XVII

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Como ya era sabido el doctor Roosevelt no toleraba lo que no podía controlar y la situación en la que se encontraba era una de ellas, sabía perfectamente lo que estaba sucediendo y quién lo hacía pero no entendía era como el cometido fue efectuado...

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Como ya era sabido el doctor Roosevelt no toleraba lo que no podía controlar y la situación en la que se encontraba era una de ellas, sabía perfectamente lo que estaba sucediendo y quién lo hacía pero no entendía era como el cometido fue efectuado sin que él se diese cuenta. Atado en aquel árbol supo que nunca podría recuperar lo que había perdido y era por ello que cuando empezó a gritar se despedía del último atisbo de cordura y bondad que había en su alma.

Al fondo, entre los árboles, un hombre alto de cabello oscuro se acercó con la sonrisa petulante y la cara de idiota que siempre tuvo, miró a Javed con una mirada de satisfacción y rió un poco. Así pues, cuando lo vio, el doctor simplemente gritaba descontrolado, se lastimó la garganta que ya de por sí tenía seca y escupió un poco de sangre, no encontraba las palabras correctas para poder insultarlo lo suficiente pero eso no lo detuvo y siguió gritando mientras que el hombre que lo observaba simplemente no pestañeaba.

—Tan patético como siempre, doctor, espero que algún día se dé cuenta de ello.

El doctor no podía detenerse, las venas de su cuello sobresalían, sus ojos resaltaban y se salían de su lugar, las pupilas estaban dilatadas y ya no sentía los dientes; su cuerpo no se movía porque no podía hacerlo pero si así hubiese sido, juraba que lo podría ahorcar hasta matarlo y luego patearlo tanto hasta que sus dientes salgan por voluntad propia, la ira que el doctor sentía en aquel momento era simplemente aterradora pero el hombre lo seguía viendo sin reparos.

—Si dejará de gritar podría explicar todo de una buena manera, doctor. Por favor, sea paciente que todo esto tiene algo bueno para ambos.

El doctor no podía para y sentía como la cuerda con la que su cuerpo estaba amarrado empezaba a rozar el interior de su cuerpo y carcomer sus huesos. El hombre nunca dejó su postura, nunca dejó de respirar tranquilo y nunca dejó de sonreír encantadoramente, porque así era él, ganaba a la gente con su radiante e impecable personalidad y actitud.

—Mire, doctor, no tengo mucho tiempo, espero que ya se haya dado cuenta de lo que está sucediendo y me impresiona que se haya demorado tanto, ya sabe, la inteligencia que maneja le da mucha más capacidad; pero ese no es el caso, en menos de cinco minutos usted será liberado y podrá hacer lo que se le plazca, espero que pueda tomar buenas decisiones cuando regrese, no quiero lastimarlo más.

El hombre se alejó, con la espalda recta y la mirada en alto, se despidió con la mano sin mirar para atrás.

Cuando Javed Roosevelt fue liberado, la ira que mantenía dentro se apoderó de él por completo y sin pensarlo mucho corrió en medio del bosque tratando de seguir al hombre que le había causado el más grande dolor que jamás haya sentido.

El aullido sordo de un lobo tomó por desprevenido al doctor, cayó al suelo y se golpeó la cabeza con una piedra en punta pero la adrenalina estaba en su sistema y con un poco de dolor siguió corriendo.

En el camino se encontró con dos lobos grises y uno blanco, con los colmillos manchados y lo ojos ensangrentados, estaban hambrientos y lo habían seguido, sin embargo, Javed Roosevelt no se preocupó por ellos, siguió corriendo en línea recta, tropezándose con rocas, ramas, árboles caídos y con la sangre tapándole el ojo. Sin embargo, la circunstancia y la condición en la que estaba el doctor hicieron que él se cansa con rapidez y que los lobos lo alcanzasen es por ello que cuando llegó a un pequeño barranco, se dejó llevar y cayó a lo profundo cerrando los párpados fuertemente y cuando tocó el suelo, tomó un fuerte respiro y regresó a su oficina donde el humo espeso de lo que asemejaba a un incendio entró por su nariz, luego, cuando el humo se dispersó un momento después, el doctor Roosevelt se miró el cuerpo, el cual tenía quemado y cicatrizado y su sangre seca se encontraba en su ropa y el piso de la oficina. Sin importar mucho las heridas que tenía en su cuerpo y lo mal trecho que se encontraba internamente, se paró con furia y salió en busca de Sandra, no gritaba, simplemente susurraba para sí mismo, el enojo no dejaba sentir sus extremidades.

Experimento FOBIA ©Where stories live. Discover now