo televisión con nosotros y dijo que llamaría a mamá porque no se sentía bien- sorbe por la nariz y arruga la frente- no contestó, supuso que estaba ocupada y entonces llamó a papá. Cortó a los cinco segundos. Palideció y le preguntamos si se sentía bien, dijo que iría a dormir. Luego Esther subió y...- puedo ver cómo se le empañan los ojos- la abuela ya no despertaba.

Mi hermana empieza a balbucear cosas que no entiendo, pero puedo notar que está molesta, ya que sus pequeñas uñitas estrujan el borde de mi vestido. Alguien abre la puerta de golpe, causando un estrépito, papá nos mira jadeando y frunce los labios al mirar a mi abu.

-Al auto- ordena mirándome finalmente. Carga a la abuela y baja las escaleras apresurado. Al voltear veo a mi hermana, ya separada de mí, con la mandíbula tensa y frunciendo el ceño. Sus pequeños ojitos cafés fulminan el camino por donde salió papá.

-Vamos- musito entrando en su campo de visión. Ella asiente aún con la frente arrugada y se limpia las lágrimas con el torso de su mano. Me sorprende que cuando intento cargarla me esquiva y sale en completo silencio.

-Yo...no sé que le sucede- dice Mike antes de ponerse de pie- vámonos- me toma de la mano y bajamos con rapidez. Ya no siento los efectos del alcohol, el mareo se fue con la lluvia, pero junto con ella vino la nostalgia. Ahora entiendo porqué muchos la odian: porque no trae nada bueno.

*******

El trayecto al hospital constó de un incómodo silencio. Lo único que se escuchaba en el auto eran nuestras respiraciones y algún que otro bufido por parte de Esther.

Entramos por la puerta de emergencia y de inmediato se llevaron a mi abu en una camilla, sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver que le conectaron dos tubos para que pueda respirar. El doctor Arrington la atenderá, parece un hombre de confianza con ese cabello canoso y su sonrisa amigable.

Papá y Mike fueron por un sándwich a la cafetería, a pesar de que este último se negó al principio.

Ahora estoy aquí.

Sentada en el pasillo del hospital, mojada, descalza, hecha un desastre y con mi hermana al lado. Ella parece una estatua. Mantiene el ceño fruncido, sus labios en una línea recta y su mirada perdida en un punto muerto de la pared, ajena a la realidad. Tal vez intenta ser fuerte. Después de todo fue la primera que vio a la abuela inconsciente y debió haberse impactado. Sólo tiene ocho años y pienso que vivir con esa imagen no debe ser nada bonito.

-¿Quieren un sándwich?- alzo la vista y veo a papá frente a nosotras. Tiene dos sándwiches de pollo en la mano y una bolsa blanca con gaseosas personales cuelga de su brazo. A su lado, Mike parece comer con disgusto, y sostiene el vasito de café con los nudillos pálidos. Intento sonreír, pero me sale una mueca. Aún no puedo asimilar el fatídico hecho de que mi abuela haya colapsado. El doctor Arrington dijo que su presión bajó demasiado, su ritmo cardíaco disminuyó y eso le provocó un paro. Si la hubiéramos traído dos minutos después, ella no estaría viva.

-No tengo hambre, gracias- la voz de Esther me hace reaccionar y voltear a verla confundida. Su rostro refleja molestia, y papá la mira confundido por su tajante respuesta. Suspira e intenta abrazarla, pero ella se pone de pie como un resorte y lo aparta con sus pequeños bracitos- necesito ir al baño.

Y...llegasteWhere stories live. Discover now