CAPÍTULO 41
Adrien había logrado conciliar el sueño de madrugada. Después de saber que Josh se quedaría a pasar la noche en su casa, los dos mocosos habían estado jugando en el dormitorio hasta que llegó la hora de acostarse. Severus y Carole tuvieron que separarlos a la fuerza y, después de un par de mal fingidos berrinches, lograron meterlos en la cama, amenazándoles con que Papá Noel no vendría si no se dormían en ese momento. Eso bastó para que las encantadorascriaturas cerraran sus respectivas boquitas y se pusieran el pijama.
Severus había respirado tranquilo cuando Adrien cerró los ojos, aunque no pudo dormirse. Sabía que, en la habitación de al lado, Draco debía estar maldiciendo a todos los antepasados de las familias Snape y Bellefort, y que Jerry, fiel a su recién adquirida costumbre, debía estar durmiendo a pierna suelta y roncando como un cerdo.
La presencia de Albus y Hagrid también le tenía un poco inquieto, imaginándose las cosas que esos dos podrían estar tramando para que la mañana de Navidad fuera algo especial, y temiendo que fueran a desaparecerse en mitad de la noche para irse a Hogwarts. Pero, sin duda, lo que más le inquietaba era saber que Carole estaba a sólo unos metros de distancia, descansando bajo su propio techo.
Severus aún no podía saber porqué la había besado, pero no se arrepentía. Quizá, al día siguiente sí lo hiciera (y Carole también) pero, por esa noche, quería disfrutar de lo ocurrido. El brujo había seguido sus impulsos y las cosas parecían haber ido bastante bien. Carole había correspondido a su beso, y Snape aún sentía el sabor de los labios femeninos en su boca, pero lo mejor había venido después, con las miradas cómplices que intercambiaron durante el resto de la velada, como si un lazo invisible hubiera unido sus vidas.
Adrien se removió en la cama y aferró con fuerza el cuerpo de felpa de Oso. Masculló un par de palabras ininteligibles, y se dio media vuelta, acomodándose sobre el brazo de Severus. El hombre lo observó durante varios minutos, atento a su respiración acompasada y su semblante relajado y despreocupado. El niño parecía más inquieto que otras noches, aunque no era de extrañar. La perspectiva de los regalos y un nuevo día en familia, unido a la promesa de Severus y Jerry de visitar la tumba de Mariah al día siguiente, hubieran puesto nervioso a cualquiera.
Severus sintió una ligera punzada en el pecho al pensar en ella. En ocasiones, imaginaba cómo fue la vida de Adrien junto a su madre, y tenía la certeza de que debía conocer muchas más cosas de la mujer. Y, por ende, Adrien, que, a pesar de tenerla presente casi todo el tiempo, poco a poco se iba olvidando de ella. Era demasiado pequeño para que sus recuerdos permanecieran nítidos y, aunque tenían las fotografías y los videos para que Adrien recordara su rostro y su voz, Severus sentía que hacía falta algo más. Adrien debía conocer más cosas de Mariah que su faceta como madre: sus defectos y virtudes y, desgraciadamente, él no podía contarle demasiado, aunque estaba seguro de lograr encontrar una solución para ello. Después de todo, contaba con la inestimable ayuda de la magia.
-Papá Noel...
Severus rió ante las palabras musitadas por su hijo. Adrien volvió a darse la vuelta, y Oso salió disparado sobre la cabeza de Snape, que pudo alcanzarlo antes de que el muñeco llegara al suelo. En sueños, Adrien agitó los brazos, en busca de su amigo, y Severus se lo tendió, logrando que el pequeño sonriera satisfecho. Snape lo arropó y fijó su atención en la ventana.
Había dejado de nevar.
De hecho, la ventisca remitió en el mismo momento en que Carole se vio obligada a quedarse en la casa. Si Severus no tuviera la certeza de que ningún mago era capaz de manejar el tiempo a su antojo, hubiera pensado que Albus Dumbledore tenía algo que ver con aquella copiosa nevada. De cualquier forma, había sido muy oportuna.
Severus escuchó un ruido procedente del pasillo. Con la cantidad de gente que tenía metida en la casa, no era de extrañar que alguno de ellos se dedicara a deambular por ahí, pero no quería arriesgarse a que alguien (Carole o Jerry) encontraran algo indebido. Así pues, se levantó y salió al pasillo caminando como un felino. Hacía años que había adquirido la capacidad de moverse sin dejarse notar y, cuando llegó a la planta inferior y se colocó al lado de Jerry Bellefort, éste dio un salto alarmado, haciendo que Snape volviera a acordarse de Adrien. Aquellos dos se parecían demasiado.
-Snape - Murmuró, alarmado, llevándose una mano al pecho. Tenía el pelo revuelto y parecía haber perdido sus rígidos modales.
-Escuché ruidos y vine a ver qué ocurría -Severus habló con rudeza, encendiendo una de las lámparas auxiliares de la biblioteca - ¿Ha venido a ver a Santa Claus? -Comentó en tono irónico. Jerry enrojeció levemente y, a continuación, señaló una caja perfectamente envuelta.
-Es el regalo de Adrien -Susurró, apartándose el pelo de los ojos y parpadeando velozmente - No esperaba que Santa Claus fuera a dejarlo en mi lugar.
-Ya veo -Severus cabeceó. Se sentía realmente intrigado por saber lo que el muggle le había comprado a su niño, aunque dio por hecho que sería algo adecuado.
-Me he tomado la libertad de comprarle un detalle a Josh. Espero que no le importe.
-¿Por qué debería? Usted puede comprarle regalos a quién le de la gana...
-Sí, bueno... -Jerry se agitó nerviosamente, cambiando de posición varias veces seguidas -Es que, durante la cena, noté que le incomodaba que yo hablase con Carole. Supuse que...
-A mí no me incomodaba nada.
Severus había hablado demasiado vehemente y lo sabía. No había necesidad alguna de interrumpir a Jerry para asegurar que lo de la cena le había dado igual y, ahora, el malditomuggle lo miraba con suspicacia. ¡Cómo odiaba esa expresión!
-¡Oh, claro! Supongo que fue una apreciación mía, nada más -Jerry chasqueó la lengua y, algo más espabilado, fue a sentarse a un butacón de cuero negro, junto a la chimenea. Severus lo miró contrariado, pero sabía que no podía largarse dejando al hombre con la palabra en la boca -Creo recordar que teníamos una conversación pendiente.
-¿Y a usted le parece que este es un buen momento para hablar? Son las tres de la madrugada.
