XIX

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Sandra estaba sentada en el sillón de cuero que tanto le gusta a Javed Roosevelt, estaba pensativa, las palabras escritas en el diario la habían afectado: "El más absurdo"; tenía la mirada perdida en la entrada de la oficina, el silencio que existía en la construcción. Se escuchaba el sonido de las máquinas de las simulaciones y las ratas correteando por los pasillos. Pero aquel sonido pequeño era distante para Sandra, la cual se encontraba completamente absorbida por la memoria de su pasado.

—Cuando veas cuánto he progresado en todo esto, estarás de acuerdo en acompañarme, cariño. Sandra se encontraba sentada frente al escritorio de la oficina de su maestro de psicología, el doctor Roosevelt.

— No lo sé, no estoy segura de que funcionará, ¿o es que ya tienes a alguien que quiera ayudarte? Sabemos perfectamente que lo más probable es que muera.

—No te preocupes Sandra, que ya habrá alguien que quiera hacerlo, pero justamente por ello quería hablar contigo. Ven.

Sandra se acercó a su maestro y se sentó en su regazo, ambos se dieron un beso y ella se perdió en la mirada intensa del hombre. —Oh, querida, lo lamento mucho.

Regresó al presente con poca respiración y el corazón acelerado. Una rabia subió por su garganta y salió en forma de gruñido. Respiró hondo, se levantó y estiró su cuerpo, luego, sabiendo que tal vez no llegue a ningún lado, empezó el simulador.

»Te encuentras a ti mismo manejando una bicicleta algo vieja y la sorpresa de la escena tan repentina ha hecho que te caigas de la misma, no muy lejos de ti, escuchas como alguien frena la suya, se baja y va corriendo hacia ti — ¿Estás bien?—, no puedes responder, así que solo asientas la cabeza despacio, todavía pensando en lo que está ocurriendo. El sol está a punto de ponerse y tu acompañante ayuda a que te levantes pues su casa está lejos y deben llegar antes del anochecer, te levantas, limpias la tierra de tus pantalones y blusa y subes a la bicicleta, cogiendo el ritmo de quien está adelante tuyo.

» Te fijas en tu entorno, un pueblo estilo americano sacado de una película, las casas de fachada de madera, con porches y un carro del año reluciente por la luz del sol, uno que otro niño jugando y siendo llamado por su madre para que entre a cenar. La sensación de calor de hogar se enciende en tu corazón y una sonrisa aparece en tu cara, te sientes tan familiar que poco te importa cómo terminaste allí.

»Conducen por un buen rato, por una calle con varias curvas poco notorias hasta que llegan al tope de la misma, tu acompañante te espera algo cansado en la mitad de la calle, cuando ve que ya lo has alcanzado, te dice con la mano que lo sigas y curva a la calle de la izquierda, pocos minutos después te das cuenta de que las casas cambian a una fachada más vieja y que, después de la última casa que puedes ver, hay un cerco que separa la calle principal de un gran bosque de eucaliptos frondosos y exageradamente altos. Miras al bosque de manera curiosa y un ligero hormigueo te recorre el cuerpo y el camino de cemento se convierte en un camino de tierra con pequeñas piedras. No sabiendo dónde estás o a dónde irás, tratas de hablar a tu acompañante, pero tus labios se mantienen pegados entre ellos y tus palabras se conviertes en gemido hueco. Apenas y te das cuenta cuando el muchacho de la bicicleta toma una curva de un pasaje poco visible, con una pequeña maniobra, curvas de igual manera y lo sigues.

Experimento FOBIA ©Where stories live. Discover now