57 - No fue un juego

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Saúl se quedó sorprendido por la manera tan directa como Altagracia comenzó la conversación. Él también tenía miedo de enfrentar ese momento de la verdad. Como antes había dicho, esa conversación sería definitiva, él sentía que algo se había roto entre ellos.

Saúl había luchado por ese amor, por el amor de Altagracia, no le había importado los obstáculos que se habían puesto delante de ellos, él los superaría, amaba a Altagracia pero después de lo que escuchó decir a Rafael solo se sentía engañado, usado. No podía ver a Altagracia sin dudas, temeroso de que todo fuera cierto.

Era como si la mujer a la que el había entregado su corazón y lo hiciera tan feliz durante su corto matrimonio, no existiera. Por eso él no quería hablar tenía miedo de perderla, pero sabía que tenía que hacerlo no podía vivir con esas dudas, las cosas habían cambiado y eso no se podía ocultar.

_ Siéntate. – Le pidió señalando la silla frente a su escritorio. Él fue y se sentó a su lado. – Creo que esa no es la manera de empezar esta conversación.

_ Lo siento, Saúl, estoy muy desconcertada. Tú estas muy distante conmigo, en tu mirada sólo veo frialdad, ya no me ves como antes ¿Ya no me amas Saúl? Tengo miedo que esto termine, yo quiero saber si tú volverás a dejarme. – Dijo con voz llorosa.

_ Antes de hablar de nosotros, tenemos que hablar respecto a Isabela. – Él no mostró emoción por sus palabras, fue como si no le importaran y eso lastimó mucho a Altagracia.

_ Sí, tenemos que hablar sobre ella. – Altagracia aceptó tristemente. – Yo no quería que te enterarás de esta manera, yo...

_ ¿Y de qué manera querías que yo me enterara? – Él sonrió amargamente, se levantó explotando. – ¿Por qué no me lo dijiste cuando me contaste antes de tu hija si ya lo sabías? ¿Por qué no me lo dijiste todo ese día que Rafael le disparó a Isabela? ¿Por qué? – Le gritó de espaldas a ella.

Incluso él estaba sorprendido por la manera que la interrumpió. Estaba ansioso por reclamarle a Altagracia todo lo que había guardado desde ese día.

_ ¿Habría alguna diferencia? – Ella le preguntó herida por el desprecio que sentía en sus palabras.

_ Por supuesto que la habría, Altagracia, ¡haría toda la diferencia! Disminuiría un poco la infamia que me hiciste. – Saúl finalmente evidenció lo mucho que se sentía ultrajado por ella.

_ No hables así... – le pidió llorando.

_ ¿Y cómo quieres que hable? – Dijo con firmeza tomando su barbilla y levantándola la cabeza porque ella la había bajado. – ¡Lo que me hiciste fue una infamia, un engaño, jugaste con mis sentimientos! Como dijo Rafael ¡Tú nunca me has amado de verdad! Sólo me buscaste para recuperar a tu... a Isabela! Y de eso tenemos mucho de qué hablar para averiguarlo. Pero sobre que nunca me has amado... tiene todo el sentido, Altagracia, ¡todo tiene un maldito sentido!

_ No, Saúl, no pongas las cosas de esta manera, como si Rafael conociera mis sentimientos, como si el supiera la verdad, Rafael miente. – Ella le contestó con tristeza. – La única cosa que Rafael realmente sabía era en donde estaba mi hija y quien era. Él no pudo quedarse satisfecho con abusar de mí y lograr que yo perdiera la confianza en las personas, en los hombres. – Dijo tratando de mirarlo. – Si no, también tuvo que robarme a mi hija, separarla de mi lado.

_ ¿Hace cuánto lo sabes Altagracia? ¿Desde cuándo sabes que Isabela es la hija tuya y de Rafael, la hija que perdiste?

_ ¡Ella no es su hija! Él solo la engendró de la manera más ruin, pero no es su padre nunca lo fue. Así que no lo digas. Su padre, el que ella tuvo y ha tenido, el que se merece, eres tú. – Reconoció Altagracia complaciendo a Saúl.

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