Epílogo: carta a Nakamura Manabu

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Epílogo: carta a Nakamura Manabu

Hoy habito en la oscuridad. Soy incapaz de oler más la putrefacción de nuestra alcoba; quizás sea a causa de mis pulmones... o es que me he acostumbrado a ella, que es mi sitio. La sangre, el semen, las vomitonas, los orines... incluso las heces, un cadáver no son nada para mí. Sé que pronto partiré, que estas sábanas son mi amado lecho de muerte, y que todo rastro de mi existencia se extinguirá con el tiempo, incluso si reencarno en un cerezo yoshino, pues nadie sabrá identificar que el alma habitante en él es la mía... la de Yamada Hajime. Así me puso mi padre cuando nací. Es gracioso cómo esta calidez, esta sangre se asemeja tanto a la del vientre materno; desearía estar aquí por siempre, incluso si he aceptado la inminente transición a las nuevas luces y oscuridades que aguardan por mí.

Me hubiese gustado redactar una carta con papel y tinta que portase en ella mis últimos pensamientos, estos que recorro ahora. No obstante, no creo resistir mucho más. Estoy muy débil, como la llama del quinqué que suavemente se esfuma, y arrastrarme en busca de este capricho resultaría en un desgaste innecesario para el aliento mío. Entonces escribo en el aire; arriba, en el rojo. De todos los posibles destinatarios es Nakamura Manabu a quien elijo porque estoy seguro de que él, tal como mi deidad, habrá de comprenderme; porque aquel hombre conoce los espectros más variados del amor y los protege a pesar de su rareza, de su perversión en el orden de nuestro mundo.

Nakamura-san, recuerdo aquella tarde cuando me encontré con una prostituta por primera y última vez en mi vida. Narré a Feng mi vivencia, alegando mi extrañamiento ante el cuerpo femenino; y él me explicó tu postura sobre el arte, tan similar... el reencuentro con una realidad que día a día hemos dejado de mirar. Aún ahora creo que tienes razón, y creo también que el lenguaje humano, sus palabras, gestos y representaciones nunca serán capaces de transmitir el pensamiento completo. Este conflicto es el mismo que se presenta en el amor, y por ello comprendo ahora tus motivos; tus sogas, tu máscara... estás en busca de aquel absoluto ¿verdad? Porque sabes que en el sexo esta sensación es pasajera, que la imposibilidad del ser uno con el otro por siempre es un hecho. Yo también la he buscado, y creo que la corporalidad interpreta un papel importante en este embrollo, pero ¿sabes? Aún si ella nos limita, contamos con la insaciabilidad... la puerta a las mil interpretaciones, como en el arte; las posibilidades son inagotables, infinitas... y lo volvemos a hacer, a tocar con nuestros dedos el cielo.

Manabu, la felicidad es peligrosa si se vive desbocada. Y no hablo sobre la pasión, sino del amor cuando es llevado a terrenos que sin querer pretenden perfección*. Aspirar a ello es un pecado, es soberbia, y su precio es muy caro. Seguramente Feng te narró una historia sobre la maldición que cargo en mi sangre, la "manjusaka", como la llama él. Pensé que la única forma de vencerla era resistiéndome a sus mandatos, por ello es que sufrí tanto, por prolongadas estaciones. Pero, Manabu... he sido capaz de derrotar a la diosa tras la agonía de aceptarla en mis entrañas, resignificarla e incluso arrebatar su puesto en los cielos, a través de la renuncia a la filosofía implantada en mi corazón desde el momento de mi nacimiento. Muerte, enfermedad, locura, infertilidad... el infierno mismo, todo ello me parece un precio justo si a cambio tomo el amor. Agradezco mis vivencias, mi camino de perversión, el designio de la higanbana para perpetrar este lugar sagrado en mi alma. Incluso el inicio de todo, la muerte de mi padre... lo acepto, acepto todo con humildad.

Cada uno de los actos que he cometido, resistiendo a la caída o durante ella, han sido en nombre de este momento. He asumido aquello que llaman "maldad" como parte de mí, mas sé que esto es mentira. No me arrepiento de nada, renuncio a todos mis pecados resignificándolos. Por ello soy purificado y disfruto mi dolor; no tengo nada y lo poseo todo. Por ello no temo a la muerte, pues mi descender es feliz, entre flores, y lo he cosido con mis hilos, como la pieza más hermosa que haya existido jamás...



*Idea basada en una cita de Inés Arredondo.

ManjusakaWhere stories live. Discover now