CAPÍTULO 44. Feliz cumpleaños

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CAPÍTULO 44.

Los días de vacaciones transcurrieron con absoluta tranquilidad. Severus podía dedicar todo su tiempo libre a ocuparse de Adrien y, aunque Jerry también pasaba mucho tiempo con el niño, el brujo disfrutó al máximo de la compañía infantil. Hablaron, jugaron, compartieron confidencias y algún que otro plan para el futuro. Snape se había visto obligado a confesarle al niño que Carole le gustaba, sobre todo después de que, el día de Año Nuevo, Josh y Adrien los encontraran dándose un beso en el jardín trasero. Bueno, aquello había sido algo más que un simple beso, con caricias osadas y miradas que exigían algo más, pero los niños no necesitaban saber eso. De cualquier forma, estaban demasiado emocionados imaginando como sería la boda de sus padres para pensar en nada más, mientras Severus y Carole luchaban por controlar un deseo creciente. Era evidente que ambos necesitaban compartir más que caricias, pero no se atrevían a dar el paso tan pronto. Todavía no tenían muy claro si lo que había entre ellos era o no una relación formal, u otra cosa relacionada con la soledad. En cualquier caso, se gustaban y estaban empezando a conocerse. Habían hablado más en una semana que en todos los meses que llevaban trabajando juntos, y la atracción era cada día más grande y evidente. Tanto, que incluso Jerry se había dado cuenta.

El hombre solía mirar a Severus con aire divertido, mientras mantenía con Adrien extrañas conversaciones cargadas de segundas intenciones. Por supuesto, el pequeño no se enteraba de nada, pero Snape sí. En alguna ocasión, hubiera querido hacerle callar, bien utilizando la magia, bien los puños, pero seguro que a Adrien no le gustaría que eso ocurriera. Severus había llegado a la conclusión de que el muggle era realmente molesto; afortunadamente, regresó a París el día de Año Nuevo, antes de que Adrien descubriera su... Lo que fuera que tenía con Carole. Jerry había asegurado que volvería pronto, quizá para finales del mes, prometiendo a su sobrino que le llamaría todos los días por teléfono. Al pequeño le había costado un poco separarse de él, pero le tranquilizó saber que pronto lo tendría de nuevo al lado. No sabía por qué el tío Jerry tenía que volver a Francia; era evidente que estaba bien viviendo allí, con ellos, aunque también tenía una vida lejos de esa casa. Una vida que, en cualquier caso, no podía olvidar como si nunca hubiera existido.

Así pues, poco antes del retorno de las clases, tan sólo Draco continuaba con ellos. Desde el día de Navidad, Severus lo había notado taciturno y asustadizo y, aunque había intentando hablar con él, no había conseguido absolutamente nada. Draco se negaba hablar de otra cosa que no fuera el juicio de su madre; de hecho, había ido a Londres todos los días, para presenciar todas y cada una de las vistas del proceso. En un principio, simplemente quería ir a la primera, pero por algún motivo, había cambiado de opinión. Severus suponía que se debía al encuentro que mantuvo con Narcisa. Quizá, ella le pidió que le acompañara, y Draco no había podido negarse. Snape sabía que no obtendría nada del chico, así que dejó de insistir. Por experiencia, había comprobado que, si el joven Malfoy quería guardar un secreto, no había fuerza humana que lo hiciera desistir. Quizá, si sus problemas (si es que los tenía) aumentaban, acudiría a él por iniciativa propia y, entonces, él estaría ahí para apoyarle. Otra vez.

Las clases comenzaron de nuevo. Adrien aún tardaría un par de días en incorporarse al colegio pero, el lugar de ir a Hogwarts, como hacía normalmente, solicitó pasar esas dos jornadas de vacaciones con Carole. De esa forma, podría pasárselo genial con Josh y, al paso, conseguir que su padre siguiera viendo a la mujer. Estaban tan cerca...

Cuando Severus llegó a Hogwarts, sintió que todo seguía siendo como siempre. A él nunca le había interesado demasiado cómo eran las vidas de sus semejantes, pero los nuevos sentimientos que se estaban forjando (con mucha dificultad) en su interior, le permitieron observar ciertos detalles que antes le pasaban desapercibidos. Por ejemplo, Remus había empezado a hablar de una tal Selene; Snape había necesitado aguzar el oído para comprender que se refería a su futura hija, y recordó que estaba muy cerca de lograr resultados satisfactorios con la Poción Matalobos. Además, le había parecido que Argus Filch miraba de forma extraña a la señora Pince durante el desayuno. Y, a juzgar por la forma misteriosa que Albus tuvo de sonreír, ahí había algo más. No es que quisiera saberlo. ¡Merlín! Sentía escalofríos con solo pensar que... ¡Puff!

Agitó la cabeza y se fijó en la mesa de los Slytherin. Bien, todo estaba en orden por ahí. Pansy Parkinson parloteaba con Nott, aunque el chico no le prestaba demasiada atención. Tenía los ojos fijos en el plato, mientras Blaise Zabini lo miraba con una extraña expresión que, por una vez, Snape no supo descifrar. Malfoy estaba a su lado, jugueteando con la comida y pensando quién sabía en qué cosas. Severus supuso que aquellos comportamientos eran los normales en los chicos, pero cuando Nott alzó la mirada y miró a Zabini, consiguiendo que el otro chico arrojara su servilleta contra la mesa y se marchara dando grandes zancadas, tuvo la sensación de que algo no marchaba como debería. Estuvo tentado de preocuparse por ellos, pero ¿Qué diantres? Que se arreglaran ellos solos. Él no era ninguna niñera, no tenía por qué solucionar los problemas de todos esos muchachitos imberbes.

Paseó la vista por el Gran Comedor. Los Hufflepuf charlaban alegres, como siempre. Los Ravenclaw tenían los cuellos estirados y algunos libros sobre la mesa. ¿Cómo le sentaría a Adrien el escudo del águila? Y, en cuanto a los Gryffindor. ¡Bah, tan molestos como siempre! Los mocosos de primer año encogiéndose cuando Severus los miró. Los de cursos superiores lanzándole miradas envenenadas. Weasley y Granger haciéndose carantoñas. ¿Realmente sería necesario? Potter y esa otra Weasley hablando civilizadamente, lo que suponía una importante novedad. Y Longbottom sentado junto a Luna Lovegood, sonriendo como un idiota.

Todo normal.

Aunque...

¿Longbottom y Lovegood? ¡Merlín!

Severus volvió a estremecerse. ¿Acaso no era suficiente extraño que Pince y Filch anduvieran en romance, que ahora tenía que ver a esos dos chicos juntos?

¡Merlín!

Severus no había querido, pero a su mente habían acudido imágenes de los futuros hijos que podrían tener esos dos. Mocosos torpes con un aire raro. Pelo marrón y ojos azules. Chiflados y terribles en clase de Pociones.

Debía acordarse de abandonar Hogwarts antes de que un niño como esos llegara al colegio. Si perseguir a Adrien por todos los lados no le provocaba un infarto fulminante, tener alumnos así lo haría.

-Severus.

La voz de Dumbledore lo despertó. Severus parpadeó y miró al director.

-¿Te sientes bien? Te has puesto un poco pálido.

