Capítulo 9, Parte 3

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Abandonamos el bar luego de haber tomado dos cervezas y cuando llegamos al hotel no volví a ver a Jack hasta una hora antes de la presentación de mi novela. Él subió a mi habitación con un representante de la editorial a cargo de imprimir los primeros diez mil ejemplares de mi obra.

—Señor Bosch, mi amigo es un costal de nervios en este momento. —Decía Jack cuando entró en la habitación con el hombre correctamente vestido para la ocasión.

Jack abandonó la habitación y se fue hasta el salón para ver cómo estaba el ambiente allí. El señor Bosch se acercó a una de las ventanas y detrás del cristal estaba París totalmente iluminada y con una espectacular belleza.

—Todos se han puesto nerviosos.

—¿Todos? —Pregunté extrañado.

—Todos los escritores han sentido nervios con alguna de sus obras, muchas veces la primera como en el caso de usted.

No me dejó hacerle otra pregunta cuando él continúo diciendo que ese nerviosismo de los escritores surge cuando la novela, el cuento o el poema se ha llevado parte de su creador y éste siente una intranquilidad enorme por la incertidumbre que crece en su interior de que si su obra ha valido la pena o no.

—Dígame su motivo ¿por qué la escribió?

Me quedé en silencio. Pensé en ocultar el motivo por el cual escribí la novela pero se lo conté en un intento de ser sincero conmigo mismo.

—Por un mujer.

El señor Bosch se giró y le dio la espalda a la hermosa vista de París.

—¿Usted la amo?

Tomé aire. Nunca pensé que me harían semejante pregunta después de tanto años, ni siquiera pensé que algún Jack me la haría.

—Me hubiera gustado amarla pero no me lo permitió, ese amor no germinó.

Una hora más tarde yo estaba recibiendo los aplausos de todos los presentes en el aquel salón Treff. Quizás aquellos aplausos fuesen forzados por la ocasión pero de todos modos no pude evitar llorar una vez que estuve lejos de los ojos de los invitados, lloré sin querer hacerlo pero estoy seguro que esas lágrimas eran por el pasado y no por el presente. Jack fue hasta donde yo estaba y me dijo a modo de broma:

—Los doctores no pueden inmutarse y los escritores son unos cínicos, así que deja de llorar.

Su comentario logró su cometido y logré sentirme mejor.

Dos meses después recibí la noticia de que se tenía que realizar otra edición a mayor escala de mi novela puesto que los diez mil ejemplares que se habían imprimido en un principio se vendieron en su totalidad. Me enteré por teléfono de todo aquello y cuando colgué deseé con todo mi ser que uno de esos diez mil ejemplares haya caído en manos de Amelia y ella conociese la historia que me prohibió crear a su lado. Espero y ojalá ella aún se acuerde de mi.

Ella, mi diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora