Prólogo

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El verano para aquellos amantes del invierno es el mayor impedimento del mundo; el Sol abrasa, las temperaturas suben y a menos que se vayan a pasar unas buenas vacaciones o disfruten sus días en la playa o la piscina, con amigos o familia, a nadie le apetece hacer algo que implique mucho movimiento. Pero esto no se aplica a JongIn, él sin duda prefería pasar sus días en la sala de ensayo que mantenía alquilada a medias con TaeMin y SeulGi, y pese a que tenía que resignarse y pasar el verano sin siquiera pisar la Escuela de Danza ala que asistían, no estaba del todo mal aquello.

Tampoco es que le apeteciese estar en su casa todo el día sin nada que hacer, desde que sus hermanas se independizaron y se llevaron a sus perros con ellas, aquel enorme lugar estaba demasiado vacío para su gusto. El hecho de que su madre se pasase la vida viajando por trabajo implicaba que prácticamente viviese solo, aunque sus frecuentes visitas de uno o dos días le recordaban que aquello aún no se había cumplido; y que su madre tenía un carácter demasiado peculiar con el cual tenía que lidiar.

Su padre, por otro lado, era un sujeto que prefería no ver ni siquiera en fotografías. ¿Cuál era la razón de querer ver a alguien que te abandonó años atrás como si de un perro se tratase? Cualquiera le diría que la palabra abandono sería demasiado fuerte para ser usada en su caso pues, quisiese o no, ese hombre, cuando se acordaba, lo felicitaba por su cumpleaños. Estaba seguro de que no se sabía cuándo era el día exacto, por lo que al rededor de esas fechas, ya fuese antes o después, mantenía una corta e incómoda llamada telefónica con JongIn o, en su lugar, le mandaba un mensaje por Kakao Talk.

Podría contar con los dedos de una mano cuántas veces había visto a su padre desde que se separó de su madre cuando él solo tenía unos diez años y, de hecho, si no recordaba mal la última vez que lo vio fue con doce; lo más deplorable es que aún le sobrarían dedos. Sin duda a eso no lo podía llamar un padre, estaba más que seguro que su madre había trabajado y luchado por sacarlos adelante y por hacer que nunca les faltase un plato de comida en su mesa.

MiYoung se esmeró y se mató a trabajar para sacarlos de aquel apartamento de mala muerte en el que vivieron mucho tiempo. Por culpa de la que fue la decisión de su marido por aquella época en la que tuvo a su primera hija, decidió dejar su profesión, dejar de ser azafata de vuelo sola y únicamente para cuidar a sus futuros hijos. Cuando se divorció, no solo salió mal parada en el juicio, sino que tuvo que apañárselas sola para salir adelante y encontrar trabajo de nuevo. Aquello era lo que más admiraba JongIn de ella y, por lo tanto, en esa mujer esbelta y siempre sonriente residía su figura materna y paterna.

-Kim JongIn.

Su nombre retumbó en todo el comedor pese a que ni siquiera lo escuchó como un grito y, aún así, fue un llamado lo suficientemente contundente como para hacerle apartar la vista del móvil.

-¿Qué has hecho ahora? -Su madre mantenía un tono cansado pero divertido, sabía que su hijo era todo un caso sin solución.

-Me han tendido una trampa.

-¿Perdón?

La mujer había dejado la carta recibida del ayuntamiento encima de la mesa, cruzándose de brazos a la espera de escuchar qué nueva historia se traería su hijo más pequeño.

-Eso, que me han tendido una trampa. Yo no sabía que era una propiedad privada -se justificó encogiéndose tranquilamente de hombros.

-¿Desde cuándo un edificio vallado no es propiedad privada, mh?

-Pero está abandonado desde hace cinco años.

-Pero tiene un enorme cartel que pone Prohibido entrar.

-Mamá -alargó la última vocal, quejándose-, no lo había visto, ¿vale?

-El cartel mide cinco metros y está en la entrada, señorito.

Entre líneas { KaiHun / SeKai }Where stories live. Discover now