-Yo... -Severus suspiró. Era cierto. Se encontraba mal, pero es que imaginar a los pequeños hijos de Longbottom y Lovegood podría enfermar a cualquiera -Estoy perfectamente -Agregó con voz fría. A su lado, Remus alzó una ceja, aunque optó por no hacer ningún comentario.

-Ya veo -Albus sonrió y volvió a su desayuno -Le estaba comentando a Remus que pronto habrá una reunión con todo el profesorado. Quiero anunciar mi retiro antes de hablar con el Consejo Escolar. Así podréis organizar mi reemplazo, aunque ya sabes que yo tengo puesta toda mi fe en Minerva. ¿Qué te parece?

Severus gruñó a modo de respuesta. Por supuesto que le parecía bien; nos es que Dumbledore fuera a cambiar de opinión si se oponía. En cualquier caso, lo que Severus no quería era que el viejo loco se retirara. No sabía por qué, pensar en ello le causaba una extraña congoja. Él siempre había conocido Hogwarts con Dumbledore viviendo bajo su techo, no podía asimilar que las cosas podrían ser diferentes.

-Entonces. ¿Es definitivo? -Inquirió Severus, clavando sus ojos negros en el anciano. Había un poco de súplica en su mirada, y a Albus le pareció que tenía frente a sí al mismo Adrien, suplicándole que hiciera algún espectacular truco de magia.

-Lo es -Dumbledore sonrió, afable, y colocó una mano sobre el hombro de Severus -Aunque si lo hago, no es sólo para descansar. Tengo la esperanza de que se me permita visitar a cierto pequeño brujo cada vez que lo desee. Ya sabes, tengo mucho que enseñarle y, además, estoy ansioso por malcriarlo -Albus le guiñó un ojo a Remus, que rió suavemente -Pobre Adrien. Tener un papá tan serio, que no le deja saltarse las reglas jamás.

Severus no pudo evitar reír él también. Todos en esa mesa sabían que el director exageraba, por no decir que mentía. Adrien siempre hacía lo que quería con él. Severus aún no sabía cómo se las arreglaba, pero era capaz de manejar su mal carácter a su antojo, y eso que sólo tenía cuatro años. No quería ni imaginar la clase de chantajista que podría llegar a ser en unos años, si contaba con la suficiente influencia Gryffindor del viejo Dumbledore.

-Además, Adrien se fugaría de casa si yo no fuera a verlo -Dumbledore sonrió, encogiéndose de hombros -Yo estaría encantado de que se viniera conmigo.

-Pues me temo que tendrás que conformarte con las visitas, Albus -Severus habló con dureza, pero fue evidente que se limitaba a seguir la broma de su camarada -Adrien es mío.

-Y pobre de aquel que intente quitártelo -Susurró Remus. Snape apenas pudo escucharlo, pero Dumbledore volvía a tener esa exasperante mirada de sabelotodo que lo sacaba de quicio.

-Será mejor que me vaya -Snape suspiró, poniéndose en pie.

Efectivamente, Severus se marchó. Tenía clase con los Gryffindor y Slytherin de primer año, algo que no le hacía demasiada ilusión, aunque era inevitable. Quizá, debería replantearse eso de ser profesor. Nunca le había gustado la enseñanza, pero se había terminado por acostumbrar a esa vida. Odiaba a los ineptos que tenía por alumnos y le exasperaba no poder enseñarles nada. Tal vez, estaría mejor en alguna escuela de pociones superior, dando clase a gente que realmente tuviera algo de talento. O, posiblemente, se sentiría muy más a gusto dedicado a la investigación. Debía reconocer que trabajar en la Poción Matalobos lo llenaba de satisfacción. Recordaba con añoranza sus años de estudiante, cuando mejoraba las instrucciones escritas en el viejo libro de pociones de su madre. Había sido emocionante observar el efecto que producían esos cambios; cuando las cosas salían bien, Severus simplemente estaba exultante. Ahora, en su vida adulta había redescubierto aquellas viejas emociones, y le gustaban. Tal vez, sería conveniente para él seguir los pasos de Dumbledore. No habría mucha gente que le fuera a echar de menos en Hogwarts (los alumnos menos que nadie). Dedicarse a la investigación siempre había sido su sueño; tal vez, podría buscar algún empleo en un laboratorio, o en San Mungo, incluso. Tenía buena fama. Se la había ganado a pulso y, si lo de la Poción Matalobos terminaba bien, era posible que le llovieran las ofertas. Quizá, aceptara alguna. Podría abandonar Hogwarts, alejarse de todos esos mocosos que le amargaban la existencia, y poner un poco de paz en su vida, con un trabajo que le gustaba y una casa que parecía acogedora. Gracias a Adrien. A él podría disfrutarlo mucho más y, además, no tendría que ser su profesor cuando llegara la hora de que el niño fuera al colegio. El chico podría sentirse más tranquilo; después de todo, ningún joven querría que su padre diera clases en el colegio al que el asiste.

Llegó frente a la puerta de su aula. Ya había perdido la cuenta de los años que llevaba siguiendo esa rutina. Todos los cursos eran iguales. Diferentes rostros, mismos comportamientos. En cada clase, había un torpe Longbottom, una sabelotodo Granger y un Potter y un Malfoy que no dejaban de pelear, sobre todo cuando se juntaban Slytherin y Gryffindor en una misma habitación. Severus dio un portazo y los chicos, que habían estado peleándose, se quedaron callados y lo miraron con temor. Snape quitó los correspondientes puntos (todos a Gryffindor, por supuesto) y escribió las instrucciones de una nueva poción en la pizarra. Todos los días igual. Comenzaba a estar cansado. Si algún día tenía ocasión de librarse de aquella extraña esclavitud, no dudaría ni un segundo en hacerlo.

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Carole observaba a los niños sentada en el alfeizar de la ventana. Fuera, había vuelto a nevar, con menos intensidad que en días anteriores. Los pequeños estaban tumbados sobre la alfombra, cerca del radiador, dibujando y charlando despreocupadamente. La mujer no sabía de qué estaban hablando; pensaba en sus propios asuntos, más en concreto en la persona que últimamente le quitaba el sueño: Severus Snape.

Ya se habían besado. En más de una ocasión, además. La mujer no podía dejar de notar la complicidad que parecía haber surgido entre ellos a lo largo de esos días. Eran capaces de entenderse con la mirada y parecían compartir la misma clase de sentimientos. Se gustaban. Carole era consciente de que era demasiado pronto para hablar de amor, pero era evidente que se habían encariñado el uno con el otro. Disfrutaban de la mutua compañía, podían hablar sin parar durante horas, conversando sobre cosas que iban más allá de los niños y de la relación laboral que los unía. Aunque aún no se habían hecho confidencias, comenzaban a conocerse muy bien. Y, Carole estaba segura, ambos querían dar un paso más adelante.

