| Tercer latido |

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—¿Lo has pensado? — Furihata me pregunta mientras se calza sus zapatos. Yo he cambiado los míos hace un momento así que solo la espero. Pienso en lo que ha dicho y pienso en la respuesta. Si he de ser sincera no, no lo he hecho. No he querido hacerlo. Pensar en la propuesta que me ha hecho para ser la nueva manager del club de básquetbol podría dar la idea de qué hay una posibilidad de aceptar cuando no es así. No me mal entiendan. Amo el basquetbol con todas mis fuerzas, pero nunca he sido lo suficientemente buena en ello, y después de algunas buenas decepciones decidí apartarme de todo eso y enfocar mis esfuerzos en otras cosas, mis notas por ejemplo.

—No — admito.

Furihata empieza a avanzar hacia la salida, le sigo de cerca. Ella no dice nada pero la conozco lo suficiente como para saber que ahora está pensando en una nueva forma de convencimiento. Igual y lo intento. Solo para dejarla satisfecha.

—Akashi-san dijo que dirías eso, pero que debía insistirte ya que en realidad es algo que te gustaría — ella me sonríe avergonzada, incapaz de persuadirme bajo las órdenes de Akashi. La sinceridad es uno de sus puntos fuertes —, pero si tú no quieres; si verdaderamente no lo quieres, no insistiré más.

Debería dejar de engañarme, es cierto que en un principio intenté jugar baloncesto y que mis intentos terminaron todos en fracaso, lo que me llevó a considerar dedicar mis pasiones a cualquier otra cosa; pero tal vez sea el momento de considerar más opciones, como manager igual podría tener una oportunidad, podría descubrir cualidades de mí qué tal vez desconozco.

—Entonces tal vez — corrijo y Furihata hace su sonrisa más grande.

Continuamos nuestra caminata bajo el intenso sol de primavera. El polen de las flores y el zumbido de los insectos nos acompañan también. Furihata toma una de las ligas que siempre lleva en sus muñecas y amarra su cabello en una coleta pequeña. Algunos mechones demasiado pequeños son difíciles de sostener y ella tiene que atorarlos tras su oreja. Las perlitas de sudor apenas son visibles. Yo, quien tengo el cabello apenas por encima del busto, también empiezo a sudar. Furihata se siente observada y me mira con vergüenza. No le gusta que le miren durante tanto tiempo, nunca sabe qué hacer, y además no es algo demasiado cortes. Pero no puedo evitarlo. Quiero entender.

—Lo siento — lo digo con sinceridad —. Es solo que... luces distinta con el cabello corto.

Ella suspira, es uno de esos suspiros que das cuando no logras comprender del todo algo. —Akashi-san dijo lo mismo cuando me vio esta mañana, ¡Puede que luzca graciosa a sus ojos pero como es alguien amable no me lo ha dicho! — ella exclama, divertida.

Sonrío. —No lo creo. — En lo absoluto Furihata. Puedo jurarlo. Con los cabellos largos, con los cabellos cortos, sin cabellos, él seguiría amándote sin importar.

Me pregunto qué sucedería si se lo dijera. Que Akashi la ama. ¿Sería perjudicial? No lo creo con Furihata, ella es demasiado sincera incluso consigo misma. No me lo ha dicho, yo tampoco lo he preguntado, pero sé que si lo hiciera para ella no habría problema en reconocer que Akashi le gusta. Pero sé que es Akashi quien le detiene de admitirlo, porque Akashi aún es renuente a reconocerlo, tal vez por la falta de familiaridad con esos sentimientos, y no lo culpo, desde siempre él ha sido una persona solitaria y debe ser difícil abandonar esa soledad tan abruptamente. Furihata es consciente de ello, y avanza a pasos lentos, pero por cada paso más cerca, Akashi se aleja dos más. A ese ritmo se habrán graduado sin hacer nada al respecto; y puede que sea algo conveniente, pero no es lo que deseo.

Más que cualquier otra cosa, quiero que Akashi sea feliz.

Y sé, en mi corazón, que yo no soy su felicidad. Por mucho que desee serlo.

Tú, yo y el espacio entre nosotrosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant