煙る (h u m o)

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煙る (h u m o)

Ante la mesa, los hilos. Los tejidos teñidos de negro entre los dedos. El jovencito de labios pálidos y quebradizos yacía concentrado rehaciendo con gran honra la mala confección de un viejo mofuku, kimono de luto que florecía en sus manos. Instantes antes una señorita había cruzado el umbral de la tienda con el rostro lacrimoso, niña bajo la lluvia del ánima. Solicitó avergonzada, sin mirar de frente al sastre, los servicios de mayor presteza que pudiese ofrecer; él no pudo evitar ceder ante la ternura provocada por un fino papilio que hubo perdido a su padre. De alguna forma, le comprendía mejor de lo que ella imaginaba. El hombre falleció al amanecer, por lo que el traje apremiaba al anochecer, cuando se llevaría a cabo el velorio; un día después, el entierro. Entonces Hajime parecía bien concentrado en su labor, con íntimas justificaciones de por medio. Recuerdos. Una pena profunda.

Cuando Shun salió, bien ignoró su provocativa silueta enfundada en un atuendo de alegre estampado; incluso si la última noche habían correteado en el jardín hasta caer rendidos y enredados sobre el pasto, cual par de insectos en la telaraña. ¿No era su primo uno de esos peces indolentes que desprendían hermosura mientras su semejante agonizaba en la superficie?

En el transcurso del día, pocas personas se adentraron a la tienda, todas de la tercera edad. Yuriko yacía ocupada con las labores domésticas, silbando melancólicamente. El joven de flequillo azabache veía su pelo cada día más crecido; él lo habría de cortar, en el fondo deseando distanciar su apariencia de otras habitantes bajo el mismo techo. Ah, cuando la hebra más larga besaba su barbilla, comenzaba a molestarle para la visión. Hajime pensaba en nimiedades como tales, como en la calidad de los últimos hilos adquiridos, cuando la flor esqueleto en un yukata de suspiro herbal hizo aparición.

—Buenos días, Hajime —saludó sin variar la costumbre—. Traje té, hoy es de tu favorito.

El mancebo miró con recelo la silueta ajena, un ojo tras las hebras nocturnas; justo en aquel instante sentía a sus entrañas arder como para que esos labios viniesen a provocarle con palabras voluptuosas o besos raptados. El aroma cálido y floral de la infusión inundó la estancia, envolviendo el corazón del que cosía en una nébula de repudiable ternura. Un odioso color sonrosado. La lengua sedienta de calor le suplicó beberlo a sorbos, a gotas escurridizas; pero el orgullo, siempre más fuerte que cualquier otro sentimiento en el imberbe, logró vencer las ansias en sus labios.

—Hoy no beberé té —mencionó en contra de sus deseos, con una insistente concentración que poco a poco se tornaba en actuación.

—¿Por qué? —Mientras tomaba el banco de madera para sentarse frente al sastre, Yi Feng inquiría—. ¿A dónde fuiste ayer? Vine y Yuriko yacía sola. ¿Estás enfermo?

—No —graciosamente, asegurar aquello parecía una mentira incluso para Hajime.

Y así, aquel suave disimulo fue la única respuesta obtenida. Un monosílabo. Feng pensó que las palabras de Hajime solían ser cortas, nerviosas o misteriosas, pero nunca descorteses... y mucho menos cuando se trataba de él, su amigo. El único en tan polvoso pueblo.

—Hajime... mírame. —Indispuesto a mantener las apariencias, Feng le encaró, flor insolente. De inmediato, el otro obedeció con una expresión dura que se acentuaba en el entrecejo—. ¿Sigues molesto?

—No.

Aquel monosílabo, una vez más, voló y rasguñó la mejilla del calígrafo. Sangró con dulzura. La flor esqueleto rio con ironía tras limpiarse las suaves gotitas; desvió su mirada y luego la retornó más exacerbada.

—Podrás ser muy ágil confeccionando kimonos, pero en cuanto al tejido de mentiras resultas en vergüenza. —Y se balanceó hacia adelante—. ¿Ha sido tan grave mi ofensa? ¿Tanto asco despierto en tu víscera que eres incluso incapaz de fingir amabilidad?

ManjusakaWhere stories live. Discover now