Ya no eran unos niños. En algunas ocasiones, la mujer pensaba que todo estaba transcurriendo demasiado deprisa, pero luego sentía que el tiempo pasaba extremadamente despacio. Un tiempo que no podían perder si realmente deseaban que hubiera algo más que una amistad entre ellos. Los besos no tenían por qué significar demasiado entre ambos, a pesar de estar cargados de pasión, pero las miradas y los gestos... Carole tenía la suficiente experiencia como para afirmar que se deseaban el uno al otro. Por lo que sabía, Severus no había estado con ninguna mujer desde que estuvo con la madre de Adrien. ¿Cómo podría haber aguantado tanto? Carole sonrió ante ese pensamiento. Sería mejor no saber la respuesta a esa última pregunta. La cuestión era que sus besos se estaban volviendo cada vez más demandantes. Severus parecía desesperado y ella reconocía que también lo estaba. Quizá, si encontraran el lugar y el momento oportunos, terminarían por decidirse, pero había dos pequeños problemas que no les dejaban tiempo para estar a solas: los niños.

Eran demasiado pequeños. Si tuvieran unos cuantos años más, a ninguno de los dos les hubiera importado dejarlos solos. Es más, posiblemente ellos mismos les hubieran concedido tiempo de sobra para dar el paso definitivo en su relación. Pero tenían cuatro años y necesitaban vigilancia constante. No eran extremadamente traviesos, ni resultaba difícil cuidar de ellos, pero sólo eran niños. Pequeños e indefensos. Necesitaban de un adulto que los vigilara constantemente. Quizá, cuando estuvieran en el colegio, si Severus no estuviera trabajando.

Carole no sabía cómo había terminado por pensar en esas cosas. Un minuto antes intentaba averiguar que criaturas eran esos caballos alados que Adrien dibujaba, y al siguiente estaba intentando planificar un encuentro íntimo con su... ¿Qué era exactamente Severus Snape? ¿Su novio, su jefe, su amigo? No era fácil de decir. Evidentemente, era su jefe, pero Carole no estaría interesada en tener nada con él si no fuera algo más. ¿Su amigo? En cierta forma, sí que lo eran. Él la había ayudado muchas veces, sobretodo cuando la salvó de su pasado, pero no eran la clase de amigos que salían de juerga y se lo pasaban en grande juntos. Ni esos que se pasaban el día contándose secretos y reclamando consejos. Era una amistad extraña, como si el uno fuera el soporte del otro pero fingiera que no se daba cuenta. ¿Novios? Bueno, se habían besado y solían manosearse cuando nadie los veía. Se gustaban, sí, pero no salían juntos ni nada que se le pareciera. Si eran novios, eran una pareja extraña. Aunque, claro, Severus no parecía la clase de hombre que mantuviera relaciones normales. Sólo tenía que recordar cómo fueron las cosas cuando estuvo con Mariah para darse cuenta.

-¡Mami! -Carole agitó la cabeza. Josh la miraba con el ceño fruncido. ¿Cuánto tiempo llevaba llamándola?

-¿Sí, cielo?

-Adrien dice que el cumpleaños de su papá es dentro de unos días. ¿Lo sabías?

-¿De verdad? No lo sabía, cariño.

Adrien afirmó enérgicamente con la cabeza, sonriendo de forma misteriosa y curiosamente sospechosa. Josh sonrió. Todo parecía indicar que esos dos habían estado haciendo planes y Carole no quiso saber de qué se trataba.

-Le he hecho un dibujo muy chulo -Adrien enseñó los dientes, pero no hizo ademán de mostrar el dibujo -Además, queremos hacerle una fiesta.

-¿Una... Fiesta? -Carole parpadeó. Severus Snape no parecía la clase de hombre que fuera capaz de disfrutar de un evento de ese tipo.

-Es su cumpleaños, mami.

Para Josh, aquello era lo más obvio del mundo. O eso parecía por el tono de voz empleado. Adrien afirmó con la cabeza, mostrándole todo su apoyo a su amigo. Era evidente que habían tomado una decisión y Carole supo que sería mejor ayudarlos antes que intentar que cambiaran de opinión.

-Seguro que el abuelo Albus nos ayuda -Adrien trepó por la pared, hasta sentarse frente a su niñera. Josh, por su parte, se las apañó para que Carole lo sentara sobre sus rodillas -Él sabe qué cosas le gustan a mi papá. Así, todo saldrá bien.

-Ya... ¿Quieres que yo también haga algo, Adrien?

-Bueno... -Los niños intercambiaron una mirada cómplice. Por un momento, Carole temió que fueran a pedirle algo que cualquier chiquillo de la edad de esos dos mocosos debería ignorar -A mi papá le gusta mucho la tarta de chocolate. La otra noche, lo pillé comiéndosela toda, cuando pensaba que yo estaba dormido.

-¡No!

-¡Sí! -Adrien frunció el ceño -No me dejó ni un trocito pequeñito.

-Vaya -Carole rió suavemente. Lo intentaba, pero no podía imaginarse a Severus andando a hurtadillas por su casa para comerse un trozo de tarta a escondidas de su hijo pequeño. Era demasiado... Surrealista.

-Y papá siempre ha dicho que no le gusta el chocolate -Adrien puso los ojos en blanco -A mí me regaña porque se me van a caer los dientes, y él... -Bufó y Carole soltó una leve carcajada -Si a mí se me caen, me van a volver a crecer, pero a él no -El niño arrugó la nariz -¿Crees que los tiene tan amarillos porque ha comido muchos dulces?

-Bueno... -La mujer tampoco veía a ese hombre inflándose a chucherías. Posiblemente, si su dentadura no presentaba un buen color, se debería al café o al tabaco, nunca al exceso de azúcar -No lo sé, cariño. Puede ser.

-Entonces. ¿Podrás hacerle una tarta de cumpleaños?

Carole tardó en responder. Se había imaginado que Adrien le pediría algo así, pero no sabía muy bien qué sería adecuado hacer. Era posible que Severus se sintiera molesto si se organizaban esa clase de cosas pero. ¿Quién podría resistirse a aquellos ojillos de cordero degollado?

-Está bien, Adrien. Haré una tarta para tu papá.

-¡Bien!

Los dos pequeños habían gritado al mismo tiempo, dando un par de palmadas y celebrando aquella decisión. Un instante después, habían desaparecido rumbo al dormitorio de Josh, que había resultado ser el lugar perfecto para intrigar.

-¿Quién quieres que vaya a la fiesta? -Inquirió el chiquillo rubio, una vez que estuvieron a solas.

-Bueno... Había pensado que vengan el abuelo y Hagrid... Y el primo Draco -Adrien agitó la cabeza -No creo que mi papá quiera a nadie más. Bueno, el tío Jerry tal vez.

-Pero él tenía que trabajar -Josh saltó sobre la cama un par de veces. Sabía que a su madre no le gustaba que lo hiciera, pero no dudó en invitar a Adrien para imitarle. El brujo dudó un instante, pero terminó por descalzarse y dar un par de brincos, escuchando atentamente el ruido de los muelles para asegurarse de que no fueran muy escandalosos.

-De todas formas, se lo preguntaré cuando hable con él. Me va a llamar esta noche -Adrien sonrió. Le encantaba hablar con su tío. Casi tanto como estar con él -Ha dicho que nos va a comprar muchos más videojuegos. ¿No es genial?

-Sí -Josh se quedó inmóvil de pronto, sosteniendo el hombro de su amigo, que lo miró interrogante -¡Concurso de saltos!

Y, así, tres minutos después Carole entraba a la habitación y se veía obligada a dar un par de gritos. Era increíble todo el ruido que podían hacer dos criaturas tan pequeñas.