-Ya, pero dudo que surja una ocasión mejor -Jerry se encogió de hombros -Además, eseencantador chiquillo rubio, no deja de mirarme de mala forma, mientras murmura algo así como"Maldito muggle del demonio". Dice que ronco -Severus alzó una ceja. Él podía dar fe de que Draco tenía razón. Sus rugidos traspasaban las paredes de la planta superior -No ronco, señor Snape -Afirmó Jerry con firmeza, incorporándose un poco en la silla -Quizá, respire un poco fuerte.
-¡Claro! -Severus cabeceó, irónico - Lo que usted diga, Bellefort.
-Bueno - Jerry agitó la cabeza, bostezando antes de seguir hablando -Así que Adrien es un mago.
A falta de algo más que decir, el muggle optó por tratar directamente el asunto que le preocupaba. Snape torció el gesto y bufó contrariado, pero no hizo ademán de evadir el tema; por el contrario, se sentó frente a su interlocutor.
-Reconozco que suena bastante extraño - Jerry sonrió abiertamente, mientras era examinado detenidamente por Snape - No es algo que ocurra todos los días, desde luego.
-Me sorprende que se tome todo esto con tanta naturalidad - Comentó Severus, algo aturdido por la reacción del señor Bellefort. Normalmente, los muggles negaban la existencia de un mundo mágico, o salían huyendo despavoridos. Ese tipo, por el contrario, parecía predispuesto a creer todo lo que le dijeran.
-Sí, bueno, creo que no me queda otra opción - Jerry se encogió de hombros - Patalear y negar lo evidente no servirá de gran cosa y, por supuesto, no hará que Adrien deje de ser quién es. ¿No le parece?
-Supongo...
-Aunque debo reconocer que tengo muchas dudas y, según parece, usted es el único que puede ayudarme - Severus alzó una ceja, incrédulo - ¿Cómo es posible que...? ¡Por Dios! Hasta hace unas semanas, pensaba que la magia era cosa de los cuentos de hadas...
-Y, sin embargo, no ha puesto en duda su existencia - Severus sentía la confusión de aquel hombre. Podría haber aceptado la realidad con relativa facilidad, pero su parte racional le impedía conformarse por completo - Es usted un hombre extraño - Jerry rió por lo bajo, y Severus puntualizó sus palabras - Un muggle extraño.
Severus alzó una ceja. Con aquellas tres palabras, el ambiente se había relajado de forma considerable, hasta el punto de que Jerry se quedó quieto por primera vez desde que empezaran a hablar, analizando las palabras de Snape.
-¿Qué diablos es un muggle?
-Usted lo es, Bellefort. Así es como los brujos llamamos a aquellos que no pueden hacer magia.Muggles.
-Muggles - Jerry pareció reflexionar unos segundos -Su ahijado no dejaba de llamarme así. Aunque él sonaba ciertamente insultante.
-Me temo que esa es la intención de Draco -Severus bufó, un poco molesto por la actitud del chico. Aunque, claro, era de agradecer que no se hubiera puesto a lanzar maldiciones a diestra y siniestra -Digamos que mi ahijado no se encuentra demasiado cómodo entre la gente no mágica. Tiene perjuicios respecto a eso. Quizá, no recibió la educación adecuada.
Jerry guardó silencio unos segundos, como si meditara sobre las últimas palabras pronunciadas por Snape. Severus se limitó a observarlo con tranquilidad, suponiendo que la cabeza de ese hombre era un hervidero de ideas descabelladas. Seguramente, tendría tantas preguntas por hacer, que no sabría por dónde empezar.
-¿En qué posición me deja todo esto, señor Snape?
La pregunta desconcertó a Severus. Esperaba tener que hablar de varitas y trucos de magia, pero no que Jerry se mostrara un tanto inseguro. Quizá, había comprendido que las barreras que separaban a muggles y magos eran, la mayor parte de las veces, prácticamente infranqueables.
-¿Qué quiere decir con eso, señor Bellefort?
-Supongo que Adrien necesitará recibir una educación especial, diferente a la que pude tener yo o cualquier otro... Muggle -Severus sonrió, ante la extrañeza con la que Jerry pronunciaba esa palabra -Y, realmente, no sé qué puedo hacer...
-Usted no tiene que hacer nada. Que Adrien sea mago, no impide que sea su sobrino y, como tal, debe tratarlo -Severus carraspeó, intentado que sus palabras no salieran en tropel -Usted es el vínculo que une a Adrien con su madre y con el mundo muggle. Debe tratarlo como si él no fuera mago, como lo hubiera tratado de haber nacido siendo un chico no mágico. La parte de su educación mágica, me corresponde a mí y a nadie más -Jerry movió afirmativamente la cabeza -Digamos que usted le mantendrá los pies en su mundo -Añadió, torciendo el gesto.
-Sí... -Jerry rió con suavidad. De forma repentina, su rostro se tornó serio y, una vez más, demostró que, de haber sido un mago, Jerry Bellefort hubiera pertenecido a la casa de Rowena Ravenclaw -Y, ahora. ¿Podría decirme quién es el tipo que se pasa la vida rondando su casa, señor Snape?
Severus llenó sus pulmones de aire, se cubrió el rostro con las manos y, tras unos segundos de profunda reflexión, decidió que Jerry debía saber de Lucius Malfoy. Después de todo, el mugglepasaría mucho tiempo con Adrien y necesitaría estar constantemente alerta.
Los primeros rayos de sol entraron con energía a través de los cristales del dormitorio, impactando directamente en el rostro de Draco Malfoy. Un instante después, el joven soltó un bufido exasperado y abrió los ojos, maldiciendo al amanecer con toda su alma.
Lentamente, se incorporó en la cama. Era muy temprano, pero sabía que no podría volver a dormirse, así que optó por levantarse y bajar a desayunar. Con un poco de suerte, no tendría que compartir la cocina con ninguno de los mugglesque ocupaban la casa. Aunque, pensándolo mejor, era evidente que Bellefort ya estaba despierto. Su cama estaba hecha, con el pijama perfectamente doblado sobre la almohada.
Draco se dejó caer sobre el colchón, recordando la terrible noche que había pasado. Primero, había tenido que cenar con esa gente. Luego, se descubrió a sí mismo bebiendo demasiado licor de avellana y hablando alegremente con la niñera de Adrien. Por último, tuvo que compartir habitación con ese malditomuggle, que roncaba tan fuerte que casi logra que Draco se asfixiara cuando envolvió la cabeza en la almohada. En más de una ocasión, se había planteado la posibilidad de lanzarle algún hechizo silenciador, pero supuso que a Severus no le sentaría demasiado bien que embrujara a Jerry.
Lamentando su mala suerte, se puso en pie, sintiendo una leve punzada de dolor en la cabeza."Lo que me faltaba. Resaca", pensó, mientras se envolvía en una bata y se disponía a ir al lavabo para meterse debajo del agua caliente.
No obstante, antes de alcanzar la puerta, ésta se abrió de par en par. Adrien traspasó el umbral, sonriendo abiertamente, y se quedó parado cuando vio a Draco frente a él.
-¡Primo! -Chilló con emoción. Estaba descalzo y tenía el pantalón del pijama caído, como si acabara de levantarse y tuviera demasiada prisa para fijarse en esos detalles -¡Papá Noel ya ha venido!
Antes de que Draco pudiera reaccionar, el niño desapareció de su vista. Un segundo después, escuchó unos golpes en la puerta de esos otros muggles, la mujer y el niño, y a Adrien llamando a su amigo Josh con nerviosismo. No dejó de dar puñetazos en la recia madera hasta que el chiquillo rubio no salió al pasillo, chillando tan fuerte como Adrien y ansioso por comprobar si Papá Noel le había llevado algún regalo a él también. Draco gruñó ante los gritos de los pequeños, pero pudo ponerles buena cara (a Adrien, al menos)
-¡Vamos, vamos! -El joven Snape tiró de la mano de su amigo y, antes de enfilar la escalera, miró a Draco -¡Primo!
Malfoy sonrió y supo que, seguirlos, era su única opción. No quería pensar en el aspecto que debía tener, aunque no podría ser peor que el de Carole Allerton, que salía en ese momento del dormitorio, ataviada con un pijama que debía ser de Severus, con el pelo revuelto y los ojos hinchados de sueño, luciendo algo azorada por no haberse despertado antes de la irrupción de Adrien. Draco, más por caballerosidad que por otra cosa, acertó a saludarla antes de sentir la pequeña mano de Adrien rodear su muñeca, para guiarlo hasta la planta inferior.
Antes de entrar en la biblioteca, donde estaba el árbol de Navidad, vio a Snape, Dumbledore, Hagrid y el muggle reunidos en la cocina, tratando asuntos serios a juzgar por sus caras. Por un momento, sintió curiosidad por saber lo que estaban tramando, hasta que los gritos de Adrien y Josh hicieron que su cabeza retumbara.
-¡Wow!
Estaban realmente emocionados, y no era para menos. Draco no recordaba haber visto un árbol de Navidad con tantos regalos a su alrededor, la mayor parte de ellos destinados a los habitantes más pequeños de la casa. El joven Malfoy se quedó parado bajo el umbral, mientras los niños correteaban hasta el árbol y comenzaban a dar vueltas a su alrededor, saltando, gritando maravillados y temerosos de tocar algo, por si todo desaparecía. Draco sintió una presencia a su lado y vio a Severus Snape junto a él, deseándole una feliz Navidad con voz grave. Tras él, el resto de los habitantes de la casa, exceptuando a Carole, que debía estar acicalándose un poco en la planta superior.
-Muy bien, niños -Severus detuvo los movimientos frenéticos de los pequeños, que se quedaron inmóviles frente a él, mirándole con expectación -¿Qué os parece si lo repartimos todo?
Los dos pequeños mostraron su conformidad, dando un paso atrás para dejar que Snape tomara las riendas de la situación.
No sería fácil explicar a Josh y Carole la procedencia de los regalos que recibirían Hagrid o Dumbledore, aunque el anciano mago aseguraba que no habría problema con ello. Él personalmente, había lanzado un hechizo que haría que los muggles creyeran ver presentes del todo normales, así que todo transcurrió con relativa tranquilidad.
El primero en recibir su obsequio, fue Hagrid. El semi-gigante no pudo contener las lágrimas cuando acarició su nueva varita de madera de ébano y crin de thestral. El personal de Hogwarts al completo había considerado que ya era hora de que su guardabosques tuviera una varita de verdad, y ese año le hicieron el mejor regalo que había tenido en años.
Albus Dumbledore se dispuso a quitar el papel de sus tres libros anuales .Dos de ellos, trataban de Magia Ancestral, mientras que el tercero era un libro muggle de aventuras: La Isla del Tesoro. Pero, sin duda, el regalo que recibió con más emoción, fue el par de calcetines que Harry Potter le hizo llegar. El anciano mago contuvo a duras penas una lagrimita, mientras Snape lo miraba desdeñoso, sin entender por completo a qué se debía aquello.
Después le tocó el turno a Jerry. El hombre pareció claramente sorprendido cuando Severus le entregó un pequeño paquete, que resultó ser una nueva corbata. Snape no había sabido que comprarle, de hecho, no pensaba hacerle ningún regalo, pero supuso que a Adrien le haría ilusión y recurrió a aquello. Una sencilla corbata...
Para cuando le llegó el turno. Carole ya se había reunido con ellos, con el pelo recogido y vestida con la ropa del día anterior. Observó todo con aire melancólico, temiendo que Josh se sintiera un poco apartado en aquella celebración matutina. Su expresión cambió un poco cuando reconoció cierto papel de regalo, pero supuso que no sería más que una coincidencia.
Antes de que Severus abriera su obsequio navideño, le tendió a ella su nuevo libro de recetas de cocina mediterránea. Carole se puso un poco pálida y logró sonreír; claramente, el detalle de su jefe le había cogido desprevenida y no supo que decir, aunque Severus captó el agradecimiento titilando en su mirada. Ella lamentó no haberle comprado nada, aunque ya tendría tiempo para solucionar aquello.
A continuación, Severus abrió su nuevo caldero para elaborar pociones. Por supuesto, no pensaba utilizarlo en Hogwarts. Era evidente que había costado una fortuna.
Y, al fin, les llegó el turno a los niños. Josh agarró sus dos paquetes, mientras que Adrien recibió uno más que él.
Carole se quedó paralizada cuando vio el barco de juguete con sus muñequitos que le pensaba regalar a Josh. Por un momento, pensó que estaba alucinando, hasta que Severus se acercó a ella y le susurró unas misteriosas palabras al oído.
-Parece que Santa Claus encontró a Josh -Dijo, sonriendo abiertamente.
-Pero... ¿Cómo? -Ella estaba confundida, sin entender nada.
-Creo que ha sido la magia de la Navidad...
Carole se dispuso a balbucear unas palabras, pero Josh había abierto su segundo regalo, descubriendo una larguirucha serpiente de peluche que pareció encantarle.
Mientras tanto, Adrien había agarrado con ambas manos su primer regalo y arrancado el papel sin compasión alguna. Tanto él como Josh gritaron al ver la última y modernísima consola de videojuegos que había salido al mercado unos meses antes, acompañada por el juego de Toy Store. Severus supo que aquello era cosa de Jerry cuando captó la mirada tierna en sus ojos. Los niños celebraron aquella nueva adquisición durante unos segundos, hasta que Adrien abrió su segundo regalo.
Carole volvió a palidecer, descubriendo que ella misma había comprado aquel cochecito de juguete para Adrien. Severus se atrevió a acariciarle un brazo tranquilizadoramente, y ella se quedó callada, consciente de que era lo mejor.
El tercer regalo de Adrien fue el que causó más conmoción. Hagrid se había movido con nerviosismo junto a la puerta y miraba casi temeroso a Severus, como si fuera un chiquillo que había hecho algo mal y esperaba un castigo. Dumbledore sonreía con serenidad, mientras Jerry permanecía expectante, tan ansioso como su sobrino.
Adrien retiró el papel con la misma impaciencia que los anteriores y, entonces, reconoció el tacto de un par de agujeros en la cajita. Frunció el ceño y sintió que algo se movía dentro del paquete, soltándolo inmediatamente, algo asustado.
-¿Qué pasa, Adrien? -Dijo Severus con suavidad, atento a las reacciones del niño.
-Se mueve...
Algo en la mirada de su papá, le hizo comprender al pequeño que no ocurría nada malo. Con algo más de desconfianza, tal vez, tiró de la última cinta y descubrió una caja que parecía de zapatos. Retiró la tapa y lo vio...
-¡Un perrito!
Josh se abalanzó de forma inmediata sobre él, mirando al pequeño cachorro que alzaba su cabecita, para observar el mundo que le rodeaba con curiosidad.
Severus no pudo evitar sonreír ante el rostro de absoluta felicidad de su hijo. En un principio, no le había parecido buena idea comprarle un perro al niño, pero después de cierta pesadilla, que aún le atormentaba, decidió que no le costaría demasiado trabajo darle ese capricho a Adrien. Después de todo, tenían un jardín enorme, un barrio casi vacío que serviría de pista de juegos, y el talento natural de su hijo para cuidar de los animales.
Lo único que no le agradaba demasiado era el pelaje del bicharraco. Miró a Hagrid de soslayo, comprendiendo perfectamente a qué se debía el temor del otro brujo, y entornó los ojos, mostrándole su silencioso disgusto.
Negro. El maldito cachorrito era completamente negro. Y, para colmo de males, tenía los ojos claros.
Ni que Hagrid lo hubiera hecho a propósito...
-¡Oh, qué bonito! -Exclamó Josh, acariciando el lomo del animal cuando Adrien lo cogió en brazos. De forma inmediata, el perrito pareció ronronear, acomodándose en el regazo de su nuevo amo -¿Cómo lo vas a llamar?
-Uhm... -Adrien frunció el ceño, meditando detenidamente su respuesta. De pronto, dio un bote y alzó al perro unos centímetros, mirándolo directamente a los ojos -¡Black!
Hagrid se puso rojo como un tomate. Dumbledore sonrió con picardía, guiñándole un ojo a su nieto. Jerry miró a Severus, que se había empalidecido y parecía a punto de explotar, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para contenerse.
-Adrien -Dijo, en un hilo de voz. No pensaba pasar por eso. No quería tener un perro negro de ojos claros, que se llamara Black -¿No preferirías otro nombre?
-¿Por qué? -Adrien se encogió de hombros, abrazando a su mascota con cariño -Black es un perrito negro. Es un buen nombre -De forma inmediata, el niño se volvió hacia Carole, que observaba la escena totalmente enternecida -¿Verdad que es un buen nombre, Carole?
Dumbledore rió, logrando que la palidez de Severus se convirtiera en un intenso rubor. El niño parecía haber dado en el grano, al pedir la opinión de aquella mujer. Severus se había estando comportando demasiado raro con ella, como para que el anciano mago no supiera que su pupilo tendría muy en cuenta su opinión.
-A mí me parece un nombre muy bonito -Carole se acercó a los pequeños, y acarició aBlack -Aunque, tal vez, tu padre tenga una idea mejor.
Adrien miró a su padre expectante, como si esperara una segunda opción que, evidentemente, no iba a tener en cuenta. Severus soltó un bufido, dominando su carácter, y terminó por encogerse de hombros. ¡Maldito perro del demonio!
-¡Black!
Los niños centraron su atención en el cachorrito, logrando que cuatro personas más se reunieran en torno a él. Todos, excepto Draco y Severus.
El chico había estado un poco extraño. Parecía haberle dolido no recibir ningún regalo esa Navidad. Desde pequeño, estaba acostumbrado a tener multitud de obsequios en esas fechas, pero había algo más, de eso no cabía duda. Severus tenía la sensación de que el chico echaba de menos otra cosa, que nada tenía que ver con las posesiones materiales. Afortunadamente, se había tomado la molestia de pensar un poco en él y, aunque no estuviera debajo del árbol, sí que tenía un regalo para él.
Severus le hizo un gesto para que lo siguiera fuera de la biblioteca, llevándolo hasta la cocina. A Draco le pareció que su padrino se comportaba de forma sospechosa, aunque no imaginaba por qué. Tal vez, se sentía culpable por no haberle hecho ningún regalo, aunque tampoco lo esperaba de él. Después de todo, nunca le había obsequiado nada, ni en Navidad, ni en su cumpleaños. Severus no era un hombre detallista.
-Mañana empieza el juicio de tu madre -Dijo, sin más preámbulos -Me gustaría acompañarte al Ministerio.
Draco agachó la cabeza un instante y carraspeó. Durante varios días, había procurado alejar aquel asunto de su mente, sabiendo que pensar en ello sólo le apenaría, pero ya era hora de tratarlo abiertamente. Aunque, en un principio, dio por hecho que iría con Andrómeda Tonos, estaba seguro de que se encontraría mucho más cómodo con Snape. Él siempre había estado a su lado para apoyarlo, incluso cuando rechazaba su ayuda, y todo indicaba que no le fallaría ahora.
-Bien...
Fue lo único que pudo decir. Quizá, hubiera sido mejor mostrar algo más de efusividad, pero Severus entendió y lo instó a tomar asiento.
-Dumbledore te ha conseguido una entrevista privada -Anunció Severus, dispuesto a darle suregalo de Navidad al chico -Estarás a solas con ella unos minutos, después de la vista.
Draco alzó la cabeza y abrió desmesuradamente los ojos, sin poder (ni querer) ocultar una sonrisa de absoluta finalidad. Parecía un poco desconcertado, pero era evidente que la noticia le había alegrado muchísimo.
-¿En serio? -Masculló, con la boca seca -Muchas gracias, padrino...
-Mucho me temo que es a Albus al que tienes que agradecérselo -Severus chasqueó la lengua. Él jamás hubiera conseguido que un empleado del Ministerio de Magia le concediera a Malfoy aquella entrevista. Sin duda alguna, el viejo Dumbledore tenía otros métodos para salirse con la suya -Espero que tu madre esté bien. Los guardias de Azkaban dicen que está tranquila. Está en las celdas de las plantas superiores. Creo que son las mejores...
-Sí -Draco se aclaró la voz, emocionado al pensar en su madre -Ella dice que está bien. La dejan salir a pasear durante una hora al día y tiene una ventana en su celda... Dice que la alimentan bien y le permiten lavarse -Draco suspiró, hundiendo el rostro entre sus manos. Un breve segundo de flaqueza que Snape entendió perfectamente -Está mucho mejor que mi padre y...
-No dejaremos que la lleven a las celdas de máxima seguridad, no te preocupes -Severus se atrevió a ponerle una mano en el hombro al chico, para infundirle valor -Ella no tiene crímenes de sangre, Draco. Todo saldrá bien, ya lo verás.
Draco cabeceó. Severus entendió que había llegado el momento de dejar de hablar de aquello, y sacó un pequeño sobre de su pantalón muggle. Malfoy lo miró con curiosidad, tomando la carta cuando Severus se la tendió.
-¿Qué...?
-He pensado que Narcisa necesitará que le des una buena noticia cuando vayas a verla -Comentó Snape en tono casual, entrelazando sus dedos sobre la mesa -Recuerdo que en sexto curso, cuando hablamos de tu futuro académico, mostraste cierto interés por cursar Pociones cuando terminaras tus estudios en Hogwarts -Draco entornó los ojos, sin terminar de entender qué ocurría -Quizá, hayas cambiado de opinión, pero creo que sería una buena opción para ti. No eres de mis peores estudiantes -Draco sonrió. Aquello sí que era un cumplido viniendo de Snape -He hablado con un par de contactos que tengo en la Escuela Superior de Pociones Avanzadas de Nueva Orleáns. Su director me debe un par de favores y ha accedido a concederte una prueba si consigues aprobar el curso -Draco se irguió en su silla, abriendo el sobre bruscamente y leyendo con avidez lo que allí ponía -No es como si te hubiera aceptado aún, pero considero que es un reto que puedes afrontar -Draco miró a Severus, totalmente maravillado -Lamentablemente, yo no pude estudiar allí en su día, pero creo que tú tienes alguna opción para ser un buen Maestro de Pociones... Si estás interesado, claro.
-Esto es... increíble, padrino -Masculló Draco en un hilo de voz, olvidándose de la tristeza de unos segundos antes, mientras hablaban sobre su madre -Yo... No sé qué decir...
-No tienes que decir nada. Lo que tienes que hacer, es aplicarte en tus estudios y sacar un Extraordinario en tus "E.X.T.A.S.I,S" de Pociones. El profesor Burke es muy exigente y no admite ningún error. Si quieres que te acepte entre sus alumnos, tienes que demostrarle que eres el mejor.
-Lo haré -Draco se levantó. Su mirada expresaba tanta decisión, que Severus no dudaba que lograría lo que se propusiera -Muchas gracias por esto, Severus.
Snape cabeceó a modo de respuesta, levantándose él también y dirigiéndose hacia la salida.
-Ahora, si me disculpas, tengo que ir a evitar que... Black -Escupió el nombre con desdén -Se apodere de mi lugar junto a la chimenea.
El resto de la mañana trascurrió con normalidad. Al parecer, Black había decidido ser un perrito totalmente aburrido y, después de ser manoseado por seis pares de manos diferentes, huyó junto a la chimenea, se arrebujó sobre la alfombra, y se quedó dormido, sin querer despertarse ni siquiera cuando Josh y Adrien empezaron a toquetearle.
Tras cinco minutos de insistencia, los niños se hartaron de no jugar con Black y pidieron permiso para salir al jardín, bien abrigaditos y dispuestos a jugar con la nieve. Hagrid y Jerry optaron por irse con ellos, viéndose inmersos en una guerra de bolas que estaban destinados a perder.
Todo trascurrió con alegría navideña, hasta que Carole comprobó que podrían volver a su apartamento y se llevó a Josh, despertando quejas y alguna lagrimilla sincera. Cuanto más tiempo pasaban los niños juntos, más difícil resultaba tener que separarlos.
Hagrid y Albus también se marcharon, alegando que tenían asuntos que tratar en Hogwarts. Hablaban con cierta confianza con Jerry sobre esas cosas, puesto que ya sabían que el muggle había hablado muy seriamente con Snape. El brujo le había contado todo lo que necesitaba saber sobre Malfoy y determinados aspectos del mundo mágico y, aunque solía parecer bastante confundido, asumía todo lo que ocurría a su alrededor con tranquilidad, como si pretendiera dejar que la magia formara parte de su vida.
Adrien, después de comprobar que los cachorros pasaban demasiado tiempo durmiendo, decidió que era hora de probar sus nuevos videojuegos. En el jardín, un gran muñeco de nieve que había hecho el tío Jerry, saludaba al niño con una gran sonrisa, y en el saloncito, Draco permanecía inmóvil, mirando por la ventana con la carta que el señor Burke le había hecho llegar, asegurando que le haría una prueba de acceso en cuanto aprobara el curso. A pesar de que aquello le hizo muy feliz, no podía evitar sentirse melancólico ante el inminente juicio de su madre, y Adrien lo notó. El niño correteó hasta sentarse a su lado, regalándole una gran sonrisa.
-¿Estás triste, primo Draco? -Preguntó Adrien, agarrándose a su brazo, dispuesto a no dejarle escapar hasta que no se pusiera más contento -¿Es porque Papá Noel no te ha traído ningún regalo?
