Parte 7

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Era noviembre de 1937 cuándo Madame me dijo que iríamos a París.
Su única hermana había fallecido, y debía ir a buscar la herencia y a asistir a su funeral, yo iría con ella. Recuerdo que estaba un poco triste, no me gustaba mucho la idea de dejar a Theo en Filadelfia sólo, él y yo no nos separabamos nunca y la idea me parecía casi aterradora. Y aparte, me bastaba oír la palabra "París" para comenzar a tener arcadas, me venían a la mente todos esos sueños espantosos que había hecho a lo largo de los años. No estaba entusiasmada, pero debía hacerlo. Prepare mis valijas y subí a un avión.
A mí llegada Madame me acompañó a un hotel a descansar, ella debía ir a empezar algunos procedimientos jurídicos por la herencia, pero recuerdo que no dormí ni un poco.
Estaba nerviosa, esa ciudad me metía algo de angustia. Era como si yo ya hubiese estado allí, y así era, en mis sueños había visto aquel lugar, era exactamente igual. Decidí salir a caminar y entré en una pastelería, la primera que encontré. Tenía algo de dinero, y lo usé para comprar un croissant, el más delicioso que había comido en toda mi vida. Caminé mucho, entré en callecitas de periferia, pasé por puentes y pequeñas casas, hasta que llegué a un lugar, una especie de bar u hotel, en la entrada había un cartel: "le coeur de glace". Era un edificio rojo, ventanas blancas. Sentía la necesidad de entrar, así que lo hice. En la entrada había un hombre, recuerdo bien aquellas malditas palabras:
- ¿Viniste por el empleo? Mira, estamos llenos, pero con esa cara bonita que tienes encontrarás fácilmente clientes.

Estaba confundida, no entendía de que hablaba, y mi rostro hizo comprender a aquel extraño hombre que no tenía idea de qué demonios me estaba diciendo:

- Oh, no es por eso. Bueno, si alguna vez necesitas plata ven por aquí, Don Julien tiene siempre lugar para alguna chica nueva, sobretodo si es bonita como tú. Toma, esta es la dirección- me dijo pasándome un papel- sabes, por si alguna vez se te olvida...

Agarré el papel y me fui corriendo al hotel.
Una vez ahí encontré a Madame en la puerta, pálida:

- Oh por Dios, ¿dónde demonios estabas estúpida niña? Eres una inconciente. Ir sola, a estas horas por París, ¿me quieres matar?

- Perdóname Madame, debí dejar una nota, lo siento, no ocurrirá más.

Siempre era así. La misma historia. Yo hacía algo que no debía, Madame se enojaba, yo juraba no volver a cometer ese error y ahí terminaba el asunto.

Puse el papel que me habían dado en el libro "orgullo y prejuicio", e intenté olvidar ese asunto para siempre.

El viaje se mantuvo bonito, Madame me llevó a la Torre Eiffel y al arco del triunfo. Lograron sacarnos una foto juntas, que aún hoy conservo. Comimos pasteles de todo tipo, bailamos, escuchamos música.. la peor parte fue el funeral. Fue tan triste, Madame no lloró, se mantuvo sería, como si estuviese petrificada. Me había dicho solo una vez, unos años antes, que tenía una hermana. Una tal "Elize". Era diez años mayor que ella, y nunca se había casado ni había tenido hijos. Recuerdo que Madame un tiempo después me dijo:
"Mi querida Lilith, recuerda, no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando en toda la tierra no queda nadie que se acuerde de nosotros. Esa es la verdadera inmortalidad, haz algo lo suficientemente grande para que la gente se recuerde tu nombre para siempre y jamás morirás. Mi hermana murió en el anónimato, cuando yo muera nadie en el mundo se recordará de ella. Tú serás inmortal, lo pude ver. Alégrate de eso."

Mádame ha sido una mujer muy peculiar, pero también sabia. Gente, recuerden siempre esas palabras. La inmortalidad existe, tienen que preocuparse en preservar su nombre para las generaciones futuras. Que tu existencia tenga un propósito, que ayude otra gente, que inspire. De gente anónima los cementerios están llenos, pero gente grande, general importante, hay realmente pocas.

Cherries And CigarettesWhere stories live. Discover now