EPÍLOGO I

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EPÍLOGO I

Adrien no estaba contento. ¡Oh, no señor! Decir eso, era quedarse muy corto. Adrien estaba exultante de alegría.
Había vuelto a Hogwarts. Le molestaba un poco que Josh y el tío Jerry hubieran tenido que quedarse en casa, pero pensar en lo que estaba ocurriendo en el interior de la enfermería le hacía sonreír como un tonto. ¡Carole iba a tener un bebé!
Su papá y ella no se habían casado, ni tenían pensado hacerlo aún, pero eso no importaba. Adrien sospechaba que, muy pronto, la mujer y Josh se instalarían definitivamente en su casa y, aunque no le gustaba pensar en que tendría que dejar de dormir con su papá, se consolaba al comprender que compartiría dormitorio con Josh. ¡Oh, qué divertido sería! Podrían encerrarse con llave y saltar sobre las camas una y otra vez, hasta que los muelles se rompieran y su papá entrara bufando y regañándoles por ser tan traviesos. ¡Oh! Y podría hacer magia a escondidas. Seguro que con Josh se le daría mejor practicar y no se sentiría ni presionado ni nervioso, como cuando su papá estaba delante. ¡Oh, sí! Sería fabuloso. Ya estaba ansioso por volver a coger la varita de la abuelita Eillen y hacer un buen hechizo para dejar a todos boquiabiertos. Sí, iban a ver qué clase de mago era él.
No había nadie con él en el pasillo. Su padre, confiando en que ya era un niño mayor que no desobedecería una orden directa, le había pedido que no se moviera de él hasta que Carole y él no salieran de la enfermería, pero Adrien, a pesar de su inmensa felicidad, empezaba a aburrirse. La tentación de ir de excursión por el colegio, para buscar al primo Draco, Hagrid o al abuelo Albus era casi incontenible, pero no quería desobedecer. Aunque ya tenía cinco años. Era un niño mayor. Su padre le había regalado una varita, le había prometido que pronto iba a enseñarlo a hacer pociones y había dicho de él que era responsable. ¿Lo era de verdad? El abuelo, que era el mejor mago de todos los tiempos, el más sabio, inteligente y divertido, afirmaba que los niños pequeños no debían ser responsables. Los niños debían jugar, hacer ruido, dar problemas y ser muy, muy, pero que muy traviesos. Claro, que su papá se ponía blanco como la leche cada vez que oía al abuelo Albus decir eso, y contraatacaba asegurando que los niños pequeños debían estudiar mucho, obedecer siempre a sus padres (que por algo sabían lo que les convenía a sus hijos) y comer verduras. Adrien nunca entendía a qué venía esa última parte. Para él, con las dos primeras bastaba. Eso de ser obediente y estudioso no estaba mal para un rato. Además, su padre también le dejaba jugar muy a menudo, pero la tentación de hacer travesuras...
Adrien tenía un inmenso problema moral. ¿Se enfadaría mucho su papá si, al salir, no lo veía ahí, sentado en el pasillo, jugueteando con Oso? Posiblemente.
El niño miró a su muñeco de peluche. Ya no olía como su mamá, pero tampoco hacía falta que lo hiciera. Adrien no necesitaba tener a Oso cerca para sentir la presencia de Mariah Bellefort. Sabía que ella siempre estaba a su lado. Seguramente, en ese momento estaba maldiciendo a su papá por dejarlo solo durante tanto tiempo, sin permitirle ir a explorar los maravillosos pasillos de Hogwarts. Bueno, a su mamá tampoco le gustaba que hiciera muchas travesuras. Algunas veces podía ser aún más intimidante que su propio papá, pero eso ya no era un problema. Aunque lo estuviera viendo desde el Cielo, su mamá no podía ir allí e impedirle que se fuera a dar un paseíto. Y su papá estaba demasiado ocupado pensando en todos los problemas que podría traer consigo su nuevo hermanito. Usualmente, su papá pensaba en los problemas que traían todas las cosas del mundo. Adrien había aprendido que no era un hombre demasiado positivo, pero no tenía importancia. Ya sabía como doblegar su voluntad (sonriendo, sollozando y tirándole suavemente de la túnica), así que su mal genio y todas esas cosas no tenían importancia.