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La vieja Helen intentaba calmar a Marie, la chica que iba a ayudarla con la limpieza una vez al mes. Jerry permanecía junto a la ventana, con los ojos fijos en el bullicio de los Campos Elíseos. Un nuevo intento de robo. Esa vez, los criminales no se habían contentado con quitarle el coche o la cartera; se habían metido a su casa, provocándole un susto de muerte a Marie. Afortunadamente, Helen los había asustado lo suficiente como para que se fueran sin llevarse nada de valor, así que Jerry no estaba preocupado por eso. De cualquier forma, sus bienes más caros estaban a buen recaudo, en el banco, pero en ese apartamento tenía cosas de gran valor sentimental. Muebles que habían pertenecido a su madre. El viejo tocadiscos de su padre, ese que le hizo amar la música clásica y la buena lectura. Los juguetes que algún día habían pertenecido a sus hermanos... Nada que fuera a llamar la atención de un caco, pero cuya pérdida le resultaría especialmente dolorosa. Aunque lo negara, Jerry estaba especialmente ligado a sus recuerdos.

-Gerard.

Sólo Helen lo llamaba así. La mujer había entrado a trabajar en la casa de sus padres en los buenos tiempos, antes de la muerte de su hermano, y desde entonces había estado a su lado. En los momentos buenos y en los malos, incluso cuando se había comportado como un patán, Helen había estado allí, animándolo a seguir adelante y regañándole cuando se excedía en sus comportamientos. La única compañía auténtica que había tenido en años.

La miró con desgana, cansado de esa situación. La policía se había ido media hora antes. Marie había prometido que iría a comisaría a ver fotografías de sospechosos, pero sólo cuando estuviera más tranquila, y Helen aseguró que ella se encargaría de que lo hiciera. Los gendarmes no necesitaron fijarse mucho en la mujer para darse cuenta de que cumpliría su palabra.

-Creo que acompañaré a Marie a su casa. Está muy asustada.

Jerry afirmó con la cabeza, dándose media vuelta para atender a sus acompañantes. La joven estaba sentada en el sillón, sollozando y relatando en voz baja los últimos acontecimientos. Los ladrones habían entrado por la puerta principal, como si la casa fuera suya, y la habían encerrado en el armario, hasta que Helen, mostrando una valerosa imprudencia, los había echado prácticamente a sartenazos. Algunas veces, Jerry pensaba que se mostraba tan desdeñosa hacia su propia vida porque comenzaba a ser muy mayor.

-Iré con vosotras -Cogió el abrigo y las llaves del coche. Marie lo miró con los ojos abiertos. Solía trabajar en muchas casas, pero sus jefes no solían mostrarse tan... solícitos -Ya empieza a hacerse tarde.

-Gerard...

-No pienso discutir, Helen -Jerry frunció el ceño y la mujer se quedó callada. Después de todo, ese hombre había heredado la testarudez de su padre, al igual que les ocurriera a sus hermanos -Vámonos.

Una hora más tarde, Jerry y Hellen regresaban al apartamento, algo cansados pero con las cabezas más despejadas. El hombre había estado muy callado durante todo el trayecto y la anciana, que lo conocía bastante bien, suponía que estaba pensando en algo de suma importancia. Apenas habían tenido tiempo de hablar desde que volvió de Inglaterra, pero Helen lo había notado mucho más tranquilo y contento que de costumbre; ni siquiera lo ocurrido esa noche había logrado ensombrecer del todo su semblante, aunque la preocupación era más que patente. Los robos cada vez eran más violentos. Jerry siempre se había negado a tener protección, pero tenía el suficiente dinero como para que los ladrones se interesaban por él. Helen sabía que el hombre adoraba su independencia, que no iba a renunciar a ella con facilidad, pero la situación comenzaba a ser insostenible. No sólo porque él fuera una víctima potencial de los criminales, sino porque esa noche pudo haberles ocurrido algo a personas cercanas a él. Por algún motivo, la mente de Jerry comenzó a fantasear e imaginó a un secuestrador especialmente cruel que utilizaba a Adrien para conseguir dinero.

Era increíble la forma que había tenido de encariñarse con el niño. No estaba dispuesto a consentir que nadie le hiciera daño, así que había tomado una decisión. Quizá, debió hacerlo mucho tiempo atrás, pero nunca había sentido la necesidad de proteger a nadie, ni siquiera así mismo, así que nunca había necesitado un arma. Ahora, la tendría. Helen se lo había sugerido un tiempo atrás, únicamente como medida de precaución, y sólo ahora Jerry sentía la necesidad de tener una. Después de todo, ya tenía permiso para utilizarlas. Lo había obtenido unos años atrás, cuando se aficionó a la caza, pero nunca había tenido una pistola propia. Se compraría un revólver discreto, que pudiera resultar intimidante pero no llamara la atención. En cuanto amaneciera, se encargaría de solucionar ese problema.

Helen recibió la noticia con alivio. Le preocupaba que su muchacho pudiera resultar herido alguna vez. Era el último de sus niños. Ella había criado a Jerry y sus hermanos, a falta de hijos propios a los que educar, y los apreciaba sinceramente. Había lamentado las muertes de todos los miembros de la familia Bellefort y le alegraba saber que Mariah había tenido un hijo. Hubiera querido poder hablar con la chiquilla, felicitarla y mostrarle su apoyo, pero ella ya no estaba. Era una lástima, pero había dejado como regalo un niño que había mejorado la vida de Jerry. Le estaba ayudando a superar el doloroso pasado. Gracias a él, había vuelto a sonreír.

-Así que se parece a tu hermana -Helen suspiró. Jerry le estaba contando todo lo ocurrido durante las vacaciones y la mujer le escuchaba encantada. Era evidente que ambos estaban cansados, pero hablar les estaba ayudando a relajarse.

-Quizá, físicamente no demasiado, pero tiene su carácter. Yo diría que es un poco más malhumorado, pero si conocieras a su padre, te extrañaría que no lo fuera aún más.

Helen rió, acomodándose en el sofá.

-No creo que todo el mal carácter le venga del lado paterno, Gerard. Hay más de un Bellefort con mal genio.

Esa vez, fue Jerry quién rió, aunque su expresión se tornó más amarga.

-Me recuerda a Adrien -Suspiró, aunque más pareció un quejido de tristeza.

Helen chasqueó la lengua. No estaba dispuesta a dejar que la cabeza de su chico volviera a llenarse de aquellas ideas disparatadas que no le dejaban ser feliz.

-No fue tu culpa, Gerard -Afirmó con vehemencia, lamentando que los Bellefort hubieran dejado que su hijo creyera lo contrario.

-Debí hacerle caso a papá -Jerry se cubrió el rostro con las manos -¿Te das cuenta, Helen?

-Fue un accidente. Adrien era un niño, y tú también. No pudiste hacer más por él que lo que hiciste.

Jerry apretó la mandíbula. Una vez más, había optado por quedarse callado, y Helen sabía que eso sólo contribuía a aumentar su dolor y sus estúpidos remordimientos.

-Yo no era un niño -Masculló, agitando la cabeza -Ellos siempre tuvieron razón, Helen.

