Capítulo VII: La sultana díscola

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Estaban impacientes, tenían tanto sin ver a la sultana que la extrañaban de una manera loca. Pero afortunadamente todo había terminado, Mustafá poco a poco ganaba terreno y Selim se iba hundiendo en depresión o al menos esos eran los oscuros deseos que la díscola Sultana Safiye guardaba para su medio hermano. ¡Quien lo diría! Ella que en sus momentos de gloria, fue una de las hijastras favoritas de esa víbora rusa. Ahora admitía lo que deseaba, sin temor a que fueran sus propios pensamientos los que la traicionaran un día.

Quizás eso es lo que Safiye más adoraba de ser ella misma, que a diferencia de Mahpeyker o Raiza ella no sentía temor alguno; se dejaba llevar por el ansia del momento sin importarle un comino las consecuencias de sus actos. ¿Cuántas veces se vio en el ojo del hurácan? Bastantes, ¿Cuántas veces se salvó, todo gracias a que aprendió a usar las mismas armas de la sultana Hurrem? Fueron otras tantas. En fin, lo único que sabía es que a esa mujer no le quedó mas remedio que rendirse a sus pies. Ésa era la carta de triunfo que Safiye la hija menor de la sultana Mahidevran y el sultán Suleiman tenía bajo la manga, la misma que la salvó de la muerte infinidad de veces. 

Y ahora, volvía a ser libre. Finalmente las artimañas de su hermana mayor Rayza la hacían librarse por fin de las garras de Topaki y así mismo de las intrigas de Humasha la hija de Mehmet su medio hermano. EL cual muriera en circunstancias un poco misteriosas, si algo admitía la sultana en el fondo era que de Mariam y Humasha a quién más temía era precisamente a la segunda, ella tenía cierto don para infundirle temor y a la hora de la hora doblegar su voluntad no dudaba en hacer que sus peores temores se convirtieran pronto en pesadillas que a media noche la despertaban entre gritos y lágrimas . No obstante, se sentía segura pues al fin dejaba de verla, saber que pronto estaría siendo estrechada por los brazos de su madre la hacía sonreír como nunca antes. E inclusive la compañía de Mahpeyker le parecía agradable si nada más pensaba en ese momento.

La sultana se enfocó en el paisaje, parecía que estaban en un mar de troncos en colores cafés combinados con el musgo verdusco  que a veces se les contagiaba debido a las abundantes lluvias del mes de agosto. Las hojas caídas crujían conforme el carruaje avanzaba por el camino. Y el olor a café recién hecho impregnaba el interior de la casa rodante.  Hasta Mahpeyker parecía de buen humor aquella mañana,¿Y cómo no estarlo? Al fin se reunirían todos en el palacio de su madre. O al menos eso fue lo que les dijo Ibrahim Pashá al momento de realizar el viaje desde Estambul hasta Bursa.

 —Te toca mover pieza.

La voz dulzona de Mahpeyker la sacó de sus ensoñaciones, a base de fuerza se obligó a dejar de pensar en su madre, para concentrarse en ese aburrido tablero de ajedrez; ¡Cuánto odiaba esos juegos de logística y estadística por bendición de Alá! Realmente no sabía si el que les inventó, tenía otras intenciones en mente. Se supone que un juego era para pasar un rato agradable. No para hacer que las personas se quebrasen la cabeza pensando en las jugadas, aunque bueno también recordaba que su padre solía decir  que el ajedrez y la política eran como uno solo, pues dependiendo de los movimientos que se hicieran. Bien podían seguir jugando, quitando y recuperando piezas a diestra y siniestra. En cambio si se era un mal jugador un paso en falso y no se movería uma sola pieza más.