Adrien suspiró. El castillo estaba muy tranquilo. Los alumnos estaban estudiando para sus exámenes y no solían visitar la enfermería demasiado a menudo. Y Adrien estaba profundamente aburrido. Hubiera sido mucho mejor quedarse en casa con Josh y el tío Jerry. Podrían haber jugado con las cosas de su cumpleaños, pero ¡No! Él había querido ir a Hogwarts, esperando vivir nuevas aventuras y...
Un momento. ¿Por qué no hacerlo? Ya estaba harto de escuchar a su conciencia dándole órdenes contradictorias, así que se puso en pie y decidió ir a buscar al primo Draco. Tenían muchas cosas de las que hablar y, con un poquito de suerte, podría enseñarle algún encantamiento que fuera facilito y le sirviera para sorprender a su papá. Sí, eso estaría bien.
Echó a andar por un amplio corredor. Aunque no era un experto conocedor de los pasadizos de Hogwarts, estaba seguro de que podría llegar él solito a las mazmorras sin sufrir ningún contratiempo. Si no, siempre podría buscar a Filch y a la señora Norris. Solían aparecer en los rincones menos sospechados. Eran una baza a tener muy en cuenta.
No obstante, no pudo cumplir con su objetivo inicial. En una de las escaleras más cercanas a la enfermería, estaba Harry Potter, con la cabeza agachada y un aspecto un tanto desvalido. Adrien suponía que al chico no le gustaría tenerlo cerca, pero le pareció que estaba triste y quiso ayudarlo. Quizá, si tenía suerte, Harry no se acordaría de que Adrien no le caía bien y podrían hablar un ratito. ¿Qué más daba hablar con Draco o con Harry? La cuestión era conversar con alguien.
Con paso decidido, se acercó a Harry y, sin mediar palabra, se sentó a su lado. El chico alzó la vista un momento y pareció sorprendido de ver a Adrien allí.
-Hola -Saludó el niño con alegría, abrazando a Oso y sonriéndole. Esperaba que eso también funcionara con él. Su madre solía decirle que las sonrisas podían conseguir que la gente se sintiera mejor (no sólo servían para conseguir lo que quería)
-Hola -Harry se incorporó un poco, observando al chico con curiosidad. Hacía mucho tiempo que no lo tenía tan cerca y, curiosamente, tardó un segundo en recordar quién era su padre.
-¿No estás estudiando como todos? -Adrien se acercó un poco más a él, tras comprobar que su actitud no era del todo hostil -Yo ya he estudiando antes. No es muy divertido.
-No -Harry rió con suavidad -No lo es. Pero. ¿Por qué estás aquí? Hoy es martes...
-¡Oh! He venido con mi papá -Adrien dio un saltito de emoción -Carole ha venido a ver a la señora Pomfrey -Ante la mirada confundida de Harry, el niño creyó necesario añadir algo más -Carole es la novia de mi papá y va a tener un bebé. ¡Voy a tener un hermanito!
Harry parpadeó, al borde el colapso. Una cosa era asumir que Severus Snape había tenido un hijo pero. ¿Dos? Eso significaba que más de una mujer había mostrado intereses románticos por su mal humorado profesor, y el joven Potter no podía evitar pensar que eso era una locura.
-Yo siempre he querido tener hermanos, y ahora, de golpe, voy a tener dos -Adrien mostró sus dientes -Josh y el bebé nuevo. Será genial cuando nazca, aunque todavía falta mucho tiempo. Carole dice que para septiembre u octubre. No creo que pueda esperar -Harry sonrió -¿Tú tienes hermanos?
-No -El rostro del joven se ensombreció, y Adrien temió haber dicho algo malo -Mis padres murieron cuando yo era muy pequeño. No pudieron tener más hijos.
-¡Oh! -Adrien se quedó serio, abrazando a Oso. Debía ser terrible no tener papás. Él no quería ni pensar cómo se sentiría si no tuviera a su padre con él -¿Se murieron los dos? ¿Tu papá y tu mamá?
Harry afirmó con la cabeza. Le parecía increíble estar teniendo esa conversación con el hijo del profesor Snape, pero no se sentía incómodo. Adrien hablaba con tanta franqueza, que era evidente que compartía sus sentimientos.
-Tienes que echarlos mucho de menos. ¿Verdad? El primo Draco también extraña a su mamá, aunque ella no esté muerta, y algunas veces está triste -Adrien suspiró -Yo también echo de menos a mi mamá, pero ya no me pongo triste como antes, porque sé que ella está siempre conmigo -Adrien se puso en pie, colocándose frente a Harry -Cuando estuve malito, ella me cuidó. ¿Lo sabías? Estuvimos en un lugar muy bonito y hablamos y jugamos mucho rato. Ella me dijo que siempre me iba a cuidar y yo sé que es verdad -Adrien dio un saltito, animando su tono de voz -Además, en el sitio en que estuvimos había mucha gente. Seguro que tus papás también estaban allí y ellos también te cuidan, aunque ya seas mayor -Adrien rió por lo bajo, adquiriendo un tono confidencial -Imagina que mi mamá también cuida del tío Jerry, y él sí que es mayor de verdad.
Harry rió. Por alguna razón, las palabras del niño le resultaban totalmente plausibles.
-¿Sabes lo que hacía yo antes, cuando me ponía triste porque no estaba mi mamá? Me abrazaba muy fuerte a Oso, hasta que me sentía mejor -Adrien se mordió el labio, reflexionando sobre lo que iba a hacer. Y, finalmente, le tendió el muñeco a Harry, que lo miró con asombro un segundo -¿Por qué no te lo quedas hasta que estés menos triste? -Le sonrió, logrando que Potter cogiera el peluche con indecisión -Oso es un buen amigo. Cuando eches mucho de menos a tus papás, él te ayudará mucho, ya lo verás. Aunque después me lo devolverás. ¿Verdad? -Adrien pareció indeciso, pero Harry lo tranquilizó con un movimiento de cabeza -Me lo regaló mi mamá. Lo tengo desde siempre, pero ahora te hace más falta a ti que a mi. Yo tengo a mi papá, a Carole y a mis hermanitos. No necesito aOso tanto como antes.
-¡Adrien!
La voz alarmada de Severus Snape resonó en la parte alta de las escaleras. El niño alzó la mirada, sonriendo ampliamente, y Harry observó a su profesor, aún aturdido por el regalo que acababa de hacerle ese pequeño.
-¿Qué estás haciendo? -Severus tendió una mano hacia delante, indicando al niño que debía reunirse con él -Te dije que esperaras en el pasillo.
-Lo siento, papi -No, no lo sentía, pero algo había que decir -Hasta luego, Harry.
-Adiós... -Musitó el chico, acariciando el suave pelaje de Oso -Y muchas gracias.
El niño agitó alegremente la mano y se reunió con su padre, que le regañó en susurros.
-Voy a tener que hablar con Dumbledore muy seriamente... -Severus se detuvo, mirando a Potter -Te has olvidado tu muñeco. Vuelve por él.
-¡No, papi! Se lo he prestado a Harry. Como echa de menos a sus papás....
Se produjo un tenso silencio. Severus y Harry compartieron una intensa mirada y, por primera vez en sus vidas, no hubo odio en los ojos de ninguno de los dos. Severus acababa de ver al chico huérfano que había perdido su infancia antes de tenerla, y Harry al hombre valiente que tanto había luchado por enmendar sus errores y que ahora era recompensado con una vida mucho más feliz. Quizá, él mismo debía abrirle las puertas de par en par a la felicidad. Llevaba demasiado tiempo insistiendo en vivir entre las sombras de sus propios recuerdos.

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-¿Cuándo vuelven papá y Carole?
-¡Sí! ¿Cuándo, cuándo?
Jerry soltó un bufido y, cruzándose de brazos, procuró resultar intimidante. Por supuesto, fracasó estrepitosamente. Los niños seguían mirándolo con ansiedad, esperando una respuesta que él no podía darles aún. En ese momento, el reloj del pasillo dio las tres de la madrugada, y los mocosos se negaban a dormir. Cuando Snape regresara, iba a arrancarle la piel a tiras por haber permitido que los chiquillos se salieran con la suya. Aunque, después de todo, no lo habían pasado mal. Habían estado viendo películas hasta las tantas, tomando comida basura y palomitas. Demasiadas palomitas. De hecho, el hombre sentía cierto malestar; si no se acostaba pronto, el estómago le pasaría factura por los excesos de aquella noche.
-Ya os he dicho que todavía falta un poco -Dijo con voz cansada, volviendo a tapar a Adrien y Josh con las sábanas -El bebé no ha nacido todavía, así que sed pacientes. Severus enviará a Athos en cuanto tenga noticias.
-Pero queremos ver ya a nuestro nuevo hermanito -Se quejó Josh, saliéndose de la cama otra vez.
-Sí. ¿Por qué tarda tanto en nacer? Ya ha estado mucho tiempo en la barriga de Carole. Seguro que está grande. Queremos que venga a jugar con nosotros ahora.
-¡Sí!
Jerry rodó los ojos y se sentó en la cama de Adrien. Inmediatamente Josh se reunió con ellos. Definitivamente no pensaban dormirse todavía.
-Los bebés suelen tardar mucho tiempo en llegar...
-Lo sabemos. Papá nos lo ha explicado.
-Pero si mamá ya se ha ido al hospital. ¿Por qué no vuelven? Hace mucho rato que se fueron.
-¡Mucho, mucho rato!
Los mocosos se cruzaron de brazos, algo enfurruñados y Jerry suspiró. Estaba muerto de sueño. Había tenido que venir de Francia precipitadamente, sin apenas tiempo para descansar, y los niños no le dejaban en paz.
-A Carole tienen que operarla para que pueda nacer el bebé.
-¿Se lo sacarán por la tripa, como a mí?
-Eso es -Jerry bostezó, esperando que los niños se quedaran más tranquilos después de las nuevas explicaciones -Se llama cesárea, y es un proceso largo. Por eso, tenéis que dormíos. Seguro que mañana el bebé ya ha nacido. Podremos ir a verlo al hospital. ¿Qué os parece la idea?
Adrien y Josh intercambiaron una mirada y, tras unos segundos de reflexión, afirmaron con la cabeza. Conteniendo el grito de triunfo, Jerry se puso en pie y, por décima vez esa noche, arropó a los niños e inició su huida de la habitación. Pero la voz de Adrien lo detuvo.
-¿Qué crees que será, tío? ¿Un niño o una niña?
Otro suspiro. Jerry ni siquiera había podido apagar la luz y los mocosos ya estaban haciendo más y más preguntas.
-No lo sé, Adrien. Ni tu padre ni Carole quisieron saberlo, así que será una sorpresa.
Un segundo de silencio. Jerry casi canta victoria de nuevo cuando Josh habló.
-A mí me gustaría que fuera un niño. Así podremos jugar con él a más cosas que si fuera una niña.
-Sí. Las niñas son repipis y tontas -Adrien arrugó la nariz -Yo también quiero otro hermanito.
-Está bien -Jerry se volvió peligrosamente despacio. Adrien nunca lo había visto enfadado, pero era evidente que habían acabado con su inmensa paciencia -Los dos, escuchadme bien. Ahora mismo os vais a quedar calladitos y os vais a dormir sin protestar y sin hacer más preguntas. ¿Entendido?
Los chiquillos parpadearon observando a Jerry. Después de unos segundos de silencio, afirmaron con sus pequeñas cabezas, entre sorprendidos y disgustados, y no volvieron a abrir la boca. Así pues, el adulto logró apagar la luz y entornar la puerta antes de irse a su dormitorio. Escuchó las voces susurrantes de los niños, pero no volvió a regañarles. Ya se cansarían de hablar.

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Severus estaba sentado en uno de los incómodos sillones de la sala de espera del Hospital San Mungo, intentando aparentar que no estaba nervioso. Desde que los sanadores le habían prohibido terminantemente asistir a la cesárea de Carole, el hombre había estado quejándose de las estúpidas normas del hospital y de lo inconveniente de enviar a una horda de guardas de seguridad para asegurarse de que no entrara al quirófano (como si pudieran impedírselo si realmente se lo proponía) cuando lo que realmente le ocurría era que estaba ansioso. Ansioso por ver a su segundo hijo (o tercero, si incluía a Josh) y asegurarse de que tenía madera de padre. No es que se diera mal tratar con Adrien, pero el niño ya era mayor. A Severus le aterraba pensar que podría lastimar al bebé de alguna manera. Él no era un hombre cándido, precisamente, y cada vez que pensaba en el pequeño chiquillo que estaba por nacer, se veía a sí mismo tirándolo al suelo de forma negligente, o apretándolo demasiado fuerte, o ahogándolo en la bañera, o dándole leche demasiado caliente, o envenenándolo accidentalmente con alguna poción... Por supuesto, Snape no le había confesado esos temores absolutamente a nadie. Ni siquiera a Carole, aunque ella parecía comprender sus temores y no se cansaba de darle ánimos, repitiéndole que era un buen padre y que no tendría problemas para cuidar de un bebé. Severus quería creerla, de verdad que quería, pero el temor al fracaso no le abandonaba. Era la misma clase de miedo que tuvo cuando supo que Adrien dependería de él. Tener la vida de un ser indefenso entre tus manos, era una responsabilidad que no sabía si podría afrontar.
A su lado, Albus Dumbledore se mostraba tranquilo y paciente. De cuando en cuando miraba a Severus con aire divertido, como si pudiera leerle la mente y le parecieran patéticos sus pensamientos. De hecho, era muy posible que lo estuviera haciendo. Snape podría ser muy bueno con la Oclumancia; de hecho, estaba tan acostumbrado a blindar su mente, que lo hacía de forma inconsciente, aún en tiempos de paz, pero Dumbledore era el mejor en Legeremancia. Y, además, conocía a su antiguo protegido lo suficientemente bien como para adivinar cuáles eran sus preocupaciones.
Ambos hombres intercambiaron una breve mirada. Albus le sonrió, mostrándole su apoyo incondicional con una leve inclinación de cabeza, y Severus vació sus pulmones de aire. Estaba tan tenso como en sus tiempos de espía, aunque procurara aparentar lo contrario. No habían intercambiado ni una sola palabra desde que llegaron a aquella sala, pero tampoco era necesario. Con los años, habían aprendido a entenderse sin hablar y Severus se permitió mostrarse preocupado durante un segundo. Hacía demasiado tiempo que se habían llevado a Carole, o eso le parecía a él. ¿Habría habido algún problema durante la intervención? Severus no quería pensar en eso, le resultaba demasiado angustioso, pero no podía evitarlo.