-¡Oh, no! -Draco agitó la cabeza, conmovido ante la preocupación sincera de Adrien -Estoy bien, no me pasa nada.
-¿No? -Adrien se abrazó más fuerte, sabiendo que el rubio estaba mintiendo -Yo también estaría triste si Papá Noel no me hubiera traído nada. ¿Sabes?
-Uhm... Pero Papá Noel si me ha hecho un regalo. Mira -Le mostró la carta. Adrien frunció el ceño.
-¿Qué es?
-Es un mensaje de un gran maestro de Pociones. Gracias a él, podré estudiar en un colegio muy importante.
-¡Oh! -Adrien cabeceó. A él no le parecía un buen regalo, pero Draco sí estaba ilusionado-¿Quieres estudiar Pociones, como mi papá? -El joven Malfoy afirmó con la cabeza -Entonces, está bien. ¿No?
Se produjo un momento de silencio. Adrien no había dejado de abrazarse al chico, que se sentía extrañamente reconfortado, al tener al pequeño tan cerca.
-¿Es porque tu mamá no está aquí? -Aquella frase sorprendió a Draco -Yo echo de menos a la mía, pero mi papá ha dicho que vamos a ir a verla...
-Te diré un secreto, Adrien -Draco bajó la voz, permitiéndose ser completamente sincero -Sí que me pone triste no estar con ella.
-¿Ves? -Adrien sonrió, acariciando la cara de su primo. Draco tenía los ojos brillantes, como si estuviera conteniendo las lágrimas -¿No estás mejor?
El rubio no supo que decir. En realidad, ahora tenía más ganas de llorar que antes, pero se sentía liberado, como si pudiera permitirse el ser débil ante Adrien.
-¿Sabes que podríamos hacer? -El niño se levantó, corriendo hasta el regalo del tío Jerry -Jugar un ratito, hasta que sea la hora de ir a ver a mi mamá. Seguro que, después, te sientes mejor.
Realmente, Draco no quería utilizar ningún cacharro muggle, pero Adrien no le dejo otra opción cuando le entregó uno de los mandos del videojuego y lo instó a sentarse frente al televisor. Afortunadamente, antes de que el niño pudiera encenderlo, Severus llegó a la estancia, interrumpiéndolos.
-Adrien, nos vamos ya. El tío Jerry te espera en el jardín.
-¿Vamos a desaparecernos? -Preguntó, entusiasmado, olvidándose de la consola y de todo lo demás. Iba a ver a su mamá.
-Eso es. Ponte el abrigo, la bufanda y los guantes, y ve con él.
Adrien cabeceó y se marchó dando saltitos alegres. Severus se volvió a mirar a Draco, que había vuelto al sillón.
-¿Quieres venir?
-No... Creo que es un momento para vosotros -Draco habló con suavidad, demostrando una delicadeza de la que no solía hacer gala muy a menudo -Será mejor que me quede. Aprovecharé para descansar del muggle.
-Sí... Pásalo bien. Y cuida de Black, por favor.
Draco afirmó con la cabeza y suspiró profundamente cuando Snape se fue. Pasaría una agradable tarde de tranquilidad. Procuraría dormir y, tal vez, curioseara entre los libros de Artes Oscuras de su padrino. Nadie le había dicho que no pudiera hacerlo.
Mientras tanto, en el jardín, Jerry sostenía tres globos de un llamativo color azul. Severus Snape le había dicho que lo introduciría en el mundo mágico y que irían a ver la tumba de Mariah desapareciéndose. La dichosa palabrita sonaba un poco extraña, y no le hacía demasiada gracia comprobar de qué iba todo aquello, pero cuando Adrien llegó a su lado, mostrándose realmente entusiasmado con la mencionada aparición, Jerry estuvo seguro de que no podría ser tan malo. Si a un niño tan pequeño, aquello no le asustaba, debía ser como subir en una montaña rusa: divertido y emocionante.
No obstante, cuando Severus le indicó que debía agarrarse a su brazo con mucha fuerza, Jerry pensó que no seria todo tan sencillo. Por supuesto, no estaba dispuesto a desobedecer las órdenes del brujo y se aferró a él con energía, cerrando los ojos para no ver lo que ocurría a continuación.
-No tengas miedo, tío. Es muy divertido.
La voz de Adrien fue lo último que escuchó antes de sentir que una fuerza extraña lo arrastraba hacia otro lugar. No era una sensación fácil de explicar la que embargó su pecho un instante después, pero no se sintió mal, ni extraño, ni diferente. De hecho, llegó a la conclusión de que algo había salido mal. Pero, cuando abrió los ojos y vio un hermoso lago ante él, trastabilló hasta casi caer al suelo. No lo hizo gracias a un árbol y a la mano de Severus, que lo sostuvo por el cuello de su abrigo.
-¿Se encuentra bien? -Preguntó, con aire burlón, ayudándole a incorporarse de nuevo.
-Yo... Creo que sí...
-¿No es genial aparecerse? -Adrien habló con alegría, mirando a su alrededor con avidez, reconociendo los lugares en los que había pasado los primeros años de su vida. Todo seguía tan bonito como antes, cuando su mamá estaba con él y lo llevaba a bañarse al lago, siempre que hacía buen día -A mí me gusta mucho, aunque es un poco raro al principio.
-Será mejor que nos vayamos -Severus dejó al niño en el suelo y empezó a andar -No tenemos mucho tiempo.
-Papi. ¿Iremos a mi casa? Me gustaría ver a la señora Miller y a la tita Marcia y...
-Tal vez, pero siempre podemos volver otro día.
-¡Oh! -Adrien pareció momentáneamente entristecido, y le tendió la mano a Jerry, que se había quedado un poco atrás -¡Vamos, tío!
Jerry se dejó arrastrar por los dos Snape. De forma repentina, había sentido un miedo atroz a estar allí. Mariah estaba muy cerca y él no sabía si realmente quería estar en esa situación o no. El pasado volvió a caer sobre él como una losa, devolviéndolo al estado en que se encontraba la primera vez que supo de Adrien.
Severus también estaba nervioso, aunque no sabía muy bien por qué. Tal vez, fuera el hecho de comprobar que Mariah realmente estaba muerta. Pararse frente a la tumba de la mujer que le había dado lo mejor que tenía en la vida, y saber que ella jamás podría ver a Adrien crecer y convertirse en un buen hombre.
Y Adrien... Adrien simplemente estaba ansioso, porque sentía la presencia de su madre con más intensidad que nunca, y se moría de ganas por estar frente a su losa y decirle todas las cosas que había hecho desde que ella se marchó.
El cementerio estaba a las afueras del pueblo, cerca del lago. Era un espacio que irradiaba tranquilidad, y en el que se intercalaban árboles y losas con armonía, un buen lugar para el descanso eterno. Adrien fue el encargado de encabezar la comitiva, puesto que era el único que sabía donde estaba enterrada su madre.
El niño correteó entre las tumbas, portando los globitos azules que, seguramente, encantarían a Mariah Bellefort. Severus y Jerry lo seguían a una distancia prudencial, el primero mirando el cielo con desconfianza (pronto se pondría a nevar allí también; de hecho, era un milagro que no hubiera caído ni un solo copo aún), y el segundo con miedo, las malos temblorosas y la garganta reseca.
Al fin, Adrien se detuvo frente a una losa de mármol blanco, ubicada en un rincón del camposanto, bajo un ciprés de aspecto triste y esperanzador al mismo tiempo. El pequeño observó la tumba con veneración, leyendo con entusiasmo el nombre de su madre, escrito en letras doradas. La inscripción era sencilla, pero eso no evitó que Severus se estremeciera al verla. Jerry se había quedado atrás, totalmente acongojado, con la mente en blanco y el corazón latiendo velozmente.
-¡Feliz Navidad, mami! -Adrien fue el primero en hablar, como si fuera el que más cómodo se encontrara con todo eso -Te hemos traído globos.
El niño miró a su alrededor, hasta que localizó una piedra y la utilizó para sujetar los cordeles de las esferas azules. No quería que se fueran volando, eran para su madre...
Severus pensó que el niño seguiría hablando pero, en lugar de eso, Adrien se acomodó en el suelo, a pesar de que estaba húmedo, y comenzó a acariciar la losa, sonriente y feliz por estar allí. Finalmente, después de un par de minutos, Severus también se acercó y, silenciosamente, le agradeció a Mariah todo lo que había hecho por él.
Jerry aún permanecía alejado, observando la escena con aire melancólico, no sintiéndose digno de estar allí, con aquellas dos personas, rindiéndole un homenaje a su hermana. Debía haberse comportado con ella de otra forma, de nada servía arrepentirse ahora. Jerry entendía eso y quería salir corriendo, ir a cualquier otro lugar y no regresar hasta que los remordimientos desaparecieran para siempre. Se disponía a darse media vuelta cuando alguien le cogió de la mano. Miró a Adrien, que le sonreía desde el suelo, con aquella mirada inocente que también tuviera Mariah, haciéndole sentir parte de una familia que no se merecía.
-Ven, tío Jerry -Le dijo con suavidad, sin dejar que pudiera hacer otra cosa que no fuera seguirle -Tienes que ver a mi mamá.
Jerry tragó saliva y fue con Adrien. Severus se hizo a un lado, dejándoles un poco de intimidad a los dos, y Jerry observó la tumba de Mariah. Tan solo tenía treinta años cuando falleció... Su pobre hermana.
Jerry se agachó junto a Adrien y lo abrazó con fuerza, ahogando un sollozo en el cuello del pequeño. El niño lo miró desconcertado un instante, pero no hizo ademán de separarse del adulto. Él mismo pasó los brazos por el cuello de Jerry y escuchó su llanto, que se alargó durante varios minutos. Hasta que, rendido y algo más reconfortado, Jerry se limpió el rostro y besó la frente de su sobrino. Sentía que, después de todo, Mariah le había perdonado a través de Adrien. Fue extraño sentir aquello, pero fue algo que no le pasó desapercibido.
Cuando se levantó, no dudó en tomar en brazos a Adrien. El pequeño le sonrió cándidamente y le pasó una manita por la cara humedecida, entendiendo perfectamente la tristeza de su tío. Él mismo había llorado un poquito, al recordar los buenos momentos que pasó junto a su mamá. Incluso Severus parecía emocionado, mientras carraspeaba y se acercaba a ellos, procurando no mirar demasiado a Jerry, como si no quisiera que se sintiera avergonzado por su actitud anterior.
-¿Os gustaría tomar un chocolate caliente? -Preguntó, intentado aligerar un poco el ambiente. Jerry no parecía dispuesto a separarse de Adrien por el momento y, antes de regresar a casa, quería que el hombre se tranquilizara un poco.
-¡Uhm... Chocolate! -Adrien dio un gritito. Para él, nunca era un mal momento para comer dulces.
-Estaría bien -Jerry suspiró, pasando junto a Severus -Pero yo invito.
Snape inclinó la cabeza y, los tres, se dirigieron a la salida del cementerio.
Antes de atravesar las puertas, Adrien pudo ver tres bonitos globos azules volando hacia el cielo, y sonrió. Su madre había aceptado sus regalos de Navidad...
Draco se aburría. Sentado en la biblioteca, mientras ojeaba un par de libros, no podía evitar bostezar de cuando en cuando, consciente de que no le apetecía ponerse a leer nada en ese momento. Black dormitaba a sus pies, ladrando débilmente de cuando en cuando, aproximándose a sus piernas como si buscara algo de contacto humano mientras se desperezaba.
Harto de no encontrar nada que hacer, Draco dejó los libros en su sitio, cogió a Black en brazos, y regresó a la salita de estar. Con un poco de suerte, Severus y Adrien volverían pronto y podría entretenerse un rato con el niño. Jugando en la nieva, quizá.
Se sentó en el sofá, observando la televisión con ojo clínico. Black abrió un ojillo y lo fijó en el extraño amo, preguntándose dónde estaría el niño pequeño.
Draco estrechó la mirada, preguntándose cómo se encendería el artefacto aquel. Sabía que Adrien solía pasar ratos divertidos viendo aquella caja, y consideró la posibilidad de olvidar sus perjuicios durante unos minutos, y comprobar si el cachivache aquel era tan divertido como su primoaseguraba.
Se acercó al televisor, lo observó detenidamente y localizó el mando a distancia a su lado. Observando a Adrien el día anterior, había descubierto que aquella cosa hacía funcionar la caja tonta, así que lo cogió con indecisión, se alejó un par de pasos de la tele, y apuntó el dichoso mando hacia ella, presionando los pequeños botoncitos sin obtener resultado alguno. Bufó por lo bajo, sintiéndose algo tonto por no saber utilizar ese invento muggle, y se aproximó de nuevo al televisor, dándose cuenta de que no había ninguna lucecita roja encendida. Cuando Adrien utilizaba el mando, siempre había una lucecita brillando en la parte inferior de la caja negra, así que Draco supuso que debía haber algo que le permitiera encender aquella pequeña bombillita.
Su rostro se iluminó en una sonrisa cuando vio el botón. Dio una palmada y, antes de presionarlo, miró a Black con aire triunfal. El perrito no sabía a qué se debía la alegría del muchacho, pero le molestaba que no le hiciera un poco más de caso a él. Era un cachorrito, necesitaba tener a alguien con quién jugar. ¡Uhm...! Tal vez, si conseguía llamar la atención del chico rubio...
Draco apretó el botón y, efectivamente, el televisor se encendió, sonando estruendosamente y llenando la habitación con sonidos que parecían pequeñas explosiones. Draco entornó los ojos, sin molestarse en bajar el volumen, y se fijó en las personas que se mataban las unas a las otras... ¿Sería aquello una...? ¿Cómo era? ¿Pili-cula?
Draco encontró un poco desagradable las imágenes proyectadas. Al parecer, los mugglesencontraban un morboso placer en destriparse entre ellos. El chico sonrió malicioso al pensar que no hacía falta que los magos los mataran. Ellos parecían ser bastante capaces de exterminarse solos...
El joven se volvió, dispuesto a acomodarse en el sillón, cuando Black comenzó a dar vueltas a su alrededor, ladrando y con ganas de jugar a algo. Draco frunció el ceño, molesto porque no podría seguir viendo aquel espectáculo cargado de vísceras, e intentó apartar al perrito de sus piernas. Desgraciadamente, el cachorrito salió corriendo hacia la cocina. Draco no le hizo mucho caso hasta que escuchó la puerta del jardín cerrándose. ¿Se la había dejado abierta un rato antes, cuando fue a colocarle correctamente la bufanda al muñeco de nieve?
Algo enfadado, el chico fue en busca deBlack. Seguramente, Severus se cabrearía si algo le pasara al cachorro, por no hablar de lo que diría Adrien. El niño adoraba a su recién adquirida mascota, motivo más que suficiente para que Draco no permitiera que le ocurriera algo malo.
El joven brujo salió al jardín. No le resultó difícil distinguir el pelaje negro del cachorrito saltando sobre la nieve, hundiéndose sobre ella hasta quedar casi sepultado.
-Black, ven aquí -Ordenó con exasperación. Él nunca había tenido paciencia para tener una mascota, así que no le hacía mucha gracia perseguir al dichoso perrito por todos sitios. Menos aún, cuando el animal decidió que sería buena idea abandonar el jardín de los Snape para correr hacia el río -¡Black! Vuelve ahora mismo.
Si el perrito se caía al agua, estaría perdido, y Draco sería brujo muerto. Saltó sobre la pequeña verja de madera, y fue tras Black, que se había quedado parado y le ladraba con alegría, como invitándolo a jugar con él. Draco se disponía a agarrarlo de mala manera, cuando alguien lo cogió a él, arrinconándolo contra un árbol. Black agachó las orejas y, aullando lastimeramente, corrió hacia la casa. No era buena idea quedarse allí, eso estaba claro.
-Draco -Lucius Malfoy sonrió ampliamente, la locura presente en sus ojos y el porte altivo, como siempre -Feliz Navidad, hijo. ¿Cómo estás?
Draco no tuvo fuerzas para hablar. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero sólo pudo intentar alejarse de su padre, preguntándose cómo era posible que él estuviera allí. Tan cerca de su padrino. Y de Adrien.
-¿No vas a decirme nada? -Lucius se alejó un poco de él, sacando su varita y apuntando al chico al pecho, mientras su frío rostro reflejaba una furia irracional -¿Dónde quedaron tus modales? ¡Oh, claro! -Sonrió de medio lado, antes de agarrar el cuello del joven -Supongo que es normal que olvides todo lo que te he enseñado, mientras vives en ese nido de traidores, con mestizos y suciosmuggles.
-Padre. ¿Qué haces aquí? -Draco se aferró al brazo del hombre, alejándose de él unos centímetros -Si te encuentran...
-¿Te preocupa acaso? Tal vez tengas razón, pero no podía olvidarme de ti en Navidad. ¿No crees? Lamento no tener ningún regalo para ti.
-Padre, por favor. Vete antes de que Snape vuelva -Draco comenzó a retroceder. Si alcanzaba los terrenos de la casa, estaría a salvo -Está muy enfadado.
-¿En serio? -Lucius rió, jugueteando alegremente con su varita -En ese caso, tendré que marcharme antes de que me vea. ¿No crees?
Draco afirmó enérgicamente con la cabeza. Lucius, como si hubiera comprendido sus intenciones de huir, le volvió a apuntar con firmeza.
-Pero, antes, debo pedirte algo -El adulto se acercó al chico dando grandes zancadas. Parecía un loco y, Draco sintió miedo. No por lo que pudiera hacerle, sino por lo que pudiera obligarle a hacer a él -Quiero que, cuando llegue el momento, cojas a ese pequeño bastardo y me lo traigas.
La sangre se le heló en las velas. Draco sintió que se mareaba y que su rostro quedaba blanco, totalmente vacío de vida.
-Yo no... -Musitó, sin poder creerse lo que le habían pedido -Yo no puedo...
-¡Oh, podrás! -Lucius lo empujó con brusquedad, haciéndolo caer al suelo -Si no lo haces, vendré a por ti. Y te juro que te arrepentirás de traicionarme si eso ocurre.
Tras decir aquello, Lucius Malfoy desapareció al otro lado del río, internándose entre los árboles. Draco se quedó muy quieto durante un tiempo indeterminado, respirando agitadamente, sin poder creerse lo que había ocurrido. Había pensado que las cosas estaban saliendo bien y, en unos segundos, todo se había estropeado.
Él no quería llevarle a Adrien, pero no sabía si... Agitó la cabeza, intentando poner sus ideas en orden, y se levantó. Lo mejor sería hablar con Severus, explicarle lo que estaba ocurriendo, contarle sus dos encuentros con Lucius y hacerle ver que Adrien corría más peligro del que pudiera imaginar. Pero no podía... Él era su padre. Y Adrien sólo era un niño.
¿Qué iba a hacer ahora, por Merlín?
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Papá Snape
FanfictionLord Voldemort ha sido derrotado. Severus Snape se dispone a iniciar una vida tranquila después de muchos años trabajando como espía, pero alguien se lo va a impedir: un niño de cuatro años que irrumpe en su vida de pronto, fruto de una aventura de...