  — ¡Pero si ya no tengo piezas!— bufó Safiye apenas se dio cuenta de que su parte del tablero, estaba vergonzosamente vacía, ¿Qué diría el sultán si la viera en esos momentos? Seguro se reiría fuertemente, le revolvería el cabello, o le tiraría de cualquier accesorio que llevara puesto en el momento y se  la llevaría a cazar, eso sí Safiye era muy buena poniendo trampas pero era mala en ocasiones para escapar de ellas. En fin eran detalles que hasta al más experto cazador se le escapaban— Vamos Mahpeyker termina ya con este tormento. Sabes que estoy en jaque.

la aludida sonrió. de hecho Safiye tenía la oportunidad de reclamar una pieza, pero claro estaba la Sultana pelirroja no lo diría. Esa era la suerte de ser Safiye que podía tener fácilmente las oportunidades a la mano, pero prefería rechazarlas para trastornarse un poco a la hora de encontrar la salida. 

 —Como quieras.—confirmó triunfante su victoria al palpar ese saquito de terciopelo con trescientas monedas de oro, nada mal para una sola partida.—¿Me pregunto si estará retorciéndose en el infierno?

Safiye volió a dejar la ventana, céntrandose de nueva vuenta en Mahpeyker ahora que la observaba bien; parecía que su hermana tenía esa dote malévola que caracterizaba a todos los hijos del Sultán. Dado al brillo que cobraron sus ojos azules, si alguien tenía motivos para odiar a la Sultana Hurrem fue precisamente ella, Mahpeyker. Y después de ella la propia Rayza.

  — Supongo.— ahora que lo pensbaa bien, tal vez sí; teniendo en cuenta cada intento que ella y Rustem pashá hicieron para quitarse a Mustafá de encima, hasta ella misma estuviera revolcándose en su tumba si fuera Hurrem— Pero como dice madre, la vida es una rueda de la fortuna que nunca se cansa de dar vueltas. Ahora los hijos de Hurrem sin su madre supongo que se verán pérdidos. A estas alturas ya deben saber que Mustafá está vivo y reuniendo un buen ejército en Bursa.

— Mercenarios.— increpó Mahpeyker, la sola palabra parecía que le disgustaba— gente cuya espada solo sabe ser leal al sonido que hace una moneda de oro al caer.

— Confío en Mustafá, si pudo escapar de la muerte, ¿Porqué no ganarse la lealtad de esos hombres? Si alguien sabe ser militar, príncipe y sultán ése es nuestro hermano. El mejor que pudo haber parido esta dinastía asquerosa.

Safiye podía ver que las palabras que acababan de salir de su boca, no eran suficientes para darle ánimos a Mahpeyker.

  — ¿Que más te acongoja?

— ¿Recuerdas a Bayaceto hermana? Apoyamos a Mariam, hasta en lo imposible con tal de que Selim no llegara al trono pero ¿De que sirvieron tantos esfuerzos? Selim ganó una vez la batalla por el trono, ¿Que le impide ahora ganar la guerra?

Ella negó con la cabeza, parecía que su hermana no comprendía la situación o podía ser que el miedo. Fuera lo que le frenaba su mente.

— Bayaceto no es Mustafá, ¿A caso no te acuerdas de lo amado que era nuestro hermano cuando era hijo del sultán? Acuérdate de cómo lo vitoreaba la gente cuando paseaba a caballo por las calles de Estambúl, o cómo lo reverenciaban los jenízaros, también en el palacio le tenían respeto. No hermana, esta guerra la tiene ganada Mustafá. Ahora que ya saben que está más vivo que nunca ¿Que apoyo le queda a Selim?

Mahpeyker frunció los labios, luego sonrió hasta que al fin podía relajarse.

— Amén Safiye, amén a eso y que toda esta maldita pesadilla se termine de una vez.

Safiye hizo una de esas muecas  de bufona divertida que tanto las hicieron reir en sus peores momentos, la risa cristalina de Mahpeyker pronto se coreó con la propia.

— Ya verás que pronto entaremos en palacio con nuestro hermano siendo sultán. Alá mediante, todos nuestros sueños se van a hacer realidad ya verás.

 Finalmente el carruaje paraba, ambas abrieron la cortina para ver el paisaje y sin pensarlo dos veces saltaron del mismo. Las dos corrían con una sonrisa en los labios hacia  la misma dirección: Hacia los brazos abiertos de la sultana Mahidevran.



El león del imperioWhere stories live. Discover now