Odikwemi - Él posee una esposa

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Estar enclaustrada en la cama durante interminables horas resultó ser el mejor antídoto para mis tormentosos sentimientos. La soledad, únicamente interrumpida por las visitas constantes de Antoine y las revisiones del médico, favoreció una íntima reflexión sobre lo sucedido. No sin un profundo dolor, mi corazón se propuso aceptar la decisión de Namid. Sería un proceso lento y repleto de obstáculos, ya que suponía la despedida definitiva entre ambos, pero yo no tenía ningún derecho a juzgarle por tomar medidas extremas para salvar a sus seres queridos, incluso a mí. Sentía que necesitaba platicar con él en privado para expresarle mi opinión, fuera ésta negativa o positiva, pero se negaba a acudir a mis llamadas. Una mañana, sin embargo, me desperté con la estela de su olor en la habitación. Ésta estaba vacía, como siempre, mas hubiera jurado que Namid había estado en ella en secreto, mientras dormía. No fue hasta el cuarto día en que, ahuyentada por un pesadilla, me desperté antes de que amaneciera. Nada más abrir los ojos, encontré a Namid dormitando en la silla de madera que estaba junto a la cama. "Ha venido aquí todas las noches", comprendí, mirándole en silencio, emocionada en cierto sentido. En el amparo de la oscuridad él se había sentido lo suficientemente valiente como para venir a verme. Tenía el cuello echado con levedad hacia atrás, en una posición en absoluto cómoda, y las piernas extendidas. Incluso en sueños, la expresión de su rostro era dura, sin duda distinta a la que recordaba, y contemplándole, el daño fue inconmensurable. Al cabo de unos minutos, observé que se movía y cerré los ojos, fingiéndome durmiente. Escuché cómo se incorporaba y bostezaba. Después caminó por la habitación hasta regresar a la cercanía de mi cuerpo. Su aroma me golpeó, encendiendo los latidos. Contuve a duras penas el sobresalto cuando me arrebató los paños de la frente y el pecho para calentarlos junto a las brasas y volvérmelos a situar. Sin poder romper mi farsa, descubrí que Namid hacía las guardias nocturnas sin que yo lo hubiera sabido. El fuego crepitó en la chimenea al tiempo que él me posaba la palma sobre la frente para tomarme la temperatura. Estaba ardiendo, no por la fiebre, sino por los nervios. "Por favor, que no se dé cuenta", supliqué interiormente. A continuación me agarró de la mano y tomó el pulso. Casi pude ver cómo fruncía el ceño al darse cuenta de que estaba más acelerado que de normal. No obstante, volvió a sentarse y, tras un silencio, empezó a hablarme en lengua ojibwa. Lo hizo en susurros, sin soltarme la mano. Sin más, aquellos gestos destilaron una ternura tan profunda que me pregunté cómo Namid había sido capaz de quebrantar nuestra promesa y cómo sería capaz de vivir con ello.

De entre las palabras extranjeras que pronunciaba, distinguí mi nombre indígena. Al principio pensé que estaba rezando o simplemente expresándose, mas terminé por descifrar que estaba contándome un cuento. Lo supe porque le había escuchado narrar cientos a sus hermanos, sobre todo a Wenonah. Exponiéndome a ser descubierta, tragué saliva. "No te pongas a llorar ahora, Catherine", me contuve. Permanecí quieta y, una vez hubo acabado, Namid se levantó. Enseguida noté el ardor de los paños sobre la piel. Lentamente, sus labios besaron mi mejilla. Desprevenida por aquella muestra de afecto, el hechizo se rompió: abrí los ojos justo cuando nuestros rostros estaban peligrosamente próximos. Los míos, asustados; los suyos, sorprendidos. Bruscamente, él se apartó, confundido momentáneamente.

— Siento haberte despertado — carraspeó, apurado, sabedor de que me había percatado, al menos, de su beso robado —. Solo quería comprobar que todo estaba en orden.

"Estás mintiendo, te has quedado conmigo todas las noches", pensé.

— Puedes quedarte — musité antes de que saliera despavorido.

Él se quedó quieto junto a la puerta. Percibí cómo dudaba y se resistía a la proposición.

— Preferiría que te quedaras, no paro de tener pesadillas — murmuré—. Ven, siéntate aquí.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora