Capítulo 1

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   La alarma sonó, volándome la cabeza. No puedo creer que el último mes de vacaciones se haya pasado tan rápido, será difícil volver a acostumbrarse a despertarse a las seis de la mañana a preparar desayunos, uniformes y llevarlos y traerlos a la escuela a todos.

   — Anya, despierta, ya es hora de ir a la escuela —me asomo a la puerta de su habitación y prendo la luz.

   — ¡Mamá, apaga la luz! —Fue lo primero que le oí decir.

   — Es tu primer día de escuela, no querrás llegar tarde —digo antes de cerrar la puerta.

   Al llegar a la habitación de Abigail, veo que la luz ya se encontraba prendida. Ella se encontraba frente al espejo mientras abotonana el cuello de la chomba blanca que formaba parte del uniforme, junto a una falda escocesa roja con gris y unos zapatos negros de cuero, también se podía tener una campera de lanilla verde sobre la chomba.

   — Déjame ayudarte —propongo al ver que tenía dificultad para subir el cierre de su falda.

   — Gracias ma —sonríe para luego sentarse frente al espejo y peinar sus largos cabellos.

   — Iré a llamar a tu hermano —digo para luego salir de su habitación.

   Camino por el pasillo hasta la habitación de Alex. Puerta estaba abierta y la luz apagada, lo cual me pareció raro, ya que nunca deja la puerta abierta cuando duerme. Me adentro lentamente a su habitación y prendo la luz. No había nadie, el uniforme de la escuela tampoco estaba allí.

   — ¿Buscas algo? —Su voz suave y dulce me quita la tensión.

   — Te buscaba a ti.

   — Aquí estoy, desperté hace unos minutos —explica mientras peleaba con la corbata del uniforme. Su uniforme, a diferencia del de sus hermanas, era una camisa blanca, un pantalón gris perla y una corbata azul marino, con unos zapatos negros de cuero y una campera del mismo color que la campera de las niñas.

   — ¿Necesitas ayuda? —Pregunto acercándome a él.

   — No, yo puedo solo —dice haciéndole otro nudo a la corbata, pero quedó peor—. Bueno, quizás sí necesite ayuda.

   Río acomodándole la corbata. Al cabo de un segundo ya estaba acomodada.

   — Baja a desayunar, ¿si? —Luego de decir esto, salgo de su habitación.

   Bajo las escaleras, aferrándome con fuerza a la baranda. En este último mes habían pasado muchas cosas, por empezar que estos días Isaac ha frecuentado por aquí. Venía a ver a Anya todas las tardes. No era algo que me molestara, es más, me agradaba. Verlos felices, riendo, en cierta forma me mantenía bien.

   — Oye, estaba pensando —siento la voz de Elliot a mis espaldas. Apago la cafetera y pongo café en cinco tazas distintas—. Isaac es un buen chico, deberíamos conocer a los padres.

   — ¿Crees que ahora es el momento? —Cuestiono volteando hasta quedar frente a frente con Elliot.

   — Sé que no te agrada la idea, pero hazlo por Anya, piensa en lo feliz que la pone de saber que la apoyamos —pone una mano sobre mi hombro.

   — Yo la apoyo y ella lo sabe —me defiendo.

   — Lo sé, y se nota. . . Pero quizás. . . Quizás no es suficiente —baja la mirada.

   — Mamá, ¿tienes café? —Oigo la voz de Abigail bajando las escaleras, lo que me hace alejarme de Elliot para tomar la taza de café y dejarla sobre la barra de desayuno.

   — No hay mucho tiempo, apresúrense —dice Elliot para luego tomar el periódico y, como todos los días, leer la clasificación de deporte—. Los llevaré a la escuela por ser el primer día —añade alejando la taza de café de sus labios y dejando el periódico sobre la barra de desayuno.

   Cuando todos terminaron sus desayunos, salieron con sus mochilas colgadas al hombro. Yo, por mi parte, decidí quedarme, entro a trabajar a las ocho. Luego de mi casamiento había surgido la idea de irnos a vivir a España, pero el tiempo pasó, Anya comenzó el colegio, se hizo amigos y separarla de ellos iba a ser difícil. Por lo que nos quedamos en Londres, pero yo dejé de trabajar como azafata para ser la secretaria de Williams Georfield, jefe de una editorial. En cuanto a Elliot, es embajador, por lo que solía viajar seguido.

   Subo las escaleras para encerrarme en el baño privado que se encontraba en la habitación que compartimos con Elliot. Debía ducharme para mi primer día, Samanta pasará por mí.

   El trabajo lo conseguí gracias a ella, ya que trabaja allí como editora y cuando se enteró que su jefe buscaba una secretaria, no dudó en llamarme. Por suerte la entrevista fue un éxito, y Williams me contrató sin siquiera pensarlo, pero, evidentemente, dejando en claro algunas cosas. Lo primero que le dijo fue que debía estar disponible cuando él quiera, antes le habría dicho que no, pero considerando la edad de mis hijos, no me resulta un problema salir de casa a cualquier hora. En realidad, el que me dijo eso no había sido él, sino su mano derecha y hermano, Alfred Georfield. Así que, podría decirse, que aún no conozco a mi jefe. Pero sí tuve la suerte de conocer a Alfred, quien era bastante adorable. Su alta estatura y su piel blanca le daban un aspecto confiable. En cuanto a su hermano, no tengo ni idea de cómo puede llegar a ser, y me da miedo saberlo.

   Salgo de la ducha envuelta en una bata de baño blanca. Al llegar a la habitación, saco del armario un jean de cuero negro y una blusa blanca con un lazo negro en el cuello. Me pongo unos zapatos taco alto negros para luego bajar las escaleras. El timbre estaba sonando y yo no estaba preparada. Veo la hora, eran las siete y media recién, por lo que me pareció extraño que Samanta venga tan temprano. Pero es mi primer día, quizás se quiso asegurar que todo salga bien.

   — ¿Lista para irnos? —Exclama al abrir la puerta.

   — Sí, supongo —alzo los hombros.

   — Te ocurre algo.

   — No, yo. . .

   — No fue una pregunta —me interrumpe—. Pero si no quieres hablar lo entiendo, de seguro no quieres llegar tarde —dice para luego encaminarse hacia el auto.

   — Sammy —susurro haciendo que se detenga—. . . ¿Cómo es mi jefe? Quiero decir. . . Nunca lo he visto y quería saber si quizás tú. . .

   — ¿Hablas de Williams? —Suelta una carcajada—. No te preocupes, es un amor cuando está de buen humor —alza sus hombros con la sonrisa aún en su rostro—. Ahora vamos, si sigues hablando no lo conocerás nunca.

   Supongo que en momentos como estos debo darle la razón. Así que tomé mi cartera del perchero y salí tras ella, cerrando la puerta con llave. Elliot tenía su propia copia.

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