-¡Por supuesto que no! -La mujer se levantó, poniendo los brazos en jarra y con expresión airada -Deja de hablar así. Si tu madre dijo todas aquellas cosas, fue porque la pérdida de Adrien la hizo perder la razón. Y, en cuanto a tu padre, no creo que creyera que tú tuvieras la culpa de lo que pasó. Quizá, sí lo hiciera al principio, pero era un hombre inteligente -Jerry no se molestó en mirarla -¿Crees que Mariah hubiera podido cruzar el océano para venir a verte sin tener su consentimiento? -Jerry suspiró -¿Crees que te hubiera dejado un solo franco si hubiera creído que tú eras responsable de la muerte de su hijo?

Siempre el mismo argumento. Quizá, para cualquier otra persona hubiera resultado convincente, pero no para Jerry. Después de todo, él ya había aceptado mucho tiempo atrás todas sus culpas, sólo que no había podido empezar a vivir con ellas hasta ese momento.

-Dejémoslo, Helen -Se puso en pie, estirando los brazos por encima de la cabeza -Creo que voy a dormir. Mañana, tómate el día libre si quieres. Estaré fuera.

La mujer lo observó mientras salía de la habitación. Dudaba mucho que pudiera hacer que el hombre cambiara de opinión respecto a la muerte de su hermano, pero no se cansaría de intentarlo. Después de todo, la vida parecía haber sido especialmente cruel con él.

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Severus se sentía en el paraíso. Dormía plácidamente, sin sueños oscuros que perturbaran su descanso, sintiendo como la paz que emanaba del pequeño cuerpo de Adrien invadía todo su ser. Aunque estuviera profundamente dormido, jamás dejaba de sentir la presencia del niño, tranquilizándolo y haciéndole sentir mejor persona. Si tenía un chico como él a su lado, algo bueno había tenido que hacer en su vida.

De pronto, sintió un repentino movimiento a su lado y abrió lentamente los ojos. Adrien había comenzado a saltar en la cama, sonriendo de oreja a oreja y dispuesto a despertarlo a cualquier precio. Severus no terminó de entender a qué se debía aquella muestra de ferviente entusiasmo, hasta que el pequeño se arrojó a su cuello y comenzó a llenarle de besos al mismo tiempo que le tiraba de una oreja.

-¡Feliz cumpleaños, papi! -Gritó con entusiasmo. Severus parpadeó y, finalmente, sonrió. ¿Cuánto tiempo hacía que no le felicitaban por su aniversario con tanto entusiasmo? ¿Acaso alguien, aunque fuera su madre, lo había hecho alguna vez? -¿Cuántas veces tengo que tirarte de las orejas?

-¡Oh! -Severus bufó, sintiéndose muy viejo de repente -Creo que son cuarenta y una, Adrien.

-¡Oh! ¡Cuántas! -Hizo un pucherito de protesta, pero enseguida se mostró decidido a cumplir con esa tradición -Es una suerte, porque en el cole ya nos han enseñado a contar hasta tanto -Y comenzó a estirar de las orejas de su padre, contando todas las veces en voz alta. Severus estaba tan abrumado, que ni siquiera podía resistirse -Si me equivoco. ¿Tendré que volver a contar desde el principio?

-¡Uhm...! No creo que haga ninguna falta. Y tampoco es necesario que hagas eso.

Detuvo al niño cuando anunciaba alegremente el número diez. Adrien lo miro fijamente, sin dejar de sonreír, y decidió hacer caso a los consejos de su padre. Si quería tirarle de las orejas cuarenta y un veces, tendrían que estar allí hasta el día siguiente. Nunca había pensado que su papá tuviera tantísimos años. Pronto, sería tan viejo como el abuelo Albus. Incluso tenía algunos pelos blancos por la cabeza, Adrien se los había visto. Aunque, claro, eso no se lo había dicho a él.

-¡Espera! -Gritó con emoción, dando un salto para bajarse enérgicamente de la cama. Sin decir ni una sola palabra más, salió corriendo de la habitación, dejando a su padre intrigado y sin ánimos de levantarse. Un momento después, regresó portando un trozo de pergamino y sin perder la sonrisa ni un instante. Se encaramó al colchón de nuevo, dio otro par de saltos y le tendió a su padre su regalo de cumpleaños -Lo he hecho yo. He tardado mucho tiempo en hacerlo, porque no sabía cómo utilizar los colores mágicos, pero aprendí.

Severus tomó el pergamino con una mano. Adrien se sentó sobre sus rodillas, mirándolo expectante. Snape sólo pudo pensar en que el dibujo era encantador.

Era un retrato suyo, ataviado con una túnica oscura y echando algunos ingredientes en un caldero de pociones. Algo rudimentario y de trazos discontinuos, repleto de color y en perfecto movimiento. Era evidente que Adrien había estado practicando durante bastante tiempo para lograr ese resultado y, sintiéndose algo estúpido, no pudo evitar emocionarse. ¡Hacía tanto tiempo que no le regalaban nada por su cumpleaños! Desde que Albus se hartara de sus escasas muestras de agradecimiento, en su tercer año como profesor. Ahora, Adrien le había hecho sentir una calidez que nadie más podría igualar.

-Es muy bonito, hijo -Lo abrazó con fuerza, esforzándose por no dejar escapar una lagrimita rebelde. Adrien se dejó achuchar totalmente encantado, contento porque a su papá parecía haberle gustado su dibujo -Muchas gracias.

El pequeño se limitó a darle un beso en la mejilla y se acurrucó en su pecho. Sabía que a su padre le gustaba abrazarlo de esa forma y, aunque solía ponerse nervioso cuando estaban demasiado tiempo así, esa mañana decidió dejar que su papá le mimara durante todo el tiempo que quisiera. Era otro regalo y, debía reconocerlo, no le desagradó estar tranquilito un rato, mientras su padre le acariciaba el cabello y lo mecía en su pecho. Algunas veces, Adrien se preguntaba si su papá lo hubiera cogido de esa forma si lo hubiera conocido de bebé. Su madre solía decir que le encantaba estar en brazos, puesto que lo habían malacostumbrado desde que era pequeño, así que supuso que a él si le habría agradado que su papá lo acunara hasta que se quedara dormido.

-Será mejor que nos levantemos -Severus se incorporó, alzando a Adrien al paso -Alguien comienza a necesitar un buen baño. ¿Te gustaría que jugásemos un rato en la bañera? Podremos agrandarla y echarnos toda el agua que queramos...

-¡Sí! -Adrien dio un salto y, sin esperar a nadie más, corrió hacia el lavabo. Severus sonrió. Era una suerte no tener que trabajar ese día. Así podría pasar su cumpleaños con su hijo; no podía imaginar un plan mejor.

Después de casi una hora metidos en agua caliente, los dos Snape salieron de la bañera con la piel algo roja y arrugada. En el suelo del baño había casi tanta agua como en la tina. Era una suerte contar con la ayuda de la magia; Severus sólo tuvo que agitar la varita para que todo quedara impecable. Adrien mostró curiosidad por saber cómo lo había hecho; cada día que pasaba, anhelaba con mayor intensidad el momento de tener una varita entre sus dedos. Severus le había prometido que, el día de su quinto cumpleaños, le enseñaría a hacer algún truco sencillo, siempre y cuando se portara bien y siguiera estudiando mucho, como hasta ese día.

Desayunaron con tranquilidad, optando por sus alimentos favoritos. Adrien, por supuesto, acompañó sus tortitas con cantidades escalofriantes de chocolate, mientras Severus optaba por el café negro y las tostadas con mantequilla y algo de azúcar. Después, jugaron con la nieve que aún se mantenía en el jardín y charlaron un rato junto al fuego de la biblioteca. Severus había dejado que el niño escogiera un libro de la extensa colección y, en ese momento, Adrien estaba descubriendo qué eran exactamente los vampiros y de qué se alimentaban. Aunque su padre había pensado que se asustaría, el niño lo escuchaba todo con sano interés, ansioso por saber más y más, por poder coger muchos más libros y leérselos lo antes posible.

Cuando se aproximaba la hora de la comida, Adrien adquirió un comportamiento extraño. Severus supo que estaba tramando algo en cuanto lo vio parado ante él, con las manos en la espalda, balanceándose sobre sus pies y paseando la mirada por el techo con aire distraído. Si pretendía disimular, estaba fracasando estrepitosamente. Sin embargo, Snape no se enfadó; más aún, sintió una sana curiosidad que lo llevó a pensar que podría divertirse aún más durante esa maravillosa jornada.

-¿Te pasa algo, Adrien? -Inquirió, alzando una ceja. El niño sonrió y se ruborizó ligeramente, contestando la pregunta sin necesidad de palabras.

-Bueno... Es que tengo otro regalo para ti -Musitó, estirando los brazos y sonriendo encantadoramente, al tiempo que pestañeaba de esa forma que le hacía irresistible -Aunque no sé si te gustará.

-¿Un regalo?

-¡Uhm...! Sí... -Adrien carraspeó -Bueno... ¿No te gustan las fiestas?

-¿Las...? Adrien. ¿No habrás organizado una fiesta de cumpleaños?

El niño se puso aún más rojo. Sí que lo había hecho...

-El abuelo Albus me ayudó -Adrien creyó ver algo de disgusto en los ojos paternos -Además, no he invitado a mucha gente, así que no te enfades ni nada. ¿Vale?

Severus suspiró. Evidentemente, si el niño le miraba de esa forma, se sentía incapaz de enfadarse. Con Albus, tal vez, pero no con el niño.

-Está bien -Tomó asiento, haciendo que el niño se acomodara frente a él -¿A quién invitaste?

-¡Eh...! Al abuelo Albus -Enumeró, alzando los deditos -A Hagrid. Al tío Jerry. Al primo Draco. Y -Llegado a ese punto, se atrevió a sonreír de nuevo, con una complicidad estremecedora -A Carole y Josh... ¡Será como en Navidad!

Severus contuvo un bufido exasperado. Sí, como en Navidad... ¿Acaso tener a Adrien consigo, significaba que su casa se iba a llenar de gente con exasperante periodicidad?

-Bueno. Supongo que si ya los has invitado, sería bastante grosero pedirles que no vinieran.

-Entonces...

-Habrá fiesta...

Apenas había pasado una milésima de segundo, cuando el timbre de la puerta sonó. Severus se encontró con el rostro sonriente de Jerry Bellefort, que traía una botella de vino entre los dedos. Le saludó con educada cortesía, felicitándole brevemente, y se encaró con Adrien. El niño ya había saltado a sus brazos y le estaba asegurando que lo había extrañado muchísimo en todo el tiempo que llevaban sin verse. Era poco más de una semana, pero el mocoso realmente parecía haberle echado de menos. Severus cerró la puerta, molesto porque ese hombre le había robado la atención de Adrien, pero apartó esos pensamientos de forma inmediata; no podía ponerse celoso por una insignificancia como esa. Después de todo, esos dos eran familia; él mismo había logrado que la relación entre ambos comenzara a florecer, hasta convertirse en lo que era ahora.

Antes de que se diera cuenta, la casa se había llenado de gente. Albus hizo un par de extraños y exasperantes comentarios. Hagrid lo abrazó con tanta fuerza, que Severus sintió crujir sus costillas. Draco lo felicitó con timidez, evitando mirarle directamente a los ojos. Y Carole y Josh... Al niño no lo había visto mucho; de forma inmediata, había empezado a jugar con Adrien, que parecía encantado en su papel de pequeño anfitrión. En cuanto a ella... ¿Sería normal verla más guapa cada día que pasaba? Severus estaba seguro de que eso no era sano, ni tampoco ese hormigueo que se despertaba en su bajo vientre cuando se miraban fijamente a los ojos, pero lograba contenerse, como siempre. Él siempre había sido muy bueno ocultando sus emociones, aunque la pasión de su mirada no era algo que fuera fácilmente disimulable. Además, ella le había llevado una tarta de chocolate. Tal vez, unos meses antes, Severus no hubiera probado dicho postre ni bajo los efectos de una maldición, pero comer esa tarta suponía pensar en Carole y... ¡Merlín! ¿Qué le estaba pasando? Apenas podía reconocerse a sí mismo, pero cada segundo que pasaba, las ganas de estar a solas con ella se iban acrecentando.

A media tarde, Albus y Hagrid tuvieron que marcharse. Otra vez, los alumnos de primer año estaban peleándose entre ellos, organizando una pequeña batalla campal a las afueras del Bosque Prohibido. Minerva le había pedido auxilio y, aunque ella parecía ser bastante capaz de manejar la situación, Dumbledore no pudo negarse a acudir a su llamada. Aún seguía siendo el director de Hogwarts, así que tenía unas responsabilidades que afrontar.

Severus debía reconocer que le alegraba la marcha de esos dos. Sobre todo, la de Albus, que había empezado a mirarle de forma más que sospechosa, logrando ponerle de los nervios. Hagrid había estado correteando con los críos por toda la casa, corriendo el riesgo de hacerlos vomitar si seguía moviéndolos de aquella forma tan brusca y enérgica, aunque ellos eran más duros de lo que parecía. Después de que el guardabosques se marchara, los niños decidieron jugar con Blackun ratito. En algunas ocasiones, Severus lograba olvidar la presencia del perro, aunque el cachorrito solía hacerse notar. Al parecer, el animalito estaba convencido de que él era su madre o algo así y, cada vez que se descuidaba, lo tenía lloriqueando a sus pies, sin guardar silencio hasta que no lo alzaba en brazos y le hacía unos mimitos. No hacía falta decir que eso, a Severus, le enfermaba, pero a Adrien le hacía mucha gracia.

Jerry estaba sentado a su lado, algo más tristón que en otras ocasiones, y Draco se había parapetado en un rincón y miraba constantemente por la ventana. Severus se preguntaba si esos dos se habrían puesto de acuerdo para estar deprimidos, aunque tampoco les prestó mucha atención. Era su cumpleaños, debía encargarse de estar contento junto a Adrien. Sólo para que el niño estuviera bien.

Carole también estaba junto a él, observando a los pequeños con una media sonrisa. No había hablado demasiado a lo largo de la tarde, pero tampoco había hecho falta. En un par de ocasiones (y cuando no había nadie mirando) había acariciado tentativamente la mano de Severus, de forma disimulada pero evidente, y el hombre le había respondido con medias sonrisas cargadas de confusión y sentimientos encontrados. Quería lanzarse y hacer lo que tenía que hacer de una vez, pero no podía. Él era Severus Snape, después de todo.

Así pues, los adultos no estaban demasiado habladores esa tarde, lo que no significaba necesariamente que la casa permaneciera en silencio. Los dos niños se estaban encargando de llenarla de risas y aplausos cada vez que Blackhacía una gracia, como lamerse una pata y mover la cola. Severus jamás entendería qué era lo que le veían a los animaluchos como ése. Era peludo, baboso y los ojos se le pegaban cuando estaba recién levantado. Nada del otro mundo, vamos.

A su lado, Carole se mostraba ansiosa porque el hombre dijera algo. En esa ocasión, no había podido mantener una conversación medianamente aceptable con Jerry, puesto que el hombre estaba ciertamente alicaído. En cuanto al ahijado de Severus, no es que ella no quisiera hablar con el chico; el chico era el que la miraba por encima del hombro, procurando ignorarla lo máximo posible. A ella, y a cualquier otro ser humano que no fuera Snape o Adrien. Carole suponía que el chico era retraído. O eso, o un snob insoportable.

De cualquier forma, en quién ella estaba interesada era en Severus. Gracias a la mesa que tenía frente a ellos, había logrado deslizar una juguetona mano hasta su rodilla, consiguiendo que el hombre se pusiera tenso y la mirara de reojo, ligeramente ruborizado. Jerry había alzado las cejas, dándose cuenta de lo sucedido, aunque sin decir una palabra.

-¡Uhm...! -Carole se mordió los labios, levantándose lentamente y mirando a Severus de forma extraña -Creo que voy a... A la cocina.

Se marchó. Severus entornó los ojos, preguntándose a qué venía eso. Dudaba mucho que algún día lograra comprender a las mujeres (le faltaba práctica, sin duda), pero Jerry carraspeó, agitando la cabeza en dirección a la salida, y el mago entendió. Sintió sus mejillas arder un momento y se levantó precipitadamente, corriendo por el pasillo para encontrarse de nuevo con Carole.

En cuanto abrió la puerta de la cocina, alguien se arrojó a sus brazos, arrojándole contra la pared y aferrándose posesivamente a su cuello. Algo sobresaltado, Severus tardó un momento en reaccionar, hasta que sujetó la cintura de la mujer y se dejó besar con pasión. Estuvieron así hasta que se quedaron sin aire. Carole se separó de él, respirando agitadamente, y delineó la nariz del hombre con los dedos, en un gesto tan tierno que hizo estremecer al hombre.

-Pensé que no vendrías -Musitó, pegada a su oído.

-Aquí estoy -Severus suspiró. No se sentía él mismo y, por un día, esa sensación le agradó. En ese momento, después del beso y las vagas caricias, se sentía totalmente libre. No recordaba su pasado, no le importaba el presente y no pensaba en el futuro, sólo estar con esa mujer, ahí y en ese instante.

Volvieron a besarse, cambiando posiciones en esa ocasión. Severus la había arrinconado contra la pared, dándole espacio suficiente para moverse con libertad, mientras sus rodillas temblaban y se sostenía con una mano. Estaba a punto de volverse loco y no sabía muy bien por qué. Él siempre había sido un hombre frío, su comportamiento era extraño, seguramente debido a las nuevas sensaciones que esa mujer le producía. Ni siquiera con Mariah había sentido lo mismo, al menos al principio. Todo había comenzado siendo sólo sexo, aunque después hubiera aprendido a apreciarla, pero con Carole... Ella ya le atraía antes de que comenzaran a tener aquella relación; lo que ocurría ahora, era producto del deseo contenido y la atracción mutua.

-Me gustas -Susurró la mujer, cuando se separaron de nuevo. Lo había dicho sin pensarlo realmente, pero con completa sinceridad. De hecho, lamentaba no haberlo dicho antes. Quizá, hubiera cometido un error, pero alguno de los dos debía hacerlo y, siendo Severus como era, él no parecía dispuesto a realizar esa clase de confesiones.

Él la miró con extrañeza un momento. Nunca nadie le había dicho nada parecido. Él nunca le había gustado a nadie y, escucharlo, hizo que su corazón se detuviera durante un segundo que le pareció eterno. No sabía muy bien cómo comportarse. ¿Debía decirle que a él también le atraía ella? ¿O sería mejor quedarse callado y seguir besándola, por si Carole esperaba que dijera otra cosa diferente? Severus podría decirle que le gustaba, pero no quería hablar de otra clase de sentimientos. La idea de ir más allá emocionalmente, le aterraba.

-Yo... -Masculló, sintiéndose torpe y algo tonto.

-No hace falta que digas nada -Carole sonrió, colocando un dedo en sus labios para hacerlo callar. Conocía lo suficiente de ese hombre para saber que no era muy dado a las palabras, y no le importaba. Él ya le demostraba todo lo que necesitaba saber por medio de sus acciones y sus intensas miradas -Creo que deberíamos vernos a solas, Severus -Ella hablaba bajito, poniendo sobre la mesa todos los pensamientos que habían rondado por la cabeza de Snape durante los últimos días -Si tú quieres...

La besó. Decirle que por supuesto que lo estaba deseando, sería demasiado para ella, así que se limitó a estrecharla entre sus brazos, deslizando una mano por debajo de su jersey para acariciarle la espalda. El ambiente empezó a caldearse, pero ellos no parecían darse cuenta (o no les importaba) Seguramente, llevarían solos un buen rato, aunque esperaban que los demás no se dieran cuenta. Por desgracia, otra vez fueron interrumpidos. Y, otra vez, fue Jerry quién entró en la cocina, con dos platos de tarta vacíos, en busca de más pastel para los niños.

Severus estuvo a punto de arrojarse a su cuello, pero Carole lo sostuvo con suavidad. Jerry se puso completamente rojo y retiró la mirada de los dos, palideciendo un momento después.

-Yo... Lo siento... -Musitó, alejándose de Snape, por si acaso. El hombre lo miraba con tanto odio, que cualquier se hubiera sentido intimidado -Pensé que no había nadie... Los niños quieren... Tarta.

-Está bien -Carole agitó la cabeza, quitándole importancia a lo ocurrido -Nosotros ya estábamos terminando.

Jerry suspiró. Por el aspecto que tenían, más bien parecían estar empezando. Severus tenía la camisa negra por fuera de los pantalones y su rostro era menos pálido que de costumbre. Carole tenía el jersey escurriéndose por el hombro derecho y el pelo revuelto, gracias a las manos ansiosas de Snape. Jerry pasó junto a ellos, tomando la tarta a la máxima velocidad que le permitían sus brazos, procurando marcharse de allí cuanto antes, si es que quería sobrevivir a la ira de su anfitrión.

No obstante, antes de salir, se giró para mirar a los dos... ¿Enamorados?

-Yo podría ocuparme de los chicos durante un par de horas -Dijo, totalmente ruborizado, logrando que los otros dos se pusieran más rojos que él -No me importaría.

Se marchó. Los otros dos se quedaron muy quietos un segundo, hasta que captaron el significado completo de esas palabras. Era evidente que los dos estaban ansiosos por librarse de las responsabilidades, pero también temían que llegara el momento.

De pronto, Severus le agarró de la mano. Ya estaba harto de que Carole fuera la que tomara la iniciativa la mayor parte de las veces, así que decidió dejar de comportarse como un idiota y hacer lo que tenía que hacer. Lo que los dos llevaban semanas ansiando hacer, quizá meses. Carole parpadeó, mirándolo con intensidad.

-Vamos a tu casa -Dijo, inclinándose para abandonar un sensual beso en su cuello, promesa de lo que vendría después -Ya has oído a Bellefort. Tenemos dos horas.

Ella afirmó con la cabeza y, sin mediar palabra, fue en busca de su bolso.

Nunca había conducido tan deprisa y, por supuesto, Severus nunca había sentido que podría morir en uno de esos coches muggles. No obstante, el hecho de haber estado a punto de sufrir un accidente en un par de ocasiones, sólo consiguió que su excitación fuera en aumento. Para cuando llegaron al apartamento de la mujer, Severus estaba totalmente ansioso. Apenas lograron contenerse para no devorarse el uno al otro mientras subían la escalera. Carole tuvo serios problemas para meter la llave en la cerradura, hasta que la puerta se abrió como por arte de magia. Algo extrañada, miró a Severus, que sonreía misteriosamente. Podría haber hecho mil y una preguntas, pero en ese momento no le interesaba saber nada. Sólo quería sentir la piel de ese hombre rozando la suya.

La puerta se cerró haciendo un ruido sordo, y Carole agarró el cuello de la camisa del hombre, tirando de él hacia el sillón. No quería hacerlo en el dormitorio. Era el cuarto de Josh y le resultaba extraño estar allí con Severus, con los dibujos y los muñecos de peluche de su hijo como testigos. A Snape no pareció importarle el lugar y se colocó sobre ella en cuanto se dejó caer sobre el sofá, jadeante y nerviosa. Después, vinieron las caricias lascivas, las miradas intensas y las palabras de casiamor susurradas al oído. Carole no pudo reprimir una sonrisa cuando el hombre tropezó con los pantalones y se golpeó contra la mesilla auxiliar, como tampoco quiso contener el gemido de placer que liberó cuando Severus le demostró que era un amante capaz de dar más que recibía.

Quizá, aquella primera vez no fue la mejor del mundo. Ambos se mostraron un poco torpes, desconocedores aún del cuerpo ajeno, pero se sintieron plenamente satisfechos una vez alcanzaron el éxtasis. Permanecieron recostados en el sofá largos minutos, desnudos y sudorosos, pero sin sentir una pizca de pudor. No hubieran podido sentirlo después de lo que acababan de hacer.

Severus sostenía a la mujer entre sus brazos, mientras ella regaba besos cariñosos por su brazo izquierdo. Aún no parecía haberse percatado de la presencia de la Marca Tenebrosa y, casi por instinto, Severus temió el momento de que eso ocurriera.

-Nos ha sobrado casi media hora -Comentó ella al cabo de un rato, sus respiraciones ya acompasadas. Sentía los poderosos latidos del corazón de Severus a su espalda, mientras una sensación de calidez se extendía por su ser. En ese momento, se encontraba tan querida y protegida, que hubiera querido quedarse así para siempre.

Severus rió suavemente al escuchar esas palabras y Carole lo imitó. Él no era un hombre que riera muy a menudo, pero aquel sonido encandiló a la mujer, que se preguntó por qué no lo haría más a menudo.

-Uhm... Quizá, a Jerry no le importe esperar un poco más -Dijo él, apartando el cabello de Carole para dejar expuesto su cuello y deslizar sus labios por la piel suave.

-Quizá -Carole suspiró. Sus labios se unieron brevemente otra vez, pero en esa ocasión no había pasión. Sólo ternura y familiaridad. Severus sintió los dedos deslizándose por el antebrazo y cerró los ojos -No sabía que tuvieras un tatuaje. Adrien no me dijo nada.

-No es algo de lo que hablemos demasiado a menudo -Severus observó su marca un momento. Desde que apareciera su hijo, había ido perdiendo su significado lentamente y, ahora, el hombre sentía que podía vivir con ella sin volver a atormentarse. Había terminado por aceptarla, aunque sabía que siempre dolería tener que verla allí -Es una historia muy larga que, tal vez, te cuente algún día.

-Me encantan las historias, sobre todo si son largas -Carole se dio media vuelta y lo miró a los ojos. Severus vio el brillo apasionado en sus ojos y supo lo que vendría a continuación. Realmente estaba ansioso por volver a repetirlo -¿Estás seguro de que a Jerry no le importará hacerse cargo de los chicos durante... No sé, tres o cuatro horas más?

-¿Tres o cuatro horas? -Severus alzó una ceja, con aire divertido -Posiblemente, él sí, pero dudo que los críos tengan tanta paciencia. Seguramente, deben estar ansiosos por saber dónde estamos, y ya sabes que se pueden poner realmente pesados cuando comienzan a hacer preguntas.

-¡Oh, vaya! -Carole frunció el ceño, fingiendo un enfado que no sentía -Entonces, creo que deberíamos darnos una ducha -Se puso en pie, caminando sugerentemente hacia el baño. Pensó que Severus entendería la indirecta, pero él se quedó muy quieto, observándola fijamente. Carole suspiró quedamente -Juntos -Añadió y, esa vez sí, Snape dio un bote y fue tras ella.

Media hora después, regresaban a la sala de estar, limpios, vestidos y satisfechos. Severus se ofreció a recoger la cama y, mientras tanto, Carole preparó un par de sándwiches. Ambos tenían bastante hambre y, aunque hubieran querido poder dormir juntos, hasta que el cansancio despareciese, sabían que no podían permitírselo. Aún así, disfrutaron de su último rato en la intimidad abrazados, sin decir nada y sin que fuera necesario hacerlo.

La calma duró hasta que el teléfono sonó. Carole no reconoció el número, pero supo que era de un móvil. No había mucha gente que tuviera uno de esos, pero algo le dijo que se trataba de Jerry. Posiblemente, los niños habían empezado a atosigarle y, como el tiempo que les había concedido ya se había terminado, el pobre hombre había decidido que se arriesgaría a enfrentarse a la ira de Severus.

La mujer le tendió el auricular a él, sabiendo que sería mejor que esos dos necesitarían hablar. Snape gruñó algo molesto, pero mucho menos que cuando estaban en la cocina. La frustración ya había desaparecido (y de qué manera), y Carole encontró sus reacciones muy divertidas. Al menos hasta que el rostro de Severus se puso totalmente blanco y sus manos comenzaron a temblar.

-¿QUÉ? -Había gritado, poniéndose en pie. Había tanto miedo en su voz, que Carole supo que algo terrible había ocurrido -Está bien, cállate... ¡BELLEFORT! Cálmate, Vamos para allá ahora mismo. Quiero que me expliques todo lo ocurrido.

Severus arrojó el teléfono al suelo y se precipitó hacia su abrigo.

-¿Qué ocurre, Severus? -Carole estaba preocupada y, el hecho de que él pareciera ignorarla, la preocupaba aún más. Se paró frente a él, sujetando sus brazos y mirándolo fijamente a los ojos -Severus.

-Tenemos que ir a casa ahora mismo -Sonó firme y tan angustiado, que Carole también se puso pálida.

-Cogeré las llaves y...

-No hay tiempo para eso -Severus la abrazó con fuerza, obviando cualquier discreción y dispuesto a mostrarle a Carole la magia -Se los han llevado.

-¿Quién...? ¿Qué...?

-Se han llevado a los chicos, Carole.

Papá SnapeNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