Afortunadamente, un medimago joven hizo su aparición en la estancia, en actitud relajada y con el rostro sonriente. Miró a Snape y se acercó a él de forma inmediata, sin mostrase dubitativo o asustado ante la presencia de su antiguo profesor de Pociones. Posiblemente Severus no lo recordaría, pero el chico no le había tenido tanto miedo como la mayoría de sus compañeros. Y, ahora que había tenido al pequeño bebé Snape entre sus brazos, cualquier clase de temor se había desvanecido por completo.
-¿Señor Snape? -Severus se acercó a él, el rostro impasible y los modales rígidos, aunque interiormente se muriera de ansiedad -La intervención ya ha terminado. Todo ha salido bien y su esposa y su hija se encuentran perfectamente. Si me acompaña, lo llevaré con ellas.
Severus se quedó inmóvil. Había pensado en corregir al chico cuando dijo que Carole era su esposa, pero no pudo. El joven había dicho que tenía una hija. ¡Una hija! Snape disimuló un salto de emoción y se giró para mirar a Dumbledore, que sonreía satisfecho.
-Creo que esperaré aquí, Severus -Albus habló con tranquilidad. Estaba seguro de que si le pedía al medimago que le dejara ir con Snape, el chico aceptaría encantado, pero no quería interferir en un momento tan íntimo. Ya tendría tiempo después para ver a la niña -Enviaré un mensaje para Adrien y Josh. Se pondrán muy contentos.
Severus cabeceó y, sin ánimos para decir nada, siguió al sanador por los amplios y asépticos pasillos del hospital. A cada paso que daba se sentía más inseguro y asustado, pero no se permitió flaquear. Había afrontado cosas mucho peores ¡Por Merlín! Sólo iba a ver a un bebé.
-Es aquí -El medimago se plantó frente a una puerta, haciéndose a un lado para permitir el paso al nuevo padre -Las enfermeras se han encargado de limpiar al bebé y a Carole. No regresarán hasta mañana, pero estaremos a su disposición para cualquier cosa que necesiten.
El chico se fue. Severus lo observó con los ojos entornados unos segundos, hasta que comprendió que no podía seguir retrasando ese momento ni un segundo más. Apretando los puños, se enderezó y, cargándose de valor, abrió la puerta. Quizá más tímidamente de lo que hubiera deseado, pero lo suficiente para ver a Carole tumbada en la cama, con el cabello rubio recogido en una coleta y con aspecto cansado. De hecho, estaba tan pálida y agotada, que cualquiera hubiera dicho que estaba moribunda, pero sus ojos... Severus nunca había visto tanta felicidad en los ojos de nadie jamás. Bueno, quizá en Mariah, cuando vio con Adrien aquellos videos en los que la mujer cogía en brazos a su hijo por primera vez.
Severus carraspeó, preguntándose dónde estaría la niña, pero no hizo ademán de entrar en la habitación. Carole lo miró, sonriéndole amorosamente, y estiró una mano hacia él para indicarle que se acercara. Severus suspiró de nuevo y dio dos pasos adelante, cerrando la puerta de la habitación tras él.
-Hola -Masculló. Acababa de ver el cuco de bebé a un lado de la cama, junto a la ventana, pero no se atrevió a observarlo más atentamente -¿Estás bien?
-Cansada, pero bien -Carole, que aún se recuperaba de las pociones que le dieron para dormirse durante la intervención, giró la cabeza hacia la cunita de su niña. Severus sólo distinguía un bultito cubierto por sábanas, pero siguió sin acercarse. En su lugar, fue junto a Carole y le besó la frente, intentando demostrarse el gran amor que sentía por ella -¿Me la das? Las enfermeras apenas me dejaron tenerla en brazos.
-¿Qué?
-La niña, Severus. ¿Me la das?
El hombre retrocedió, abriendo los ojos totalmente horrorizado. Abrió la boca, como si quisiera decir algo, pero no emitió sonido alguno. Carole no podía pedirle eso. Él no era capaz...
-Severus...
Carole llamó su atención y le sonrió con indulgencia. Sabía muchas cosas sobre ese hombre y, en cierta forma, adivinaba lo que estaba pensando en ese momento. Ella no necesitaba invadir su cabeza para hacerlo.
-No te hará daño, Severus -Afirmó, quizá con un deje de burla en la voz.
-No... No es eso...
-Tú tampoco le harás daño a ella. Eres su padre.
Carole habló con tanta seguridad, que por un instante las dudas del hombre se disiparon. Por supuesto, un segundo después se sintió acorralado, sabiendo que no le quedaba otro remedio más que acercarse a la cunita y coger al bebé en brazos, para llevárselo a Carole intentado que no se le cayera o algo peor.
Con todo el cuerpo agarrotado, Severus fue junto a la cuña, retiró la manta y la vio. En ese momento, supo que esa era una de esas cosas que no se olvidan jamás. Como no olvidaría la primera vez que vio a Adrien, ni cuando Josh se aferró a su cuello buscando protección, ni cuando besó a Carole bajo el muérdago.
Ahí estaba su niña, durmiendo plácidamente mientras chupaba su puñito. Llevaba puesto un batín azulado del hospital, y era pequeña y de aspecto frágil, aunque la carne se acumulara graciosamente en sus muñecas, codos y rodillas. Estaba gordita y a Severus, por alguna razón, le hizo mucha gracia. Tenía una espesa mata de pelo rubio coronando su cabecita y, desgraciadamente, había heredado la nariz Snape. Pero era absolutamente perfecta.
Con manos extremadamente temblorosas, rozó la piel suave del bebé, algo enrojecida aún. Se obligó a sí mismo a tranquilizarse y, torpemente, como el padre primerizo que era, la cogió. Fue una sensación absolutamente maravillosa tener a su niña entre sus brazos. El bebé ni se había inmutado y Severus la acunó, descubriendo que no se le daba del todo mal hacer esas cosas. Cerrando los ojos, aspiró su aroma y besó su frente con veneración. Eso hizo que el bebé gruñera, pero un leve susurro la tranquilizó. Severus hubiera pasado así el resto de su vida, pero una risita a su espalda lo despertó del maravilloso sueño en que vivía sumido. Con cuidado, se dio la vuelta y vio a Carole sonriéndole. Emocionada.
-No sé de qué te quejas. Estás hecho todo un padrazo.
Severus dio un respingo y, como queriendo mostrar que él seguía siendo un hombre duro, colocó a la niña en los brazos maternos. Carole tenía mucha más práctica que él en esas cosas y recibió al bebé con naturalidad, mirándola con el mismo amor que reflejaban los ojos de Snape.
-Hola, cariño -Habló en un susurro. De repente, la pequeña abrió los ojos. Eran negrísimos, como los de Severus, y parecieron taladrar insondablemente a su madre. Severus, casi de forma inconsciente, se acomodó en la cama de Carole, estremeciéndose cuando la niña pareció mirarle a él también -Deberíamos ponerle un nombre.
Severus cabeceó. Él ya había pensado en eso, pero nunca lo había hablado seriamente con Carole. A veces, tenía la sensación de que habían dejado el asunto del nombre demasiado apartado.
-Yo iba a hacerte una sugerencia -Dijo, acariciando la cabecita de la niña, que seguía con los ojos totalmente abiertos, sin amenazar con echarse a llorar ni nada parecido -¿Qué te parece Eillen?
Carole alzó una ceja. Sabía perfectamente lo que ese nombre significaba para Severus. Eillen había sido su madre, y su historia era demasiado trágica para no ser tenido en cuenta. Además, le agradaba.
-Eillen. ¿Te gusta, cariño?
El bebé pareció sonreír con total satisfacción. Severus sabía que los bebés recién nacidos no sonreían, pero no pudo contener una leve risotada. Carole besó a la niña y la acuñó suavemente.
-Bienvenida a la familia, Eillen Snape.

Papá SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora