墨 (t i n t a)

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(t i n t a)

Aquella noche tornó a la morada con un secreto tan ominoso como radiante en sus costillas, tan intenso que pululaba sobre la piel. Era delatado por aquel aroma salino que se había negado a desarraigar incluso presentándose la oportunidad de lavarse. La mirada extraviada con visos rojizos, como de luna, asistía también. Pero, a pesar de esta elevación propia de los varones que recién experimentan el primer pinchazo en una flor, en Hajime la sensación se vio desplazada prontamente por una angustia compartida con Yuriko. Su ilusión, ese placer morboso —que por ser inconsciente devenía en inocencia mutilada— a partir de las vivencias, suplicaba a gritos ser repetido en ilusiones oníricas; mas, para su desgracia, fue desmembrado en cuanto pisó la duela de su hogar. Ambos, varón y fémina, dibujaban trayectos erráticos por la tienda cerrada cual aves enjauladas. Después se veían en silencio, no completamente de frente, gracias al fulgor de aquella lámpara que proyectaba sus sombras de negrura descomunal. Era como si la complicidad en sus miradas murmurase: «está bien, está bien, él es así».

Antes, el jovencito salió en busca de su primo ausente con las suelas resbalando sobre las piedras de calles aledañas. Inquiría a los vecinos si hubieron visto su reciente silueta. Ellas, de corazón en angustiosa primavera, cubrían con la manga del kimono el rubor de sus mejillas ante el nombre y lo negaban; ellos incluso parecían molestarse ante semejante inquisición. Al final, el muchacho aún con la reciente febrícula volvió y presentó una acongojada negativa. Habiendo caído la oscuridad, sin poder intervenir más, ambos permanecieron entre las sombras aguardando su llegada.

Solo entonces y por vez primera, Hajime fue víctima de una melancolía extraña, mientras caía la media noche. La sintió acercándose, dar suaves pisadas y colocarle sus manos tibias sobre los hombros. Sin poderlo evitar, evocó la imagen de todos los crepúsculos en que el otro, sentado a la mesa en su lugar, le esperaba con paciencia e incluso con presumible ilusión en sus ojos de picardía, que solo para él brillaban nobles. Oh, dolía.

Pensó en todas aquellas ocasiones en que rechazó la caricia, la palabra ajena, cegado por el horror que ocasionaba su deseo... y le añoró. Imaginó los peores escenarios por los que se ocasionara su ausencia. Le extrañó con una fuerza desconocida; necesitaba palparlo, sentir su tierno calor cerca solo para cerciorarse de su bienestar y rendirse ante él en silencio. Por poco se arrepentía de sus recientes actos, de su obscenidad ante la madre que le hubo amamantado. Aunque, ¿en realidad importaba si nadie conocía sus intenciones, si la máscara se confundía con el rostro?

Gran fortuna era que nadie pudiese admirar las estelas brillantes en su mente, aquellas imágenes de divina dicha, suspiro de intimidad. Le abrazaría de la cintura, exhalando un suspiro apasionado con el rostro bañado en lágrimas, recargando sobre el vientre ajeno, y descendería besando cada porción de seda y piel confundidas hasta los pies. Ante las telas brillantes cuyos estampados se distorsionaban entre las sombras, imaginó la tan patética escena no sin ser interferida por las recientes imágenes de la mujer desnuda en una habitación roja.

Hajime yacía hundido en sus divagues cual espirales de avispas zumbadoras, cuando el tan anhelado mancebo hizo aparición a través de la puerta con la mirada amable, los hombros relajados e incluso una sonrisa conmovida. Así asesinó las fantasías carmín y dio paso a un encuentro de emociones. Él pretendía adentrarse con los pies deslizándose cuidadosos sobre la duela, serpiente hábil, pero la mujer que tanto le adoraba corrió a su encuentro e inevitablemente le riñó. Las miradas desconcertadas ante la bulla se encontraron; Shun sonrió cómplice, buscando a su primo, quien le devolvió una risa tímida. De pronto, sin podérselo explicar, a Hajime se le nublaron los ojos con lágrimas ante un sentimiento desbordado.

Habiéndole visto sin un solo rasguño en la superficie lunar, el sastre pensó en tirarse allí mismo vencido por el sueño; el baño en la ponzoña del rencor bien podría llevarse a cabo salido el sol. Dolía, sí, pero en aquel instante solo deseaba hundirse en el pecho ajeno y descansar; suplicarle piedad, el que nunca más se esfumase. Sin embargo, aguardó como muñequita japonesa, en la esquina, a que los reproches de Yuriko cesaran. Y así fue. Shun transitó a su lado, le dirigió una expresión de ojos cansados y colocó su siniestra sobre el hombro caído del muchacho. Solo entonces, tan cercano, reconoció la verdad oculta tras las excusas; no solo durante velada afligida, sino bien arraigada antes. Ese aroma, sí, ese olor profundo en las manos era esencia de mujer. Lo sabía porque las propias apestaban de aquella forma, hilillo penetrante.

ManjusakaWhere stories live. Discover now