XXI- Decepción

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Habían pasado días desde su último encuentro y en su soledad encontraba alegría, la magia de la vida.

Recordaba su sonrisa, generando en él un brote de risas. Manipulaba sus sentimientos, creyendo que la amaba sin estarlo haciendo.

Pero el amor no es un juego, no es algo que se obtiene mediante el ego, que para amar no hay que ser obsceno. Se necesita ternura y no estar ajeno a lo que verdaderamente estás sintiendo.

Pero él no lo llegaba a entender, mientras los días seguían pasando, y las huellas se iban esfumando.

Corazones rotos en el cielo viajando por la fuerza del viento, con ligereza y destreza. Haciéndoles saber que el amor no es un juego.

Extremistas los que lo ven así, pesimistas aquellos que no lo pueden combatir.

Y es que para amar hay que ser sincero, sin brechas de por medio, pero a veces es tan difícil entenderlo, que preferimos lo complicado, un pretérito imperfecto conjugado.

Caminar sobre el fuego, creyendo que en el se irán los recuerdos.

Un equivocado concepto, porque nunca se olvida algo que se vive con transparencia. Llegando a entender que la verdadera esencia es amar sin lastimar.

Querer sin ir más allá, para luego no arrepentirnos de las cosas que hacemos al actuar.

Y es que muchas veces nos disponemos a perdonar, sabiendo que no es la mejor manera de tratar a alguien que no nos ama de verdad.

Caemos en el juego de un engaño que nos mata y hace daño, sin vuelta atrás.

                    -Héctor F. Palavecino


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